Una agresión inmotivada

El Sr. M. sale una noche de su casa mientras pasea por la Avenida Champs Elysées el azar lo cruza con una vagabunda que duerme tendida en la calle: toma entonces el bastón que lleva en la mano y la golpea sin un motivo aparentemente justificado. Es arrestado y conducido al hospital por orden judicial.

Intentaremos analizar en este trabajo lo que podemos llamar –parafraseando a Guiraud- una agresión inmotivada. Para ello comenzaremos por presentar la cuestión de la responsabilidad legal en el medio psiquiátrico junto con el tema de la “motivación”, para situar luego la particularidad de este caso. Si bien este paciente fue atendido durante su internación en el Hospital Ste. –Anne por una de las autoras del presente trabajo, la reconstrucción del pasaje al acto fue realizada a partir del legajo del paciente.

1. La responsabilidad legal

El tema de la responsabilidad del enfermo criminal ocupa un lugar central en el desarrollo de la medicina legal. La Antropología criminal de mediados del siglo XIX desplaza la cautivación que produce el crimen –mezcla de horror frente al acto y curiosidad piadosa frente a la víctima- a la preocupación por la situación particular del criminal. Esta nueva antropología que se nutre de la sociología naciente, en particular de Durkheim, se opone a la búsqueda fisiológica del “criminal nato” propuesta por Lombroso. De esta manera la preeminencia del “medio social” se opone al inantismo lombrosiano. Ya no se trata entonces del “criminal instintivo” del que hablaba la psiquiatría de comienzos de siglo, sino de la complicidad de la sociedad, es decir, la manera en que el medio social queda involucrado en la criminalidad que engendra.

Una nueva inversión dialéctica se produce cuando tanto Lacan como Foucault vuelven a enfatizar el crimen. Su intento es el de impedir la “deshumanización” del criminal. Vale decir, junto al resurgimiento de la importancia del acto criminal, lo que se plantea es la subjetivación del acto con el fin de evitar que se hurte tras la “psicología” del crimen.

Surge entonces otra respuesta al problema de la responsabilidad que la de la irresponsabilidad absoluta o la de la responsabilidad atenuada (engendro legal que encubre la dificultad diagnostica). El “loco-criminal” es responsable de sus actos (responsabilidad que no debe confundirse con el concepto de culpabilidad).

De esa afirmación se desprende la necesidad de poner en relación al sujeto con su propio acto. De esta manera la respuesta social tiene alguna chance de producir una significación.

2. El acto agresivo

Retomando el tema de la “inmotivación”, desarrollado en particular por Guiraud en “Los homicidios inmotivados”, intentaremos precisar si el acto del Sr. M. puede incluirse dentro de esta categoría diagnostica.

El Sr. M. sale por la noche a comprar una medicación para su abuela. Se siente molesto. Desde hace algunos días no puede dormir. Una discusión con su tío lo enfrenta a la situación de no disponer de dinero durante algún tiempo. Se siente “vagabundizado” (que se transforma en un vagabundo). En esta coyuntura particular, sin dinero y sin poder dormir, habiendo pasado el invierno sin calefacción, se siente empujado a golpear en forma inmediata. Esta sensación no esta acompañada de ninguna intencionalidad agresiva dirigida a una persona en particular. Es tan solo un “tener que golpear”. Por otro lado, sensaciones cenestécicas en los ojos lo atormentan: “lanzamientos” contra los ojos, como si se los pincharan. La ineficacia del tratamiento oftalmológico lo lleva a anunciar que finalmente terminara golpeando a alguien en la calle. Esta temática es retomada de diversos episodios donde el mismo es agredido o es testigo de una agresión dirigida a otra persona.

Esa noche el Sr. M. sale con un bastón a caminar por la Avenida Champs Elysées. Este bastón pertenece a su abuelo. Durante el ultimo tiempo el Sr. M. trabajaba como guía –ad honorem- de ciegos. El bastón se incluye entonces en el desarrollo actual de su delirio. Delirio que tiene una doble vertiente: por un lado su mestizaje y los trastornos hipocondríacos, y por otro lado el tema de la “presencia”.

El padre del Sr. M. (de origen francés) es de tez blanca. Se casa en Madagascar con una mujer de tez oscura. La problemática racial se incluye en el discurso familiar por el lado de sus abuelos paternos. Para el Sr. M. el color de su piel es un tema de gran preocupación. Desde hace años sigue diversos tratamientos para aclarar su tez morena. Junto a sus esfuerzos por transformar la coloración de su piel, se ocupa constantemente de rapar su cabello para borrar todo rastro de mestizaje.

El tema hipocondríaco central es el de estar enfermo de cáncer. De allí que se interesa durante algún tiempo por encontrar una vacuna contra el cáncer y escribe diversos trabajos sobre el tema.

La “presencia” es indeterminada: un guía espiritual que no alcanza a precisar. Se siente guiado por esa presencia. Empujado a actuar. Luego de su pasaje al acto esa presencia es nombrada “Dios”. Un Dios que lo lleva a actuar pero no logra sistematizar un delirio en torno a esa temática.

Otros elementos se enlazan a la “presencia”. A partir del inicio de una relación amorosa con una mujer, comienza a escuchar que golpean los muros para indicarle que lo que hace o piensa es correcto. Decide entonces someterse a la abstinencia sexual y esforzarse en unir el oriente con el occidente. Luego, los “lanzamientos” en los ojos comienzan a indicarle los mensajes que le envía la “presencia”.

* Publicado en Malentendido 5, Buenos Aires, 1989, pp.103-106.