Cuestiones eticas frente al SIDA: la libertad de procrear

Lacan definió la ética como solidaria del concepto de deseo: “El deseo, lo que se llama el deseo, basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde“[2]. Nuestra contemporaneidad intenta confrontarse a la cobardía a través de las “comisiones de ética” destinadas a proteger los derechos del hombre desde una tribuna pública de debate. El término “bioética”[3] en sí mismo introduce cierta ambigüedad: cuando concierne al hombre, ¿se trata del hombre en tanto hombre o en tanto que ser viviente?

Se puede examinar el tema de los “derechos del hombre” desde una doble perspectiva: desde el aparato jurídico regulado por el Estado o desde una perspectiva del sujeto.

Blandine Barret-Kriegel, en su libro El estado y los esclavos[4], distingue entre la libertad humana y la libertad civil. La libertad humana es el derecho de cada uno de apropiarse de su cuerpo, el derecho a la vida. La civil, concierne a los derechos políticos, y como tal es más moderna puesto que implica un control del poder por parte de los ciudadanos. La libertad humana está asociada al derecho como ley garantizado por un Estado de derecho. Los derechos civiles, en cambio, conciernen a un contrato y al derecho privado. Sin garantía política del estatuto jurídico no existen derechos individuales; es decir, sin un Estado de derecho no hay derechos del hombre.

La perspectiva del sujeto es tratada por Lacan en “Kant con Sade”. Los derechos del hombre “se reducen a la libertad de desear en vano… que es ciertamente la libertad de morir“[5]. El verdadero factor revolucionario es la libertad de desear que confronta al sujeto con su “derecho al goce“[6].

El goce, siempre singular, no puede ser universalizado. De allí la imposibilidad de amar al prójimo -señalado ya por Freud y Lacan- y la dificultad del lazo con los otros.

Eric Laurent y Jacques-Alain Miller se ocuparon de desarrollar esta cuestión en su curso del año pasado: “El Otro que no existe y sus comisiones de ética”[7].

Jacques-Alain Miller afirma que la caída de los significantes amos pone al descubierto la inexistencia del Otro. A falta de las garantías que suministran los ideales, surgen a modo de reemplazo las comisiones éticas. La “Declaración de los Derechos del Hombre” es la consecuencia ya del incremento del poder universalizante del discurso de la ciencia. En la actualidad, estos derechos tienden a ser substituidos por los derechos del mercado. Tanto la universalización de la ciencia como la globalización del mercado quedan en tensión con el incremento de los movimientos segregativos.

Eric Laurent define a los comités de ética como figuras de la subjetividad de nuestro tiempo que intentan restaurar el sentido moral del Otro, mientras que somos contemporáneos a la fuga del sentido, a la paradoja de la mezcla de goces y su segregación, sin que aparezca claramente la instancia que decida hacerse responsable de ello. En definitiva, se vuelven el síntoma de la radicalización del aislamiento de los hombres y las mujeres en sus respectivos goces.

Estas cuestiones se ponen en juego frente a los enfermos de sida. La regulación entre el goce individual y la injerencia del Estado determina las medidas de prevención, la adjudicación de recursos para el tratamiento de la enfermedad y la protección contra los movimientos segregativos.

Quisiera detenerme en esta oportunidad en un tema polémico: la elección de tener un hijo por parte de mujeres portadoras del HIV o enfermas de Sida.

Geneviève Paicheler[8] señala que actualmente se plantea en los EE.UU. la posibilidad de supresión del derecho de procreación a estas mujeres en nombre de los derechos contradictorios de la madre y del feto, en nombre del derecho del niño a no nacer o de nacer bien.

Esta formulación no es sorprendente en una época en la que se tiende a una gestión tecno-cientificista del viviente y a la manipulación genética.

El llamado “diagnóstico prenatal”[9] permite evaluar con precisión el estado de salud del embrión o del feto, y el que tendrá después del nacimiento. Esta herramienta científica posibilita prolongar el límite de edad para la maternidad y alivia del nacimiento de un bebé con malformaciones aberrantes o con enfermedades a riesgo letal. El problema es la interpretación de los resultados y su uso. ¿Cómo evitar los excesos que conducirían a una selección genéticamente manipulada? ¿Cómo se decide qué bebé tiene mayor derecho de nacer? ¿Qué asegura de antemano la vida futura? ¿Desde qué perspectiva se puede gestionar el deseo de maternidad?

El número de mujeres seropositivas en edad de procrear va en aumento y esto incluye que se ponga en juego eventualmente el deseo de conservar su embarazo. Cada tres niños que nacen de una madre seropositiva, uno es seropositivo, y entre ellos algunos pierden su seropositividad después del nacimiento. La transmisión madre-hijo se produce esencialmente al final del embarazo, durante las diez últimas semanas. En todos los casos está contraindicado el amamantamiento porque aumenta el riesgo de transmisión del virus. La transmisión materno fetal es estimada del 20 % en Europa, con una disminución del 8 % en caso de tratamiento con la zidovudine (AZT)[10].

Lo abordado en términos de derechos por la comisiones éticas en realidad conciernen a cuestiones de deseo. El derecho de proseguir o no con un embarazo no puede estar regulado por el Estado. La libertad de desear no asegura lo mejor, pero es la única vía para que el viviente tenga una vida. No puede plantearse un universal que valga para todos los casos. Esta elección sólo puede ser tomada en la intimidad de cada sujeto. La perentoriedad del aborto es tan aberrante como su prohibición.

Catherine Labrusse-Riou dice que el derecho siempre es un espejo, remarcable y demasiado ignorado, de la sociedad, de sus males y de sus virtudes[11]. Si la verdadera apuesta ética de nuestro tiempo es preservar lo singular frente a la oleada globalizante o segregativa, ¿seremos capaces de estar a la altura de semejante desafío?

Publicado en Fort-Da, Santa Fe (1997), pp. 109-111

NOTAS

  1. Trabajo presentado en la 2º Jornada del Ateneo de Investigación Psicoanálisis y Sida: “Etica y experiencia límite”, setiembre de 1997, y publicado en Fort Da (1997).
  2. J. Lacan, “Kant con Sade”, Escritos. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1985, p. 761.
  3. El término bioethics fue creado en 1971 por V. R. Potter en una obra llamada Bioethics, Bridge to the futur,
  4. B. Barret-Kriegel, L’Etat et les esclaves. Paris: Payot, 1989.
  5. J. Lacan, “Kant con Sade”, op. cit., p. 762-763.
  6. Idem, p. 765.
  7. E. Laurent y J.-A. Miller, “L’Autre qui n’existe pas et ses comissions d’éthiques”, París, curso 1996-97, inédito.
  8. G. Paicheler, “La voie étroite: l’éthique d’une épidémie”, Le défi bioéthique, Série Mutations Nº 120, Paris 1991.
  9. C. Moraine, “L’avenir du futur”, Le défi bioéthiqueop. cit.
  10. F. Gold, P. Choutet, E. Burfin, Repères et situations éthiques en médecine, cap: “Grossesse et sida”. Paris: Ellipses, 1996.
  11. C. Labrusse-Riou, “Ombres et lumières des lois”, Le défi bioéthiqueop. cit.