El cuerpo en la experiencia analítica

En 1974, hace medio siglo, en una conferencia que fue después titulada “La tercera”, Lacan, al reflexionar sobre el porvenir del psicoanálisis en su relación con lo real introduce la función de los gadgets, la televisión y el viaje a la luna y se pregunta si llegaremos a estar animado por ellos (p. 47). Jacques-Alain Miller, al comentar esta conferencia, señala que gozamos de objetos que la ciencia hace proliferar en nuestro mundo y que son objetos plus de gozar. Y termina subrayando que esto fue dicho por Lacan en 1974, antes de internet, del teléfono celular y antes de entrar en la era electrónica en la que estamos sin dejar de ser animales enfermos por su goce (“Commentaire sur la troisième”, p. 61).

Los gadgets son dispositivos tecnológicos que en la actualidad incluyen los celulares, las tablets, y otros aparatos que van surgiendo como efectos del avance de la ciencia y de la tecnología. En la época pre-pandemia se pensaba que la relación de los sujetos con estos aparatos formaba parte de un autismo generalizado que interfería el lazo con los otros en la medida en que cada uno se sumergía en su objeto plus de gozar.

La pandemia produjo un cambio de paradigma y los objetos tecnológicos y el uso de internet se volvieron en ese momento un medio necesario para sostener la educación, el trabajo, la relación con los otros, e incluso los tratamientos analíticos a distancia, produciendo sin lugar a dudas nuevos síntomas.

Hablar del cuerpo en la experiencia analítica comporta distintos matices puesto que en ese encuentro inédito que constituye la sesión analítica quedan involucrados tanto el paciente como el analista. Eso introdujo interrogación acerca de cómo situar al psicoanálisis virtual que se extendió como efecto de la pandemia.

1. La presencia del analista

Tempranamente Freud utilizó el término de “persona” del analista al trabajar sobre el caso Dora. Lacan lo retoma en “La dirección de la cura…” (1958) para hablar sobre la interpretación y los efectos transferenciales. Dice: “Sólo que esa interpretación, si él la da, va a ser recibida como proveniente de la persona que la transferencia supone que es. ¿Aceptará aprovecharse de ese error sobre la persona? Posición innegable, sólo que es como proveniente del Otro de la transferencia como la palabra del analista es escuchada…” (p. 571). Y, más adelante, añade en relación al amor: “…el analista da sin embargo su presencia, pero creo que ésta no es en primer lugar sino la implicación de su acción de escuchar y no es sino la condición de la palabra” (p. 598). Se produce así en el mismo texto un deslizamiento de la persona enlazado al amor de transferencia, a la presencia como oferta de escucha y enlace a la palabra. No obstante, como resto de esta formulación podemos subrayar que lo indecible queda enlazado a lo real.

En Síntoma y fantasma y retorno J.-A. Miller subraya cómo al experimentarse la presencia del analista se produce un cierre del inconsciente enlazado al amor de transferencia en el Seminario 11. La presencia del analista, dice Lacan, es una manifestación del inconsciente, que debe incluirse en el concepto de inconsciente pero, al mismo tiempo, reenvía a lo real de la transferencia.

Miller indica que “la cita para la sesión” “es la condición sine qua non para la producción del tipo de ausencia del que se trata en la experiencia analítica”. Eso dicho en febrero de 1982 tendrá otra resonancia en el contexto de la discusión sobre las presentaciones del Comité de Acción.

Ahora bien, la presencia del analista va más allá del cuerpo, pero no es sin él puesto que este término no corresponde a su uso común. Es por ello que Eric Laurent señala que debajo de las máscaras transferenciales está la presencia del objeto pulsional, fantasmática, que es una presencia diferente, verdadero lugar del analista en el discurso analítico.

El efecto del psicoanálisis sobre el cuerpo es trabajado a partir de la interpretación, un decir que resuene en el cuerpo. En “El inconsciente y el cuerpo hablante” Miller señala que la interpretación “es un decir que apunta al cuerpo hablante para producir un acontecimiento, para pasar a las tripas” y este efecto es incalculable.

El cuerpo del analizante queda así involucrado a través de la interpretación y los efectos que produce sobre el cuerpo. Es más, algunos años antes, para la preparación del VI Congreso de la AMP Miller señala que para hablar de los objetos a en la experiencia analítica hay que dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso del analizante. La inclusión del cuerpo del analizante fue incluyéndose progresivamente en el examen de la experiencia analítica de acuerdo a los lineamientos del propio Lacan en sus últimos seminarios.

Ahora bien, el año 2022 introdujo una reflexión sobre el psicoanálisis virtual y la pregunta si es o no un psicoanálisis. Transferencia, interpretación y posición del analista quedan involucrados pero, ¿resulta igual con la presencia de los cuerpos en la sesión analítica?

El informe presentado por el comité de acción da muestras que no hay un acuerdo absoluto en nuestra comunidad. Tal vez porque el psicoanálisis concierne a singularidades y no se puede armar un para todos tanto del lado de los analizantes como de los analistas. No obstante, en su comentario Miller indica que es una modalidad del psicoanálisis en el que está incluida la palabra, simbólica, eventualmente la imagen, imaginaria, pero falta lo que del cuerpo toca lo real, no se hace resonar entonces el no hay relación sexual. El analista con su presencia encarna la parte no simbolizada del goce (p. 22, Los usos del lapso) y, por otro lado, su presencia también aporta su cuerpo (p. 250, Sutilezas analíticas). Eso no lo lleva a oponerse al tratamiento virtual sino que invita a reflexionar sobre sus alcances futuros.

2. Algunas reflexiones clínicas

Los tratamientos telefónicos anteceden a la pandemia. A veces por cuestiones geográficas, pero también por diversas contingencias.

a) Tratamiento telefónico de un paciente psicótico

Un paciente psicótico que recibo durante mi concurrencia en el Hospital Araoz Alfaro, hace muchos años, llega al servicio con un delirio de persecución y acosado por signos que interpreta en ese sentido. Llevado al paroxismo de su delirio permanece mudo durante todo el día, acurrucado entre las sábanas, sin comer. Su estado general empeora rápidamente. Queda en un estado casi catatónico, prisionero de aquello que no logra comunicar. Las sesiones se desarrollan entre mis palabras y su silencio, permanezco junto a él hablándole, mientras que postrado e inmóvil el paciente no logra pronunciar ni una palabra. Recuerdo entonces que en cierta oportunidad, al comienzo de su internación, me pidió que lo llamara por teléfono. A partir del recuerdo de esta única demanda comienzo a llamarlo casi todos los días, dando así una nueva orientación a su tratamiento. Para mi gran sorpresa, acepta salir de su cama para recibir mis llamadas, y aunque responde sólo con monosílabos, no cuelga: queda junto al aparato hasta que doy por terminada la comunicación, que dura apenas algunos minutos. A partir de estas puntuales conversaciones telefónicas el paciente comienza a hablarme del peligro de muerte inmediata al que se encuentra expuesto. ¿Qué sucedió? ¿Por qué las palabras intercambiadas por teléfono lograron arrancarlo de su encierro catatónico?

Durante la supervisión que por entonces realicé con Miller no para saber qué hacer sino qué había pasado, evocó la función fática de Jakobson que retomó este año para explicar el contacto por la palabra en las sesiones virtuales. Los “¡Aló!”, que representan el intento de mantener la comunicación entre emisor y receptor, establecen un contacto directo que permite verificar la presencia de uno y otro. Esta verificación repetida funciona tanto en el diálogo personal como en el telefónico, pero en este segundo tipo de comunicación interviene un objeto mediador, el teléfono, que introduce otra modalidad de la palabra: la “palabra telefónica”, que es una palabra a distancia. ¿Qué sucede en el momento en que el paciente está encerrado en su mutismo? El sujeto está inmerso en fenómenos de automatismo mental, y los mensajes que recibe sin interrupción le impiden tanto moverse como hablar. El teléfono le permite al sujeto situar la voz alucinatoria y fijarla, localizándola en un aparato exterior, permitiéndole así sustraerse de la tiranía del automatismo mental.

El teléfono se volvió en este caso un mediador contingente que permitió proseguir con el tratamiento extrayéndolo de su retracción alucinatoria.

b) Autismo y uso de objetos tecnológicos

A fines del año 2019 un Coloquio en Rennes nos dio la oportunidad de reflexionar sobre el uso de estos objetos para los sujetos autistas y cómo podían volverse objetos mediadores para el desplazamiento del encapsulamiento de acuerdo a las afinidades de cada sujeto. ¿Qué nos enseñó esta coyuntura histórica de la pandemia acerca del lugar que ocupan estos objetos para los sujetos autistas, objetos tomados en su materialidad y en su función sin que se constituyan como objetos plus de gozar?

La televisión, los grabadores, los juguetes del consultorio, el teléfono, las computadoras, las pantallas, o las distintas aplicaciones digitales, son utilizados comúnmente por los niños en sus análisis por fuera del diagnóstico. Lo que varía es el uso que puede darle el sujeto autista en la medida que se vuelven la apoyatura para desplazar su encapsulamiento, objetos que se vuelven parte de un borde autista que le permite controlar y repetir iterativamente determinadas secuencias.

El distanciamiento social producto de la pandemia nos condujo al problema de extraer a los sujetos autistas de sus rutinas dentro del consultorio y desplazarlas a una modalidad virtual. La presencia corporal del analista en el trabajo con niños autistas y psicóticos pequeños es una mediación importante que no puede ser reemplazada por la imagen. No obstante, los tratamientos virtuales siguieron su curso sobre todo en niños que ya estaban en tratamiento porque en la mayoría de las veces era posible encontrar algún modo de sostener el análisis.

En el retorno a la presencialidad se produjo nuevamente un cambio en las secuencias construidas hasta entonces y la mediación del objeto tecnológico a veces siguió presente y otras veces no. Por ejemplo, para un paciente atendido por Gabriel Tanevich que no hablaba antes de la cuarentena el uso del zoom en el teléfono portátil le permitió hablar con su analista. En un primer tiempo la mediación contingente y necesaria del teléfono permitió que se extrajera de su silencio y consintiera a hablar a través del aparato que localizaba la voz y la volvía menos intrusiva. En un segundo tiempo, al volver a la presencialidad siguió usando el teléfono en el interior del consultorio para hablar con el analista, objeto incluido en su borde autista y soporte de futuros desplazamientos.

Una paciente adolescente autista acepta las sesiones por whatsup con imagen durante el confinamiento y con la mediación del aparato comienza a contarme cosas de su vida cotidiana. Una contingencia familiar produce que comience a perderse en el uso del lenguaje y a repetir frases iterativamente. La vuelta a la presencialidad fue para este sujeto una intervención necesaria para contribuir a extraerla de la fijación iterativa y operar así en su desplazamiento del encapsulamiento autista.

Los tratamientos analíticos habitualmente utilizan estos objetos tecnológicos soporte de desplazamientos del encapsulamiento autista, “objetos mediadores” o como parte de un “borde regulador de los objetos”, como dice Maleval, “objetos transitorios”, según la expresión de Laurent, e incluso podemos llamarlos “auxiliares del relato” sobre los que se apoya para su trabajo bajo transferencia dentro del dispositivo analítico. La cuarentena trajo como condición de tratamiento la virtualidad pero eso no cambió masivamente la afinidad que cada sujeto puede expresar en cuanto al uso de los objetos, antes bien, la facilitó en algunos casos, y en otros casos fue una mediación transitoria que no permaneció.

Cada tratamiento es diferente y responde a los tratamientos singulares del goce. Algunos sujetos penaron más que otros por lo virtual. Para los pacientes con grandes distancias geográficas incluso se volvió una solución a la espera de poder volver a viajar. Pero tal vez sea importante subrayar la vuelta más que lo virtual. La resonancia en el cuerpo por el retorno a la presencialidad en gran parte de las consultas surgió sorprendentemente: lágrimas, una extraña alegría que invadía al cuerpo, el alivio. En todo caso no fue indiferente volverse a encontrar con el analista. Fue extraño el uso exclusivo de la voz telefónica o de la imagen virtual, pero el retorno a la presencialidad produjo una extraña familiaridad que expresa qué se aloja dentro del dispositivo, y muestra que pese a la diversidad de soluciones que se han inventado para mantener el análisis, eso pasa por el cuerpo.