Prefacio al libro Homicidas em série de Rubens Correia Jr.

La violencia y los crímenes son siempre actuales aunque se multiplique y varíe su forma de presentación. La violencia absurda del mundo globalizado se vincula a objetos de consumo cambiantes: se mata por un objeto nuevo que poco tiempo después es desechado. Y junto a ello se expande el universo de los nombres de los homicidios: femicidios, infanticidios, homicidios en episodios de violencia urbana, genocidios, mass killer, schoolar killer, serial killer y atentados terroristas. Nuevos nombres para milenarias formas de matar. En un mundo volcado cada vez más al uso de las redes y de internet, estos instrumentos tecnológicos no se vuelven ajenos a los crímenes: se muestra la muerte en internet generando así un nuevo tipo de espectador. Todos estos crímenes dejan el mismo halo de desaliento y perplejidad. No hay homicidio sin víctimas que padezcan el dolor de existir, el miedo y un profundo desamparo.

El libro de Rubens Correa Jr. sobre los homicidas en serie es sin duda novedoso e inscribe una psicopatología poco desarrollada hasta ahora. No intenta establecer un compendio sobre el tema, ni un trabajo de recopilación, como así tampoco un estudio puramente teórico sobre las motivaciones y los móviles del homicidio serial. Por el contrario, retoma los casos presentados hasta la actualidad para extraer de sus singularidades un saber que nos permita aproximarnos a la subjetividad de cada uno de ellos. Y lo hace de un modo original que conduce al lector dentro de un mundo desconocido.

En la sociedad disciplinaria del siglo XX se distinguía lo normal y lo patológico. Los homicidas eran examinados para establecer si habían actuado en estado de demencia y si eran o no imputables. Los locos homicidas ya no eran considerados monstruos, y más que castigo se ponía en juego el tratamiento.

En los años 70 fue creado el término “asesino serial” (serial killer) por el agente del FBI (Federal Bureau of Investigation) Robert Ressler, autor del libro Dentro del monstruo. Ressler trabajó durante 20 años en esa institución, volviéndose el especialista y pionero en la elaboración de perfiles psicológicos de criminales. Los términos “serie” y “serial” son utilizados a partir del tercer asesinato. La denominación “asesino serial” se instaló en el lenguaje popular en gran parte debido a la publicidad que se le dio a los crímenes de Ted Bundy y David Berkowitz, este último másconocido como “el hijo de Sam”. Si bien existen numerosos libros sobre los más famosos asesinos, soloa partir de 1985 se comienza a publicar estudios sobre el tema. El libro de Rubens Correa Jr. se inscribe dentro de esta orientación pero diferenciándose a la vez puesto que permite examinar los textos anteriores guardando un eje de trabajo que lo conduce de lo universal a lo singular.

Los ordenamientos de los asesinos varían de acuerdo a los distintos momentos históricos, a los discursos de cada época, surgidos de la oposición específica que se establece entre el orden social y el crimen, que generan los nombres y sus respectivas clasificaciones.

En el libro El criminal y su juez, Alexander y Staub, psicoanalistas contemporáneos a Freud que se han interesado por la criminología, distinguen tres grupos de criminales: neuróticos, con una “satisfacción criminal de las pulsiones”, que se expresa a través de un acto real contra el mundo exterior; criminales normales identificados a modelos criminales, que condujo a Aichhorn a afirmar que los delincuentes poseen un “superyó criminal”; y, finalmente, un tercer grupo de lo que matan empujados por enfermedades orgánicas.

Lacan se interesa particularmente en la distinción que realiza Guiraud entre crímenes del yo, en los que el individuo se comporta según su voluntad, con la ilusión de plena libertad, y crímenes del ello, típicos de la demencia precoz, en los que el yo permanece como espectador pasivo y sorprendido. Además, subraya el modo en que Guiraud pone en evidencia la agresión simbólica presente en los homicidios inmotivados o crímenes del ello: “lo que el sujeto quiere matar aquí no es su yo o su superyó sino su enfermedad, o, de manera más general, ‘el mal’, el kakon…”. De allí se desprende el siguiente trípode: Crímenes del yo:, en los que se incluyen los crímenes pasionales; Crímenes del ello, como los de los esquizofrénicos; y Crímenes del superyó, en los que se incluye la paranoia de autopunición estudiada por Lacan en su tesis.

Todas estas propuestas surgen de la pregunta acerca del diagnóstico que puede hacerse acerca del sujeto homicida y cómo situar su crimen: ¿pasaje al acto psicótico o crimen homicida en un sujeto no psicótico? ¿Qué crimen es y cómo situar al sujeto que lo lleva a cabo? Por otra parte, ¿qué lleva a un sujeto a matar a distintos sujetos, uno tras otro, sin ningún motivo aparente? Para el asesino serial, a diferencia del pasaje al acto homicida puntual, una muerte no alcanza, es necesario establecer una serie que en muchos casos va produciendo una aceleración y que solo termina cuando el sujeto mismo se hace arrestar. En cambio, los homicidas en masa cuanto más muertes se produzcan es mejor.

Las clasificaciones de los homicidas buscan de alguna manera aprehender lo que se hurta frente a lo real de la muerte, sin lograrlo. La proliferación de motivos, explicaciones o sentidos fracasan frente al sinsentido. No obstante, a fines judiciales y de las pericias frente al acto homicida son utilizadas para establecer la pena y la condena. La falta y la culpa son propias de todo sujeto, por lo que el criminal y la justicia forman un conjunto a través del crimen y la expiación.

Las legislaciones se ocupan del grado de lucidez y de conciencia para establecer la imputabilidad frente a un crimen. La psiquiatría se interesa por la motivación y se interroga si se trata de un enfermo mental. Por su parte, el psicoanalista no intenta erigirse en juez ni determinar la condena, de allí que apunte al sujeto en sus diversas formas de presentación: agresividad, destructividad, estado alucinatorio o delirante, e incluso con su goce autodestructivo expresión de la pulsión de muerte.

Jacques-Alain Miller distingue entre el “crimen utilitario” y el “crimen de goce”. Y luego retoma la oposición lacaniana entre crímenes del ello, del yo y del superyó, de acuerdo a los tres registros. Distingue así entre los crímenes de lo imaginario, propios del estadio del espejo; los crímenes de los simbólico, como por ejemplo los regicidas que matan al representante de la autoridad; y finalmente los crímenes de lo real, figura mixta entre lo simbólico y lo real. Dentro de este último tipo de crímenes incluye al del serial killer, que culmina en el crimen nazi, el cual excede el derecho penal y se vuelve un crimen contra la humanidad en su conjunto. Este tipo de crímenes se enlaza en la actualidad a los homicidios en masa perpetuados en los ataques terroristas.

Junto con Carlos Dante García pudimos estableces diversas secuencias clínicas dentro de los casos de asesinos seriales: Psicosis compensadas en forma perversa; Psicosis que ponen en evidencia el empuje a La Mujer; Psicosis que buscan una extracción de goce a través de una serie de pasajes al acto homicida; Psicosis que buscan la extracción de goce a través de un “tratamiento” del cuerpo de las víctimas; Psicosis alucinatorias que se incluyen en el grupo de las esquizofrenias; Delirios en acto que lleva a la producción de una serie metonímica indefinida de asesinatos; Homicidas perversos, caracterizados por la voluntad de goce y por la ausencia de culpabilidad; y, finalmente, Psicosis ordinarias, en las que las muertes entran en un entramado particular y sutil del delirio.

De todo esto se ocupa el libro de Rubens Correa Jr. que se propone desentrañar paso a paso las particularidades de cómo surge el concepto de homicida serial, cómo fue examinado por los distintos autores e indagar las distintas aristas que corresponden a los asesinatos seriales en sus diferencias subjetivas. Es sin lugar a dudas un libro indispensable para adentrarse en el mundo del serial killer.