La interpretación, entre significación y sentido

Lacan produce cierto deslizamiento en su definición de la interpretación. En el Seminario XI (1964), la define como “una significación… destinada a hacer surgir significantes hechos de sin-sentido”[2]. En cambio, en “El atolondradicho” (1972), aparentemente dice exactamente lo contrario: “es sentido y va en contra de la significación”[3]. Intentaremos en este trabajo situar ambas definiciones en su contexto teórico para indicar el lazo que se establece entre ellas.

1. La interpretación como significación

La práctica psicoanalítica en cierta manera consiste en “dar sentido”, sentido que la demanda de análisis busca frente al enigma que le plantean al sujeto sus síntomas. La entrada en el dispositivo analítico se produce en tanto ese sufrimiento subjetivo se dirige hacia un saber que le dará sentido; esta suposición de saber sostiene la operación analítica.

Pero existe una dimensión desapercibida del sentido: su determinación por la articulación significante. En la asociación libre el sujeto percibe que dice más, algo diferente, a lo que quería decir: distancia entre el querer decir, la intención de significación, y el hablar, que da lugar al malentendido, parte del sin-sentido que acompaña al sentido.

La interpretación no está abierta a todos los sentidos: existe una determinación inconsciente, indica Lacan en el Seminario XI. De allí que “el objetivo de la interpretación no es tanto el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes de toda la conducta del sujeto”[4].

¿Por qué en este seminario define a la interpretación como “significación” y no como un significante sin-sentido?

La interpretación como significación, apunta al sin-sentido para cercar la determinación inconsciente de las repeticiones del sujeto y constituye la vertiente metafórica de la interpretación, solidaria de la también metafórica estructura de la represión[5]. Se trata de aprehender lo que no puede ser dicho, de la reemergencia de significantes reprimidos.

La definición de interpretación es solidaria a la del inconsciente, que en este seminario es definido como el real que se aloja en el intervalo significante. De allí que la interpretación es un decir del analista que no apunta ya a la verdad sino a lo real que emerge en los intersticios de los dichos del paciente. No se trata de reenviar al infinito la producción de sentido, sino de que el sujeto alcance a descubrir el real -desde donde sus dichos cobran sentido- y cuál es su goce.

El saber queda del lado de la interpretación que apunta a desarticular la producción del sentido que el sujeto arrastra con su historia, y recuperar los significantes elididos por la acción de la represión: vía que conduce al develamiento del objeto causa del deseo que produce la división subjetiva.

2. La interpretación como sentido

En los años 70 se produce un cambio de axiomática en la enseñanza de Lacan[6]. La del deseo se apoyaba en la palabra dirigida al Otro, en tanto que el deseo se aloja entre los significantes y se desliza en el metonimia de la cadena. Prevalece ahora la axiomática del goce, del cual la palabra se convierte en vehículo. El inconsciente se vuelve un saber cifrado, escrito, que aloja al goce y debe ser descifrado en su lectura. Por otra parte, los tres registros -simbólico, imaginario y real- quedan equiparados en relación al goce.

Lacan se esfuerza por separar el significado que produce el significante, del goce de la letra; es decir, la pura articulación significante que produce efectos de sentido, del sentido de goce. Por otra parte, la letra, concepto utilizado por Lacan desde 1958 como “soporte material” del significante, guarda el valor de significante fuera de la función de producir significaciones, pero se añade la dimensión de objeto por su relación al goce. La palabra ofrece sentidos para ser comprendidos, pero también incluye al sin-sentido que remite al goce del sentido (jouis-sens). El significante más que ser un instrumento de comunicación se vuelve un instrumento de goce: el inconsciente como escritura es el referente del goce que se contabiliza.

Esta orientación produce una modificación en la concepción del inconsciente: es un saber que no piensa pero que trabaja. Como lo señala Serge Cottet, el inconsciente designa al mismo tiempo la indeterminación subjetiva -lo no realizado es el propio sujeto- y el trabajo que lo suple[7].

El saber del inconsciente queda en disyunción con los pensamientos (a diferencia de la concepción freudiana), y en su lugar se acentúa su trabajo de cifrado de goce. Es por eso que Lacan señala que las cadenas de significantes “no son sentido sino goce de sentido” (jouis-sens)”[8].

En “El atolondradicho” Lacan señala que la interpretación “…es sentido y va contra la significación”[9]. Esta definición difiere de la del 64 donde Lacan indicaba que era significación. El sentido aquí invocado es sentido de goce, que se reduce a un sin-sentido, y como tal no propone una nueva significación: es “oracular” -lo que destaca la vertiente metonímica de la interpretación-, S1, de donde emerge el objeto de goce del sujeto. No es ya saber, que alude a la interpretación como significación antes aludida, en tanto que el saber queda del lado del inconsciente que trabaja.

Su instrumento es el equívoco: permite la emergencia de sentidos latentes producidos por el lenguaje más allá de las significaciones, y alcanzar así al goce que se desliza entre los significantes. Lacan señala tres modalidades: la homofonía, la gramática y los equívocos lógicos. La homofonía, de la que depende la ortografía. Aquí intervienen la metáfora y la metonimia, y el analista debe usar la retórica para emplearlas en el momento adecuado. La gramática fija un número de significaciones y la lógica atraviesa esa consistencia aparente dada por el lenguaje y muestra su punto de incompletud.

Esta vertiente de la interpretación es decisiva: se trata de deshacer el efecto de cifraje producido en el inconsciente y que remite la labor analítica al infinito. El punto de detención se encuentra en el lado significante como en el del objeto de goce. A eso se le añade el goce que experimenta el analizante en su producción de sentido.

De esta manera, el resto de saber aislado por el trabajo analítico, el goce que sostiene al trabajador incansable llamado inconsciente, puede detener su carrera y encontrar su salida.

Publicado en : La interpretación de Freud a Lacan, Colección “Orientación Lacaniana”, E.O.L , Córdoba 1996.

NOTAS

  1. Este artículo retoma algunos desarrollos de mi conferencia inaugural de la Sección Clínica de Buenos Aires dictada en marzo de 1995.
  2. J. Lacan, Seminario XI, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós, 1993, p. 258.
  3. J. Lacan, “El Atolondradicho” (1972), Escansión 1, Paidós (Buenos Aires), 1984, p. 52.
  4. J. Lacan, Seminario XI, op. cit., p. 219.
  5. J.-A. Miller, “E=UWK”, Seminario hispano-hablante, París, julio de 1994.
  6. J.-A. Miller, “Ce qui fait insigne”, París, curso de 1985-86.
  7. S. Cottet, “Deux modes d’interprétation”, La Cause freudienne (París), 1994.
  8. J. Lacan, “Televisión” (1973), Psicoanálisis. Radiofonía y Televisión. Barcelona: Anagrama, 1977, p. 94.
  9. J. Lacan, “El atolondradicho”, op. cit., p. 52.