(Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1997)

El libro La voz puede considerarse un tríptico : los artículos que lo componen articulan cacofónicamente el objeto voz en psicoanálisis. Lacan introdujo dos objetos nuevos a los ya clásicos -oral y anal-. Tanto el objeto escópico como el vocal no pueden situarse en ningún estadio evolutivo, por lo que radicalizan su posición de pura consistencia lógica que alojan un vacío.

El artículo de Jacques-Alain Miller -“Jacques Lacan y la voz”- sitúa este objeto en la enseñanza de Lacan. A partir de la experiencia clínica de la psicosis, en la que se pone en juego las alucinaciones, Lacan puede situar a la voz y a la mirada como dos formas del objeto a. Ambos objetos padecen una esquizia : entre la visión y la mirada en un caso, entre la voz y la sonoridad en el otro caso. La voz en cuestión es a-fona, no es audible, salvo cuando se positiviza en la psicosis. La voz como objeto es el resultado de la sustracción de la significación al significante : “la voz en el sentido de Lacan -dice Miller- no sólo no es la palabra, sino que no es nada del hablar” (p.15). Este objeto indecible asigna un lugar al sujeto. Aparece como tal cada vez que el significante se quiebra. De allí que concluya : “Si hablamos tanto…es para hacer callar lo que merece llamarse la voz como objeto pequeño a” (p. 21).

El segundo artículo -“La voz y el superyó”- resulta un complemento del anterior. Bernard Nominé estudia el aspecto superyoico de la voz. La voz condensa la parte del ser del sujeto que no tiene significación en el Otro. En ese sentido, es el paradigma de lo que Lacan llamó el objeto de la separación, en la que el sujeto y el Otro lo comparten en tanto vacío. Las voces alucinatorias del psicótico son el resultado de la falta de extracción del objeto del campo del Otro. En tanto tales, funcionan de modo que el Otro responde con un vozarrón que insulta al psicótico. Este texto, resultado de una conferencia dictada en la EOL, eminentemente clínico -examina en detalle dos casos clínicos- se detiene también en el estudio de Theodor Reik sobre el shofar retomado por Lacan para distinguir superyó de Ideal del yo. Propone que “…el superyó es esa tendencia que exige que no quede resto, así que la meta del superyó sería la de agregar la voz al significante ideal. Que no queden sobras es el fundamento de la orden superyoica” (p. 31).

El último artículo de esta serie -“La voz en la diferencia sexual”- parte del estudio de la música en relación a la voz, para deslizarse a las posiciones femeninas y masculinas en las fórmulas de la sexuación. Slavoj Zizek afirma que en el momento en que la voz se vuelve amok se rompe las amarras de la significación para precipitarse en el consumo del goce en sí. Estudia dos ocurrencias ejemplares del eclipse de la significación en el goce de sí : el apogeo del aria (femenina) en la ópera y la experiencia mística. El estatuto sexual de la voz, por un lado, se experimenta como un excedente, el “suplemento de goce” que sostiene a la voz como distintivo de la feminidad ; por el otro, es asexuada : es la voz del ángel, personificada en la figura del castrado. La contraparte femenina de esta mutilación es el mito de los padecimientos que sufre la diva para alcanzar su voz. A través del estudio del shofar, Zizek articula el objeto voz al padre. El sonido del shofar confiere a la ley su eficacia performativa -la voz como soporte de la ley-, pero también le recuerda a Dios que debe cumplir con su pacto simbólico y dejar de atormentar a la criatura con su rugido sacrificial. La última parte del artículo se desliza hacia pertinentes puntuaciones relativas a las fórmulas de la sexuación y la distribución de hombres y mujeres en relación a la función fálica.

El recorrido de estos textos permite aprehender el inasible objeto voz desde la perspectiva lacaniana, resto que emerge como soporte inefable de estos dichos.

* Publicado en El Caldero 59, Buenos Aires, 1998, pp. 103-104.