El tratamiento del niño autista

El autismo se presenta como un funcionamiento subjetivo singular y constante a lo largo de la vida pero eso no significa que permanezca de la misma manera. Con el dispositivo analítico se intenta desplazar el encapsulamiento autista, de modo tal que se puedan incluir objetos y personas en un mundo cada vez más amplio.

Ahora bien, no se trata de construir una clase más, sino que su importancia corresponde a las consecuencias que extraemos en la dirección de la cura a partir de un diagnóstico realizado bajo transferencia que lleva a la invención de una clínica original.

A partir de los Lefort

La orientación lacaniana tiene sus precursores en los trabajos sobre el autismo y la psicosis de Rosine y Robert Lefort. Podemos situar dos tiempos fundamentales en su teorización acerca del autismo: el primero es con la publicación de su libro en 1980, El nacimiento del Otro: Dos psicoanálisis, en el que contrapone los casos de Marie-Françoise, una niña autista de treinta meses y el de Nadia, una niña neurótica de trece meses. El segundo tiempo corresponde al libro La distinción del autismo de 2003. Entre ambos libros publican un tercer libro en 1988 titulado Las estructuras de la psicosis: el niño lobo y el presidente, en el que ponen en relación el niño lobo, Robert, con el presidente Schreber puesto que consideran que tienen la misma estructura.

Rosine y Robert Lefort retoman de una manera original los desarrollos de los esquemas ópticos y la topología utilizada por Lacan para pensar el autismo, con una clara orientación hacia el agujero en contraposición a la tradición kleiniana. Por su parte, Lacan en el Seminario 1 retoma el caso Robert y lo comenta.

En relación a los mecanismos propios del autismo, en el primer libro los Lefot plantean que el autismo es una a-estructura, es decir, no hay constitución de una estructura. A partir de Lacan indican que el significante queda como Uno solo en lo real como así también la imagen aparece en lo real. Incluso plantean que el autista “niega el agujero”.

El segundo libro publicado en 2003 se llama La distinción del autismo y allí llevan a cabo una síntesis de su teorización del autismo veinte años después. Acentúan entonces la acción de la pulsión de destrucción y los distintos grados en el autismo. El mundo del autista es para destruir o los destruye y le añaden el sadismo por parte del autista. El punto etiológico de esta estructura propia del autismo es que no hay Otro ni objeto pulsional. El Otro no está agujereado, no le falta nada, ningún objeto es separable y tampoco hay deseo. La operación de alienación no está presente porque no hay un significante inscripto en el Otro. Es por eso que el doble real se vuelve esencial en el autismo. Al no haber alienación a partir de la voz del Otro, el Otro queda como absoluto, real, sin objeto voz separable que pueda ser cedido. Las palabras que vienen del adulto no se constituyen como Otro, sino que resultan intrusivas. El planteo de la falta del objeto voz separable es el punto de partida del desarrollo de Jean-Claude Maleval.

Por último, distinguen el autismo de la psicosis, aunque también plantean que la salida del autismo es hacia la paranoia. Es más, hay forclusión en el autismo, pero se preguntan si la falla hay que situarla en la metáfora paterna. Es una manera de preguntarse si la forclusión concierne al Nombre del Padre. Afirman entonces que en el autismo existe una forclusión más radical, que está más acá de la castración, que es la de la Bejahung, la afirmación primordial. Sin esa afirmación primordial el significante no significa nada. En cambio, en la esquizofrenia la forclusión es la del Nombre del Padre.

A partir de 1996 los Lefort plantean una estructura autista, a diferencia de la a-estructura anterior. Toman en cuenta los testimonios de los autistas de alto nivel y constatan que existen grados en el autismo que conduce a plantear una estructura transestructural. Esta formulación se aproxima al espectro autista que se expande y en el que se multiplican los casos de autismo.

En los Lefort aparecen entonces planteos fundamentales examinados luego en la orientación lacaniana tanto por Maleval como por Laurent: es una estructura transestructural; hay un Otro real sin objeto voz separable; el doble real; la idea de una forclusión más radical.

Antes que nada Maleval critica su posición de la salida del autismo infantil precoz a través de la paranoia o de la muerte, y también su planteo de la falta de transferencia en el autismo: no hay una salida del autismo hacia la psicosis puesto que el autismo es un funcionamiento estable que evoluciona hacia el autismo. En relación a la estructura transestructural, Maleval plantea una estructura autista junto con distintos grados. El Otro real, sin objeto voz separable, es la hipótesis central de su libro, El autista y la voz, fuente de los trastornos en la enunciación. En relación al doble real, acentúa el predominio del doble y considera que los Lefort no lo desarrollaron lo suficiente. Por otra parte, Maleval plantea que hay un rechazo de la alienación, incluso una alienación parcial.

La ausencia de la pérdida es la base de la teorización de Jean-Claude Maleval. Primero plantea en su libro El autista y la voz que en el autismo no hay pérdida, no hay cesión del objeto voz, que conlleva los trastornos en la enunciación: enunciación muerta, técnica, borrada, desfasada, mutismo y verborrea. Después amplía esta formulación inicial y señala que si bien hay un énfasis en el objeto voz, no hay pérdida de ninguno de los objetos pulsionales. El autista arma entonces un borde autista en el que incluye el doble autista, los objetos autistas y los intereses específicos.

Jacques-Alain Miller, al retomar el caso de Robert examinado por los Lefort indica que el niño vive en lo real, nada falta, puesto que la falta se constituye como tal a partir de lo simbólico. En el mundo pleno no está incluida la falta, nada puede faltar, falta la falta, falta el agujero. El goce retorna en lo real como un exceso y puede producir episodios de automutilación.

A partir de estas formulaciones Eric Laurent señala en su libro La batalla del autismo que en el caso Robert no hay simbolización del agujero ni tampoco del borde, se produce entonces la forclusión del agujero. El encapsulamiento autista surge por el retorno del goce sobre el borde. Este encapsulamiento nombra una neo-barrera elástica, no ya un caparazón duro, en el que no hay trayecto pulsional ni zonas erógenas. Se pone así en juego el traumatismo del agujero como acontecimiento de cuerpo que vuelve al autista un ser sin agujero. La inexistencia del borde del agujero se redobla por la inexistencia del cuerpo. De allí su planteo de que el autismo está constituido por el funcionamiento de la iteración del Uno sin cuerpo.

La dirección de la cura no apunta ya a extraerle sus obsesiones ni arrebatarle el objeto autista para hacer caer la acción de la defensa como lo planteara Tustin, sino que más bien hay que propiciar su desplazamiento. El niño autista queda inmerso en lo real, nada falta y eso produce sus crisis de angustia. No hay constitución de una imagen especular. En la medida que el cuerpo supone que engancha la visión con el espacio, y el niño autista no tiene cuerpo, tiene que inventarse otras combinaciones, otros arreglos topológicos para el uso del espacio.

Por otra parte, plantea una diferenciación entre el autismo y la psicosis: en el autismo no hay Otro a quien dirigirse, no hay interrupción del mensaje porque tampoco hay una intencionalidad del mensaje que se dirija al Otro, más bien hay repetición del Uno sin que llegue a inscribirse, sin que se borre, por lo que aparece en más. De allí la iteración del Uno sin cuerpo a diferencia de la psicosis. En la psicosis se produce el fenómeno de la cadena rota, la ruptura de la articulación significante. En el autismo todos los significantes están en lo real e iteran. En cambio, en la psicosis algunos significantes retornan en lo real por la transferencia de lo simbólico a lo real. Eso marca una distinción del funcionamiento de lo simbólico.

En el autismo hay un simbólico-real, con manifestaciones del Uno de la letra que se presentan como un orden rígido, estereotipado, con la necesidad de tener un mundo siempre igual, fijo, con conductas iterativas, y un funcionamiento de la literalidad, con sentidos únicos para cada palabra. Presentan también “frases espontáneas”, que son más bien holofrases radicales: el niño en una situación de intensa angustia logra decir una palabra como si le arrancaran una parte del cuerpo. El autista opera un cálculo de la letra separado del cuerpo, con alucinaciones que corresponde al ruido de lalengua imposible de separar.

Tratamiento del niño autista y psicótico

En la actualidad podemos distinguir el autismo de la psicosis. Los desarrollos contemporáneos sobre el autismo en la comunidad analítica han posibilitado la extracción del autismo del polo extremo del grupo de las esquizofrenias y han contribuido a diferenciarlos entre sí.

La psicosis presenta un desencadenamiento, con movimientos de apertura y de cierre, de estabilización delirante, delirios, fenómenos psicóticos, creación de una lengua privada, y un imaginario que puede funcionar descentrado o con la emergencia de las duplicaciones propias del desdoblamiento imaginario. La alucinación corresponde a la trasferencia de lo simbólico a lo real. Dentro del retorno del goce, Eric Laurent plantea el retorno de goce sobre el cuerpo en la esquizofrenia, en el Otro en la paranoia, y el retorno de goce sobre el borde propio del autismo. En cambio, el autismo no se desencadena porque no hay un encadenamiento significante, más bien se trata de un inicio en la pequeña infancia, sin delirio ni constitución imaginaria. En la psicosis se busca alcanzar una estabilización delirante, en cambio, el autista llega con cierta estabilización en su mundo fijo y se busca conmoverla para deslizarlo en una metonimia que amplíe su mundo.

Jacques-Alain Miller, en una conversación clínica publicada en el libro Embrollos del cuerpo retoma la alienación y la separación dentro de la psicosis. La alienación en la psicosis no actúa a nivel de la represión sino con la forclusión y eso tiene consecuencias sobre la operación de separación. No hay una pulsión articulada al objeto a y a la separación como en la neurosis, sino que la pulsión emerge en lo real y se traduce en los fenómenos de cuerpo: cortan el cuerpo, se queda sin brazos, por ejemplo. Los fenómenos corporales como acontecimientos de cuerpo que aparecen en las psicosis los sitúa como la acción de la pulsión que emerge en lo real.

De aquí se desprenden dos trabajos clínicos diferentes. En el autismo se presenta lo que se llama una “clínica del circuito”. Se busca desplazar el borde autista, a través de circuitos, de secuencias, que se constituyen en la contingencia del encuentro con objetos del consultorio y que después iteran. La clínica de las psicosis corresponde a la “invención psicótica”, a cómo arreglárselas con el mundo sin disponer de un discurso establecido. El psicótico está fuera del discurso, tiene que buscar cómo componer un cuerpo y arreglárselas con él a través de sus montajes y de la creación de su lengua privada.

En el trabajo sobre las metonimias de las secuencias iterativas propio del autismo, con las distintas manifestaciones del Uno de la letra, dice Laurent, que incluye números, objetos, música, letras, “todo vale”, para producir ese efecto de desplazamiento sin forzarlo.

Uno de los elementos fundamentales del tratamiento es el respeto, la escucha del niño autista, puesto que a su manera “tiene algo para decirnos”, como dice Lacan. Se parte de la solución que encontró ese sujeto para estar en el mundo, sin quitarle el recurso del que dispone. Laurent indica que en la clínica del autismo se busca que aparezca algo nuevo en la repetición y para eso algo debe cederse. Resulta importante puntuar cómo se produce la cesión en el niño autista: a través de las heces, de los objetos pegados a su cuerpo, con el objeto oral, con el objeto voz, para que aparezca algo nuevo que lo desplace de la defensa inicial que actuó para él. Las ligeras y puntuales diferencias que aparecen en cada sesión en esas cadenas de objetos heterogéneos y discontinuos que arman circuitos permiten la acción de este desplazamiento.

Los tres registros en el autismo funcionan como consistencias separadas y se trata de ver cómo logran engancharlas en un mundo cada vez más amplio. Laurent plantea que el niño autista se inserta con pocas palabras en el mundo pero que puede complejizarlas en circuitos cada vez más amplios que introducen un significante real y le permiten engancharla a una imagen. La inclusión de más palabras permanece en un simbólico-real, anudándose con alguna imagen real, y ese anudamiento arma algo nuevo para el sujeto se incluya en el mundo. Incluso logra armar una lengua privada, a la manera de Daniel Tammet, con la que interactúa con los otros.

Maleval, por su parte, indica que el autista arma palabras, sorteando la enunciación, utilizando una lengua opaca para los otros, a veces intelectual, sin afectos, con un único sentido para cada palabra, reduciendo las palabras y la lengua a un código constituido por signos. Acentúa el funcionamiento del “lenguaje de signos”, en el que los signos quedan en estrecha relación con el referente, con una adhesividad a la palabra tal como se arma la situación primera, pero que se la adquiere metonímicamente. Propone entonces la idea de la constitución de un “imaginario de caparazón” al modo de una suplencia que corresponde al funcionamiento del doble para el sujeto autista. Eso abre una vía para reflexionar también acerca de las posiciones del analista en relación al sujeto autista como doble.

En la psicosis el analista se vuelve destinatario de las palabras, “secretario del alienado”, soporte de la construcción de la lengua privada que arma el sujeto psicótico para suplir la falta de un discurso establecido. Hay que centrar al sujeto psicótico en el fenómeno elemental, en el S1, y acompañarlo en su trabajo interpretativo, por supuesto sin delirar con él, y eso le permite obtener una suplencia. El trabajo analítico se dirige a la puntuación, al corte, para que esa lengua privada deje de estar holofraseada, introduciendo una pausa, una discontinuidad que pacifica las crisis de excitación del niño psicótico. Por otra parte, contribuye a armar lugares y funciones para alojar el cuerpo. Se produce un movimiento hacia lo simbólico, dice Miller, que permite inscripciones significantes, a sabiendas que esta construcción simbólica guarda cierta opacidad puesto que tiene un lado real.

Para concluir, podemos puntuar algunas de las diferencias que operan en la dirección de la cura entre los niños autistas y psicóticos. En el autismo se trata de extraer al niño de su homeostasis inicial e incluirlo a través del trabajo en transferencia, sin forzamientos, en un desplazamiento que tome en cuenta sus intereses específicos, que logre producir algo nuevo en la repetición a partir de la cesión del objeto, y buscar nuevos anudamientos de las tres consistencias que funcionan en lo real. En la psicosis la estabilización delirante permite inventar qué hacer con el cuerpo por fuera de los discursos establecidos a partir de la lengua privada. Pero tanto en la psicosis como en el autismo se debe partir del respeto de las soluciones y las afinidades propias del niño para que pueda encontrar su “saber hacer” en el mundo.

Uso contemporáneo de objetos tecnológicos en el autismo

Existen innumerables maneras de establecer un lazo sutil con el sujeto autista, sin intrusión, de modo tal de incluirse en su encapsulamiento y desplazarlo, y los analistas buscan hacerlo a través de sonidos, objetos, ritmos, pequeños hallazgos inesperados, utilizando juguetes, golpecitos, abriendo o cerrando los ojos, imitando movimientos, quedando en silencio, nombrando una palabra, a través de secuencias de números, y también utilizando objetos tecnológicos como teléfonos, tablets, computadoras, a través de recursos que dan cuenta de una serie que resuena con la Torre de Babel.

La soledad y la inmutabilidad, la fijeza, son dos características que usualmente describen al autismo: niños sin contacto con el mundo, encerrados en actividades solitarias y repetitivas que expresan la necesidad de mantener un orden rígido, sin que nada cambie, como una modalidad de defensa contra la angustia. En realidad, la soledad no es tan radical como se la puede suponer puesto que una parte de los niños buscan a su manera aproximarse al otro. Existe en los niños autistas un “lazo sutil” que posibilita un trabajo analítico, de modo tal de desplazar el muro invisible del encapsulamiento autista, y eso hace que no queden totalmente a solas con sus invenciones. La escucha del niño busca encontrar algo nuevo en la repetición a partir de sus intereses específicos, sus pasiones, mal llamados obsesiones. Los sujetos autistas en el análisis arman circuitos, secuencias contingentes que iteran en las sesiones. La intervención del analista no apunta de ninguna manera a extraerle los objetos autistas que forman parte de su encapsulamiento, como así tampoco a desmoronar y hacerle ceder sus intereses específicos que también forman parte de su encapsulamiento.

Mario es una adolescente de dieciséis años que recibo desde pequeño luego del fracaso de un tratamiento anterior. Durante el transcurso de su análisis cobraron importancia distintos tipos objetos que se incluyeron en sus sesiones que funcionaban como la apoyatura de sus secuencias iterativas. Durante el primer encuentro con una entonación particular me hace entrar en su mundo de dibujos animados en el que todo se debía repetir en forma exactamente idéntica. Hablaba usando frases de los dibujos animados que le permitían comunicarse con su entorno. A través de ellos me relató una y otra vez un en accidente con el auto que produjo un fuerte impacto sobre él. Lo que da muestras que a través del lenguaje iterativo los niños logran incluir en sus sesiones aquello que los angustia.

Ser parte de sus dibujos animados, aún sin llegar a conocer más que el fragmento elegido para su repetición, me enseñó muchas cosas. Los dibujos animados cobraron vida a través del encuentro analítico y me encontré frente a un guión establecido que me dictaba y que no tenían ninguna resonancia ni sentido para mí pero permitía entrar en contacto sin intrusión. En este contexto, la televisión era el objeto privilegiado para tomar las temáticas a partir de las cuales podía desarrollar sus secuencias, y dentro de su casa miraba continuamente fragmentos de películas de Disney en los celulares, interesándose en particular por secuencias secundarias que repetía incansablemente o escuchaba su música.

El celular encuentra rápidamente una nueva función: filma cuando baila y luego me muestra la filmación. No se trata ya de quedar pegado a los dibujos de la pantalla, sino que trae un objeto en su mano que le permite verse y mostrarse a él mismo. El objeto no es el apoyo de sensaciones sino que introduce una alternancia entre él y la imagen que ve. También iterativamente escucha durante toda la sesión las canciones que le gustan y las canta. Esta mediación le permite comenzar a contarme cosas de su vida cotidiana. Durante el pasaje de su pubertad hacia la adolescencia los dibujos animados fueron también la mediación para ponerse en contacto con sus compañeros, en particular de una niña. Se produce así la emergencia del afecto que da muestras del interés que experimenta hacia ella, sin desprenderse por ello de su funcionamiento singular, pero mostrando un desplazamiento de su encapsulamiento autista que le permite expresar algo de sus sentimientos. El despertar de la sexualidad acontece para todo sujeto y cada uno responde desde su singular posición subjetiva. Comienza a enviarse mensajes con ella por whatsup que consisten en enviarse emoticones y otros dibujos, sin escribir nada, como puras imágenes con sentidos fijos, haciendo uso de un estilo de comunicación contemporánea: las imágenes como signos lo dicen todo. Al mismo tiempo se acrecienta el uso de internet para acceder a los dibujos y variaciones de las canciones que le interesa alternando dibujos, idiomas y voces. Así lleva en sus manos sus recuerdos y afectos y puede verlos y mostrarlos. Las imágenes en movimientos y los sonidos lo dicen todo por sí mismos. Alternadamente canta y se ve cantar y ve cómo los otros lo escuchan con un gran orgullo y alegría desplazándose así de su homeostasis inicial.

La televisión, los grabadores, los juguetes del consultorio o el teléfono, son objetos utilizados comúnmente por los niños en sus análisis por fuera del diagnóstico. Lo que varía es el uso que puede darle el sujeto autista en la medida que se vuelven la apoyatura para desplazar su encapsulamiento autista. No hay preguntas planteadas para el sujeto, pero estos acontecimientos importantes cobran vida en su análisis. El celular se vuelve así el “auxiliar” de una narración entrecortada y el sostén de alternancias iterativas. Los tratamientos analíticos utilizan los objetos tecnológicos que eventualmente trae el niño como repeticiones apoyadas en imágenes, ya sea con dibujos que muestra o repite, alojando una voz fuera del cuerpo en la medida en que se aloja en un grabador o en un micrófono, dando lugar al despliegue de afinidades e intereses específicos. Estos objetos se vuelven así el soporte de desplazamientos del encapsulamiento autista, “objetos mediadores” como lo llama Maleval, “objetos transitorios”, según la expresión de Laurent, e incluso podemos añadir la expresión de “auxiliares del relato” sobre los que se apoya para su trabajo bajo transferencia dentro del dispositivo analítico.

BIBLIOGRAFÍA

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    • “El sujeto autista y el automaton de lo escrito”, Coloquio de Rennes, 2019.
  • Maleval, J.-C., El autista y la voz. Barcelona: Gredos, 2009.
    • “La estructura autista y el lenguaje de signos” (2017), conferencia inédita.
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