Literatura y melancolía

A propósito del libro Macedonio Fernández. La escritura en objeto de Germán García

La convocatoria de esta noche a los efectos de presentar el libro de Germán García sobre Macedonio Fernández lleva el título “Literatura y melancolía”. La relación entre estos dos términos tiene una larga trayectoria. Desde la Antigüedad hasta el siglo XIX los “melancólicos” fueron considerados como los individuos capaces de elevarse a las altas esferas del pensamiento. Bajo el signo de Saturno, tanto los artistas como los creadores formaban parte del temperamento melancólico: ensimismados en su mundo interior y predispuestos, por ello mismo, a recibir inspiraciones y desembocar en la producción de obras de arte. Su caracterización era doble: exaltación y abatimiento. Esta descripción tradicional del carácter melancólico de los artistas retorna en Macedonio Fernández de un modo particular. Más que un Spleen –para parafrasear los poemas de Baudelaire- que subyace en el espíritu creador, la melancolía se vuelve en él el diagnóstico que da cuenta de su posición subjetiva.

El libro de Germán García sobre Macedonio Fernández tiene una doble virtud: es un libro literario escrito por un psicoanalista que no pretende hacer una psicobiografía ni una novela con tinte biográfico. La amalgama entre lituratura y psicoanálisis produce una intersección que permite encarar tanto la escritura de Macedonio como su psicosis melancólica con la misma fluidez argumentativa y sin el subterfugio de los lugares teóricos conocidos.

Germán García se enfrenta con el problema de cómo encarar una biografía. A su entender, el relato de una vida en realidad es una escritura que intenta capturar una ausencia, y al hacerlo, privilegia ciertas huellas sobre otras. Se diferencia así de las Memorias, en las que el autor resignifica una serie de acontecimientos de su vida de acuerdo a su interpretación y ordenamiento de los mismos. No se trata de explicar o entender sus textos a partir de su vida, sino de aprehender cómo aparece sujeto a ciertas repeticiones del texto, a ciertos movimientos que dan cuenta de un estilo. La exclusión de Macedonio entre la bio y la grafía intenta expresar que “vive por automatismo, se escribe por pasión”. Y es de esta pasión por Macedonio y de la inmersión del lector en lo indescifrable del texto que da cuenta Germán García a través de su propia escritura.

Macedonio nace en 1874, durante un tiempo trabaja como abogado, y en 1901 se casa con Elena de Obierta, con quien tiene cuatro hijos. Su esposa muere en 1920, y esta muerte sella con su ausencia su escritura particular. “La muerte de Elena, dice Germán, corta su vida. Antes el humorista, el especulador metafísico. Después un poeta sombrío y un escritor que presencia la vida como la alegoría de una ausencia”.

En el prólogo a la presente edición Germán señala que la “Eterna”, nombre del personaje de una de sus novelas, también es llamada “Elena-bella-muerte”, que es el nombre de su esposa muerta. La creación de la palabra “Belarte”, en la que la “b” puede ser cambiada por “v” da cuenta de lo que se está velando en el arte. La escritura se vuelve un trabajo de duelo en tanto que da un marco al vacío. Así, el duelo a través de las palabras instituye un texto que funciona a modo de metáfora del objeto perdido.

Pero esta escritura tiene un desgarramiento particular: la superabundancia de significantes es solidaria de una ausencia de significación. Los significados se reducen a algunos conceptos vagos tales como la eternidad o la pasión.

Pero lo determinante en la subjetividad de Macedonio no es su languidez ante la muerte de su amada esposa, que más bien funciona como desencadenante de su rumiar melancólico, sino cómo opera en él su relación al padre.

Durante una siesta de la adolescencia, Macedonio se confronta por primera vez a la aparición de su padre muerto que le habla de alguien que ha cautivado el amor de su madre por lo que está condenado a errar sin fin. Este encuentro alucinatorio es aproximado por Germán, tanto al comienzo como al final del libro, al Ghost de Hamlet. El padre retorna para comunicarle al hijo su falta. El padre de Hamlet, fue asesinado en  la flor de sus pecados, el de Macedonio expresa su condena errante.

El padre de Macedonio muere cuando él tenía dos o tres años. Desde esa primera aparición en la adolescencia, retorna su imagen alucinatoria de tanto en tanto y le habla. Germán indica que se trata de la transmisión melancólica que un padre hace a su hijo.

Durante estos encuentros, Macedonio sabe que el padre está muerto, no obstante, está seguro, tiene la certeza de que está frente a él y que le habla. Dirá entonces que él no escribe lo que dice el padre sino que transcribe sus palabras. Esta conminación a la escritura de las palabras alucinatorias del padre no dejan de evocar la relación de Joyce con el propio padre, que lo vuelve también a él el médium de sus palabras en la redacción de sus novelas.

El duelo patológico se instala en el corazón de su posición subjetiva a través de la identificación con el padre muerto. Su hipocondría es retomada en diversos pasajes del texto. Vivía acosado por sus miedos hipocondríacos e incluso llegaba a taparse el cuerpo con hojas de diarios debajo de la ropa, o con incontables pulóveres y sobretodos, para protegerse de su extremada delgadez. Llamaba literalmente “sobretodo” a su cuerpo en tanto que ocupaba el lugar del mundo exterior. Ese cuerpo era dejado caer a través de su delgadez extrema, su insomnio, su hastío monótono, su sentimiento de vacío, volviéndose una simple cobertura sujeta al sentimiento de la inminente desintegración.

La identificación narcisista que opera en la melancolía fue señalada por Freud en “Duelo y melancolía”. El das Ding es el objeto que retorna identificatoriamente. Por otra parte, en el trabajo “Visión de conjunto de las neurosis de transferencia” de 1916, Freud indica que la melancolía procede de la identificación con el padre muerto.

En un trabajo sobre la melancolía[1], Eric Laurent conjuga ambas orientaciones. La forclusión del Nombre-del-Padre que se produce en la psicosis melancólica produce un retorno de goce que es la Cosa que recae sobre el yo. Las dos presentaciones de la identificación, a la Cosa y al padre muerto, son dos caras de lo mismo: identificación significante de la forclusión del padre y retorno de goce.

El deambular melancólico de Macedonio, junto a su tematización de la muerte, lo ubica entre dos muertes: muerte simbólica que expresa la forclusión del Nombre-del-Padre que precede a su muerte biológica. Entre las dos muertes se ubica su dolor de existir y su queja melancólica, su expresión de una vida fuera del tiempo, cargada de temores y presagios, sujeta a encuentros alucinatorios esporádicos, pero recurrentes, con el padre muerto. Como el Señor Valdemar del cuento de Poe, recoge de las tinieblas de la muerte una voz de quien aún muerto no logra morir.

“Hay una muerte en suspenso, dice Germán, esa muerte sería la posibilidad de identificarse con ella, de eliminarla siendo ella”.

El personaje de Cósimo Schmitz, que atormentado por la culpa por haber asesinado su familia logra volverse eterno, expresa tal vez con mayor nitidez su aspiración: despojarse de la culpa melancólica que retorna a través de la identificación con la falta del padre muerto extrayéndose del mundo de los vivos, del fluir temporal para mitigar su agonía en la eternidad.

Germán García concluye que en el caso de Macedonio tal vez se ponga en juego lo que Lacan llamó la “mentalidad”, dado que se trata de un sujeto que aspiraba a desmaterializarse y al morir pesaba alrededor de cuarenta kilos. Se trata, dice Germán, de “un sujeto que pensaba la sexualidad como un sufrimiento continuo, y el cuerpo como un obstáculo a la realización de una pasión, sin tiempo y sin objeto”.

En las diversas autobiografías que escribió, Macedonio relata que se ve cayendo de diez metros y que se especializaba en caídas.

Macedonio Fernández escribió un relato titulado “Una imposiblidad de creer” en la que retoma la caída:

“Un padre y un niño de doce años caminan paseándose por una ribera de mar. Cuando ya algo cansados habían de abandonar su paseo, en un impulso del niño por alcanzar una mariposa se desprende de la mano del padre y resbala al mar. El padre se lanza al agua y logra asir al niño por los cabellos y retenerlo, pero muy poco nadador y molestado por la ropa, pronto está extenuado y húndese, se ahoga y suelta los cabellos del niño. Perecen los dos”. Se pregunta entonces Macedonio: “¿Nunca sucederá, en el minuto inmediato y en todo el futuro, que ese niño logre comunicarse al padre, decirle: ‘Padre mío, ¿cómo es que me soltaste de la mano? ¿Es que ya no me querías?’; y el padre le diga: ‘Yo morí antes que tú y mi mano muerta te soltó’. Cesar eternamente la personalidad del padre sin poder decir al hijo que no esté en él el horror de creer que su padre le dejó morir, qué tormento en el padre, qué desmayo en el hijo de toda fe en el padre. No lo puedo creer”. Reclama entonces “un instante más de esta pobre vida para una mutua explicación”.

Este texto, citado por otro autor, probablemente fue escrito por Macedonio, no encontré la referencia, por lo que pienso que si no lo escribió, tal vez lo soñó y merecería haber sido escrito por él.

A la manera del célebre relato del filósofo chino Chuang-Tsé que soñó ser una mariposa, y al despertar, no estaba seguro de ser una mariposa que soñaba con ser un hombre. ¿Acaso este encuentro imposible es la mariposa soñada por él o él sueña con la imposibilidad de este encuentro, con el dejar caer del padre que lo hunde en la melancolía? ¿Será acaso el prólogo a lo nunca escrito que se escribe a pesar suyo?

El libro de Germán García fue publicado por primera vez en 1975, es decir, lleva ya un cuarto de siglo marcado por una prolífera actividad de Germán como psicoanalista y también como escritor. Por entonces, intentaba conjugar algunas indicaciones de Lacan sobre el estilo y el texto de Freud “Duelo y melancolía”. Lo notable de la escritura de Germán es que la inmixión entre literatura y psicoanálisis despoja al escrito del ritmo del tiempo y logra encontrar, a la mejor manera de Macedonio, un espacio de suspención temporal en el que los sueños vuelven a capturar al lector, transformando su ausencia en palabras.

* Publicado en La revista de Psicoanálisis 4, Buenos Aires, 2000.

NOTAS

  1. E. Laurent, “Melancolía, dolor de existir, cobardía moral”, Estabilizaciones en la psicosis, Manantial, Buenos Aires, 1992.