La histeria y amor al padre

¿Qué lugar ocupa el padre para un sujeto histérico? Tanto Freud como Lacan lo examinan tanto del lado de la identificación como de lado del amor. Padre idealizado, impotente, castrado, a veces rechazado, otras buscado pero, en definitiva, padre al que el sujeto ama y, al hacerlo, dirige su demanda de amor.

La identificación al padre

Tempranamente, en 1951, Lacan destaca la importancia de la identificación al padre en los síntomas conversivos que presenta Dora favorecidos por la impotencia paterna. El acento está puesto en la identificación viril y cómo a través de la Sra. K. busca responder al misterio de su “feminidad corporal”. Aquí lo acentuado es la emergencia de la verdad a través de las inversiones dialécticas que ponen en conexión el síntoma de Dora con la modalidad de goce del padre con la Sra. K. A partir de este primer comentario Lacan vuelve en numerosas oportunidades sobre el caso Dora para acentuar cómo interviene el deseo y el goce en relación a su amor al padre.

La primera oportunidad en la que Lacan encara la temática de la sexualidad femenina es en relación a Dora en el Seminario 3. En esa ocasión Lacan indica que con la pregunta acerca de qué es una mujer intenta simbolizar el órgano femenino, pero su particularidad es que lo hace a través de la identificación al hombre, portador del pene. Aquí la histeria y la feminidad quedan diferenciadas puesto que la histeria recurre a la identificación viril para responder a su pregunta acerca de qué es una mujer. De allí que Lacan señale que volverse mujer y preguntarse qué es ser una mujer son dos cosas diferentes y opuestas.

A partir de la inclusión del falo como significante del deseo, Lacan plantea que no hay satisfacción del deseo ni para Dora, con su demanda de amor dirigida al padre, ni para el padre, por su impotencia. La Sra. K es el objeto de deseo de Dora por ser el objeto de deseo del padre. Lacan muestra entonces cómo en el grafo del deseo la histérica se detiene en la identificación viril con las insignias del Otro a nivel de lo imaginario, en una puesta en escena fantasmática, para sostener el deseo del Otro. De esta manera, el punto central de la identificación viril se mantiene pero se articula a la incidencia enigmática del deseo y a su acción como sostén del deseo del Otro, deseo enigmático, siempre insatisfecho.

Desde su mascarada fálica queda en una posición de excepción frente al incubo ideal, padre muerto, idealizado, o amante castrado. Ser única para un hombre no es equivalente a ser la única, excepcionalidad que busca alcanzar no sólo sobresaliendo sino también a través del trabajo que está dispuesta a hacer para sostener el deseo del otro. Ahora bien, esta identificación la deja en dificultades con su imaginario y produce efectos de despedazamiento, incluso de despersonalización, de los que se sirve en la constitución de su síntoma. La complacencia somática del síntoma es planteada luego por Lacan como rechazo del cuerpo.

Del lado del goce, se produce un desdoblamiento entre la castración del padre idealizado y el goce de ser privado. Jacques-Alain Miller lo explica en términos de un desacoplamiento del goce y del deseo que produce la suspensión de la obtención del goce para eternizar así el amor insatisfecho [1]. Obtiene así una continuidad temporal del deseo a través de la suspensión del goce.

El goce de la privación, planteado luego, supone en el horizonte un goce absoluto que, al no poder alcanzarlo, rechaza cualquier otro. Por otra parte, la identificación viril la deja del lado del Uno fálico, es por ello que convoca a la otra mujer para interrogar la posición femenina a quien le supone un saber sobre el goce. Si bien en las fórmulas de la sexuación queda situada del lado hombre, desde allí se pregunta por lo femenino. Por otra parte, como no-toda también tiene que vérselas con su goce femenino en la medida que encarna el Otro en el encuentro sexual.

En la clase del 16 de noviembre de 1976 del Seminario 24, L’insu que sait de l’une vévue s’aile à mourre, Lacan reformula las identificaciones freudianas, para después no volverlas a retomar. Dice: “…a saber una identificación para la cual reserva, no se sabe bien por qué, la calificación de amor (es la identificación al padre), una identificación hecha de participación y a la cual señala como la identificación histérica, y además la que él crea a partir de un rasgo que en otro tiempo traduje como unario” [2] “…un rasgo que denominé cualquiera”, indica más adelante [3].

A partir de la primera identificación, que corresponde al amor al padre, Eric Laurent señala que la identificación participativa implica un dos en la medida en que extrae el síntoma del otro al que ama [4]. El síntoma histérico, la perturbación de su cuerpo, queda planteado en relación al amor padre. Pero no sólo participa en su síntoma sino que también participa en su goce y, al hacerlo, se identifica a un rasgo, es decir que se enlazan ambas identificaciones. El rasgo cualquiera es siempre el mismo que se repite por fuera del sentido, es un rasgo que se escribe.

El armazón del amor al padre

En la clase siguiente, el 14 de diciembre de 1976, Lacan se detiene más específicamente en el amor al padre: “La histérica (hystérique), de la cual sabemos que es tanto macho como hembra, la histórica (hystorique), si me permiten este desplazamiento, en definitiva no tiene otra cosa que un inconsciente para darle consistencia… “. Y luego: “La histérica es sostenida en su forma de garrote por un armazón (armature), distinta de su consciente y que es su amor por su padre” [5]. Y esto lo ilustra a través de tres casos de “Estudios sobre la histeria” que son Anna O., Emmy von N. o Elisabeth von R. en los que el lugar del padre resulta esencial

En este párrafo hay un juego de palabras por parte de Lacan que produce un efecto de resonancia: hysterique (histeria), hystorique (histórico) y trique (garrote): el armazón del amor al padre queda enlazado al sentido que se construye y se sustrae en la historia. La hystorización resuena con la histeria (hystérie), producción de sentidos a lo largo de un análisis. El inconsciente en la histeria corresponde al dar sentido en la medida en que se dirige a alguien que puede interpretar. La histérica habla sin saber lo que dice pero llega a decir algo con las palabras que le faltan. El inconsciente, dice Lacan, consiste en palabras que nos guían sin que entendamos nada [6]. Esto lo aproxima a un real como límite de lo que no tiene sentido.

La estructura histérica corresponde a la formalización topológica denominada garrote que se vuelve el sinthome, como lo señalan Schejtman y Godoy, que mantiene estable el anudamiento de los tres registros y que Lacan llama armazón del amor al padre [7]. La armazón otorga una estabilidad y consistencia al sujeto histérico en relación a su cuerpo que puede conmoverse a través de la emergencia sintomática.

“El síntoma leído por Freud hace hablar al cuerpo, pero entonces ese síntoma habla la lengua del padre; es síntoma del padre, en quien la histérica se interesa por amor”, dice Laurent [8]. Pero, señala como punto central que el síntoma del Uno solo, que no habla, que se escribe en silencio, debe articularse al Otro, con el Dos. Esto corresponde a la nueva formulación del inconsciente por parte de Lacan en que por fuera del sentido se trata del Une bévue, de los yerros, de los Uno solos sin Otro, que equivocan. El síntoma histérico habla a través de los efectos de sentido que se producen bajo transferencia en tanto que la experiencia analítica lo hace hablar.

Lacan precisa que el síntoma histérico es cuando a una mujer sólo le interesa otro síntoma [9]. Eso lo lleva a Laurent a distinguir entre la “histérica síntoma de mujer”, en el que el goce involucrado en el síntoma histérico es el síntoma del otro, de una mujer “síntoma del cuerpo de un hombre”, que abre la perspectiva del partenaire síntoma, incluso del partenaire estrago. Laurent incluso llama a la posición femenina el “anti-síntoma histérico” puesto que en la posición histérica el centro solo es el síntoma, como por ejemplo para Dora es el síntoma de su padre [10]. El síntoma afecta al cuerpo del sujeto, de allí que la tos de Dora también es un modo de goce del cuerpo que escapa al significante y al falo.

En la medida en que el inconsciente como Une bévue queda fuera de sentido en la última enseñanza, hecho de los equívocos de lalengua, se opone a la identificación que se sitúa del lado del sentido como interés por el síntoma. Eric Laurent propone entonces un desplazamiento de la identificación vinculada al sentido, al “conocer” el propio síntoma, que comporta un pasaje del amor al padre, como primer partenaire, hacia el partenaire sexual. El partenaire como síntoma, en definitiva, concierne a cómo el sujeto se las arregla con su saber hacer con su síntoma como modo de goce en un encuentro que resulta siempre contingente.

NOTAS

  1. Miller, J.-A., La erótica del tiempo, Tres Haches, Buenos Aires, 2001.
  2. Lacan, J., Seminario 24, L’insu que sait de l’une bévue s’aile à mourre (1976), Lacaniana 10 (2021), p. 10.
  3. Idem, p. 13.
  4. Laurent, E., El reverso de la biopolítica, Grama, Buenos Aires, 2016.
  5. Lacan, J., “Propos sur l’hystérie” (26 de febrero de 1977), Quarto 90.
  6. Lacan, J., Seminario 24, op. cit., p. 16.
  7. Schejtman, F. y Godoy, C., “La histeria en el último periodo de la enseñanza de J. Lacan”, Anuario de investigaciones, vol. XV (2008), UBA.
  8. Laurent, E., op. cit, p. 50.
  9. Lacan, J., “Joyce el síntoma” (1976), Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, p. 595.
  10. Laurent, E., “Hablar con el propio síntoma”, VI ENAPOL, disponible en internet.