El síntoma como metáfora

En “La instancia de la letra” Lacan define, de una vez y para siempre, al síntoma como metáfora. La vertiente de goce enlazada al síntoma no deshace su funcionamiento metafórico, sino que acentúa lo que hay de metonimia en el síntoma. Si bien en esta época afirma que el deseo es metonimia, existen relaciones particulares entre ambas figuras retóricas.

El punto de partida es el binario significante-significado retomado de de Saussure[1]. Pero su posición es diferente: por un lado, invierte el esquema saussuriano y le da preeminencia al significante; por otro, le critica su concepción de la relación arbitraria puesto que el significante participa en la producción del significado, e indica que una afirmación tal de arbitrariedad pertenece al discurso amo[2]. Incluso plantea en “Radiofonía” que es un “lapsus” que Saussure cometió[3]. En “Aun” dice que hablar de arbitrario “…es escurrirse, escurrirse hacia otro discurso, el del amo, para llamarlo por su nombre. Arbitrario no es lo que cuadra”[4]. Y luego: “Decir que el significante es arbitrario no tiene el mismo alcance que decir simplemente que no tiene relación con su efecto de significado, pues es escurrirse hacia otra referencia“[5].

El binario significante-significado es modificado al final de su enseñanza -tal como lo señala J.-A. Miller[6]-: el binario signo-sentido toma su lugar. El primero, da como efecto la significación; el segundo, queda vinculado al goce. Estudiaremos en esta clase exclusivamente el primer binomio.

1. La teoría de los signos

La semiótica es la ciencia de los signos. Muchas veces se considera que es un sinónimo de la semiología. Existen dos escuelas fundamentales y opuestas dentro del campo de los estudios semióticos. En líneas generales puede decirse que se oponen una corriente anglo-americana que sigue los fundamentos semióticos establecidos por el filósofo pragmatista del período de entre-siglos Charles Peirce, y la escuela francesa que ha continuado los principios semiológicos formulados por Saussure. Por esto, suele designarse como semiótica a la escuela americana, y como semiología al estructuralismo francés.

Charles Morris, seguidor de Peirce, en su libro Fundamentos de la teoría de los signos[7], indica que algo es un signo sólo si un intérprete lo considera signo de algo. Aquí puede verse ya la diferencia fundamental entre la semiótica y la semiología: en la primera, todo se funda sobre relaciones triádicas, mientras que para el estructuralismo las relaciones fundamentales serán siempre binarias.

El signo y el intérprete se implican mutuamente. Un signo debe tener un designatum, pero no todo signo se refiere a un objeto existente real. Esto incluye el caso del señalar: alguien puede señalar con un propósito determinado, sin que señale nada concreto. Cuando aquello a que se alude existe realmente como algo referido al objeto de referencia, hablamos de denotatum.

La definición de signo de Peirce es: “El signo es lo que representa algo para alguien“. J.-A. Miller[8] indica que Lacan retoma esta definición para contraponerla a la del significante: “El significante es lo que representa algo para otro significante“. Si bien guarda la estructura de la representación, el alguien no es el destinatario de la representación, sino que es el sujeto vehiculizado por la cadena de significantes, que no es una consciencia de representación sino un conjunto significante.

Esta oposición entre signo y significante pone en primer plano la articulación significante. Miller indica: “Los significantes hablan a los significantes y hablan del sujeto. Mientras que los signos hablan a las consciencias“[9].

Existen distintos niveles de semiosis. Se pueden estudiar las relaciones de los signos con los objetos a los que son aplicables, es la dimensión semántica. La dimensión pragmática corresponde a la relación de los signos con los intérpretes. La relación de los signos entre sí pertenece a la dimensión sintáctica. Estas dimensiones poseen términos especiales para designar ciertas relaciones: “implica“, para la relación de signos entre signos; “designa” y “denota“, para la relación de los signos con los objetos; y “expresa“, para la relación de signos con intérpretes.

Por ejemplo, la palabra “mesa” implica “mueble con una superficie horizontal en la que pueden colocarse objetos”; designa cierto tipo de objeto (un mueble con una superficie horizontal en la que pueden colocarse objetos); denota los objetos a que puede aplicarse; y expresa su intéprete.

La sintaxis es la rama más desarrollada de la semiótica. Aquí se nuclean, entre otros, los trabajos de Leibniz, Boole, Frege, Peano, Peirce, Russell, Whitehead y Carnap. Desde esta perspectiva, se pueden establecer tres tipos de signos: indéxicos (denota un único objeto); caracterizadores (denota una pluralidad de cosas); y universales (tiene una implicación universal).

La semántica se ocupa de la relación de los signos con sus designata, con los objetos que denotan. Aquí se sitúan las polémicas en torno a la verdad. Por otro lado, encontramos la diferencia entre ícono y símbolo. El ícono muestra las características que el objeto debe tener para ser denotado por él -por ejemplo, una fotografía, un mapa estelar, un diagrama químico-. El símbolo es el signo caracterizador contrario al ícono -por ejemplo, la palabra “fotografía”, los nombres de las estrellas, los elementos químicos. Un concepto es una regla semántica que determina el uso de los signos caracterizadores.

La pragmática es la ciencia de la relación de los signos con sus intérpretes. El interpretante de un signo es el hábito en virtud del cual puede decirse que el vehículo sígnico designa ciertos tipos de objetos o situaciones. Las reglas pragmáticas expresan las condiciones bajo las que un vehículo sígnico es un signo. Esto difiere radicalmente de la interpretación en psicoanálisis.

Lacan se desentiende de la semiótica, y su uso del signo le es particular. Dice en “Radiofonía” (1969): “Si tuviera que violentar ciertas connotaciones de la palabra, diría semiótica a toda disciplina que parte del signo tomado como objeto, pero para destacar que ahí precisamente se hace obstáculo a la aprehensión del significante como tal. El signo supone el alguien a quien hace signo de alguna cosa. Es el alguien cuya sombra ocultaba la entrada en la lingüística“[10]. Su crítica apunta al hecho de que la semiótica toma al lenguaje como una mera herramienta de comunicación, mientras que Lacan pone el acento en la primacía significante.

Luego añade que lo que denunció de la semiótica no impide que haya que rehacerla. “Si el significante representa a un sujeto, según Lacan (no un significado), y para otro significante (lo que quiere decir: no para otro sujeto), ¿entonces cómo puede, ese significante, sucumbir al signo que de memoria de lógico, representa alguna cosa para alguien?“[11]. Esto lo lleva a concluir que como psicoanalista debe utilizar la lógica del significante para romper el señuelo del signo, puesto de lo que se debe ocupar es de la división del sujeto.

Para ejemplificar esta afirmación toma la clásico signo de “no hay humo sin fuego” para preguntarse acerca del productor del fuego. Para responderlo pone en movimiento a toda la cadena significante.

Su distanciamiento crítico de la lingüística lo lleva a formular en “Aun” que más bien se ocupa de la “lingüistería”.

2. Significante, significado, significación

Si bien la primacía de lo simbólico es planteada por Lacan desde el comienzo de su enseñanza (1953), “La instancia de la letra” (1957) es un artículo en el que esta cuestión está ampliamente desarrollada dada su cercanía de la lingüística. El punto de partida es la formulación de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Retoma la noción de signo de Saussure, cuya definición es negativa y relacional. Cada elemento del mismo obtiene su valor de acuerdo a su posición en el conjunto y por su característica de ser diferencial: se definen de modo negativo, por ser lo que no son los otros. El elemento mínimo es el fonema y forma parte del conjunto sincrónico del significante que se compone según las leyes de un orden cerrado. La sincronía es cuando todos los elementos pertenecen a un solo momento de una misma lengua. Debe diferenciarse de la diacronía, que reúne elementos que pertencen a estados de desarrollo de la misma lengua.

El sustrato topológico del significante es tomado como un collar de anillos por lo que lo denomina “cadena significante”.

El algorimo sassuriano sufre desde el inicio una transformación al ser retomado por Lacan. En Saussure el significante se ubica abajo de la barra y el significado arriba. Lacan lo invierte con lo que muestra la función activa del significante en la determinación del significado, cuya función la escribe f S 1/s. La barra se vuelve una “barrera resistente a la significación”[12], en la que se sitúa la represión freudiana: lo reprimido son significantes, no significados.

A modo de ejemplo, toma el dibujo de dos puertas debajo de la barra, y sobre ellla las escrituras “caballeros” y “damas”. El significante determina el significado del “excusado ofrecido al hombre occidental para satisfacer sus necesidades naturales fuera de su casa… y que somete su vida pública a las leyes de la segregación urinaria“[13]. El significante que introduce la diferencia entre los sexos, que Lacan retoma en el apólogo de los hermanos sentados en el tren que ven respectivamente, de acuerdo a su ventanilla, los letreros “Damas” y “Caballeros”, exilia a los seres-hablantes a una “guerra ideológica” entre los sexos.

La “intención de significación” está marcada por una temporalidad. El punto de capitón produce el efecto de significación retroactivo. El paradigma de esta formulación es el ejemplo de las “frases interrumpidas” que Lacan retoma en el análisis de las alucinaciones del Presidente Schreber, que muestra lo que sucede cuando falta ese punto de capitón. La significación queda suspensaida por lo que se produce una vacilación atributiva.

La temporalidad retroactiva difiere de la saussuriana. Las dos napas del esquema de Saussure[14], la del significante y la del significado, no fluyen, entre ambas se produce el abrochamiento en lo que Lacan denominó punto de almohadillado.

Lacan indica que “…es en la cadena significante donde el sentido insiste, pero que ninguno de los elementos de la cadena consiste en la significación de la que es capaz en el momento mismo“[15]. El sentido insiste por la acción del automatismo significante, pero no puede consistir en sí mismo puesto que depende de la articulación de la cadena. Eso no impide que el significado se deslice bajo el significante, anticipo del deslizamiento metonímico del goce.

3. Metáfora y metonimia I (los años 50)

Según Lacan, las leyes del lenguaje son la metáfora y la metonimia. Lacan introduce en su teorización estas figuras retóricas en su Seminario III a partir de los trabajos de Jakobson sobre las afasias[16].

La metáfora supone similitud, similaridad, y funciona por sustitución de posición[17]. Corresponde a la afasia motora, en la que se producen fallas en la contigüidad: los pacientes son incapaces de articular una frase compuesta que, no obstante, pueden nombrar correctamente.

Toma como ejemplo un verso de Víctor Hugo: “Su gavilla no era avara ni odiosa“[18], que se refiere a Booz. ¿Cuál es la metáfora? ¿Por qué no puede considerarse este ejemplo como una metonimia dada la relación de contigüidad que se establece entre gavilla y Booz? Lacan responde en el Seminario III: “La gavilla es literalmente idéntica al sujeto Booz por su similitud de posición“[19]; y también: si bien la connotación fálica -a través del “pene regio de Booz” dice Lacan- está presente en la frase, “…esto no le da a la gavilla su virtud metafórica, sino su colocación en posición de sujeto en la proposición, en el lugar de Booz. Se trata de un fenómeno de significantes“[20]. El resultado de esta sustitución es: gavilla/Booz.

Lacan vuelve a tomar este ejemplo en otras tres oportunidades. En “La instancia de la letra” dice: “Pero una vez que su gavilla ha usurpado así su lugar, Booz no podría regresar a él, ya que el frágil hilo de la pequeña palabra su que lo une a él es un obstáculo más para ligar ese retorno con un título de posesión que lo retendría en el seno de la avaricia y del odio“[21]. La significación del poema es el anuncio de la paternidad como promesa para un hombre envejecido.

Lacan se comenta a sí mismo, y en “La metáfora del sujeto” indica que “la sustitución del sujeto por “su gavilla”… (hace) surgir el único objeto del que el tenerlo necesita la carencia de serlo: el falo, en torno del cual gira todo el poema hasta su última imagen“[22]. El “título de posesión” es la palabra clave que da la significación fálica. La metonimia del deseo se sostiene por la acción de la metáfora.

En el Seminario XI Lacan retoma este ejemplo y acentúa la significación del carácter transbiológico de la paternidad, introducida por la tradición del destino del pueblo elegido, que posee algo originalmente reprimido[23].

Otro ejemplo que propone de la metáfora moderna es: “El amor es un guijarro que se ríe en el sol“, en el que indica que la metáfora “se coloca en el punto preciso donde el sentido se produce en el sin-sentido“[24]:

La metonimia se inscribe en el orden de las relaciones de contigüidad, de alineamiento, de articulación significante, de coordinación sintáctica. Por ejemplo, treinta velas en lugar de la palabra “barco”, en donde se toma la parte por el todo. La conexión entre el barco y la vela está sólo en el significante. La afasia que funciona de esta manera es la de Wernicke: el paciente encadena una serie de frases de carácter gramatical extraordinariamente desarrollado, pero siempre queda al margen de lo que quiere decir.

La metáfora es la sustitución de una palabra por otra, la metonimia es la conexión de una palabra con otra palabra. Ambas implican la imposibilidad de la existencia de un significante aislado. Remiten a la cadena significante en sus ejes horizontales (sintagmático) y vertical (paradigmático). Por otra parte, equipara, a diferencia de Jakobson, la metáfora y las metonimia a los mecanismos freudianos de condensación y desplazamiento respectivamente.

Las fórmulas que propone son las siguientes:

Para la metáfora es f (S’/S) S = S (+) s

Para la metonimia f (S…S’) S = S (-) s

El S’ designa la significancia o el término productivo del efecto significante, latente en la metonimia, patente en la metáfora[25]. Todorov define a la significancia como el “aspecto del signo que le permite entrar en el disurso y combinarse con otros signos“[26]. En “Aun” Lacan lo define como “lo que produce efecto de significado“[27].

En la primera fórmula hay atravesamiento de la barra. La metáfora se funda en la sustitución significante que da como efecto una creación de significación. Esta estructura de sustitución es la del síntoma. En la segunda, hay mantenimiento de la barra por la conexión entre los significantes que permiten la elisión por la cual el significante instala la falta en ser. Esta formulación le permite afirmar que el deseo es metonimia. La metáfora se liga con el ser, la metonimia con su falta.

¿Qué relación guardan estas dos operaciones? Si la metonimia es inicial, y continúa funcionando, ¿cómo se diferencia verdaderamente de la metáfora?[28]

Existe cierta relación entre la metáfora y la metonimia. Lacan señala en el Seminario III que “La metonimia es inicial y hace posible la metáfora. Pero la metáfora es de grado distinto a la metonimia“[29]. En “La instancia de la letra” define a la metáfora: “Brota entre dos significantes de los cuales uno se ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena significante, mientras el significante oculto sigue presente por su conexión (metonímica) con el resto de la cadena“[30].

En el Seminario III Lacan retoma el sueño infantil de Anna Freud como ejemplo del deslizamiento metonímico: “Grandes fresas, frambuesas, flanes, papillas“. Todos estos objetos le fueron prohibidos durante su dieta, por la noche sueña con ellos. Pero este deslizamiento metonímico de los objetos de deseo tienen como punto de partida su propio nombre. La nominación produce el efecto de “transferencia de significación”. En el Seminario XI Lacan añade que en este banquete está incluido el nombre de su propio padre, Freud, lo que indica un punto de identificación.

En “La metáfora del sujeto” (1961), Lacan toma un ejemplo de metáfora en el caso de otro niño. El Hombre de las ratas, en cierta ocasión durante su infancia, interprela enojado a su padre y le dice: “Tú lámpara, servilleta, plato…”. En esta “metáfora radical” (las palabras funcionan a modo de insulto) actúa estableciendo una serie metonímica de objetos en su intención de significación agresiva. A diferencia del ejemplo anterior, estos objetos funcionan como substitución, no del sujeto como en el caso de Booz, sino del insulto, y da como resultado un efecto de creación por la producción de una nueva significación.

En este artículo retoma la estructura que había utilizado para plantear la metáfora paterna como fórmula de la metáfora en general:

S/S’1 . S’2/x = S (1/s”)

por lo que es “el efecto de la sustitución de un significante por otro dentro de una cadena, sin que nada natural lo predestine…“[31].

La sustitución no es sólo posicional del sujeto por su gavilla, sino que funciona como tal porque hace surgir el falo -como ya lo señalamos-. Se produce así un desplazamiento del énfasis puesto sobre el falo entre el Seminario III y su artículo de 1961. La metáfora paterna introduce la significación fálica en lo imaginario.

De esta manera, toda metáfora incluye un efecto metonímico, en tanto que su efecto no depende sólo de la relación que mantiene con el significante latente, sino con todos los otros significantes de la cadena con los cuales está ligado por contigüidad. La metáfora traduce la división propia del sujeto -la barra de la metáfora es la misma que barra al sujeto y la que señala la acción de la represión- y bajo la barra se desliza metonímicamente el objeto causa del deseo. Lo imposible de decir sostiene lo dicho.

4. El síntoma como metáfora

Lacan señala en el Seminario V que el síntoma tiene la misma estructura que cualquier formación del inconsciente. Tomemos el clásico ejemplo freudiano del olvido del nombre de Signorelli para estudiar la modalidad de sustitución metafórica. En “El psicoanálisis y su enseñanza” Lacan lo plantea como el paradigma del síntoma en su relación al significante[32].

Durante un viaje en tren Freud le pregunta a su compañero si visitó Orvieto y si vió los frescos de… Frente al olvido del nombre del pintor surgen en su lugar otros: Botticelli y Boltraffio; pero Freud sabe que son incorrectos. Este olvido corresponde al tema de conversación que se desplegaba en ese momento: la costumbre de los turcos que viven en Bosnia y Herzegovina de franca resignación frente al destino. Frente al anuncio de una enfermedad incurable responden: “Señor (Herr), ¿qué decir sobre eso?”.

En la cadena asociativa Signorelli-Botticelli-Boltraffio se intercala otra serie constituida por Bosnia-Herzegovina-Herr. La segunda anécdota elidida del viaje es una conversación con su compañero en relación a la impotencia de éste último: afirma que sin eso ya no vale la pena vivir. Esta reflexión queda asociada en Freud al suicidio de uno de sus pacientes a causa de un trastorno sexual del que no podía curarse. Esta noticia la recibió mientras estaba en Trafoi, en el norte de Italia.

Freud propone el siguiente esquema de su olvido:

SignorelliBotticelliBoltraffio
HerzegovineBosnia 
Herr, was ist da Trafoi
sexualidad y muerte  
 pensamientos reprimidos 

El olvido de Signorelli no es un olvido absoluto, puesto que en su lugar aparecen otros nombres que funcionan como las “ruinas metonímicas del objeto del que se trata detrás de los diversos elementos particulares en juego, a saber el Herr“[33]. El “Herr” es reprimido y en su lugar aparecen las ruinas del objeto metonímico que es el “Bo” que se compone con otra ruina del nombre reprimido que es “elli”.

La substitución Signor/Herr, ¿es metafórica? Lacan indica que la pura sustitución no es metáfora sino que introduce un efecto metafórico. “La sustitución es una posibilidad de articulación del significante, y la metáfora se ejerce con su función de creación de significado en este lugar en donde la sustitución puede producirse“[34]. El efecto metafórico es sensible en la falla de la metáfora puesto que ningún significante logra ubicarse en el lugar de Signorelli.

El Herr se desliza como símbolo de la impotencia del médico frente a la muerte y en su lugar aparecen los nombres evocados en relación a los frescos de Orvieto. El Herr representa la muerte como Amo absoluto, lo imposible de decir, sobre el que se produce el efecto de represión, de allí el olvido.

En “El psicoanálisis y su enseñanza” Lacan concluye a partir de este ejemplo: “Volvemos a encontrar aquí la condición constituyente que Freud impone al síntoma para que merezca ese nombre en el sentido analítico, es que un elemento mnésico de una situación anterior privilegiada se vuelva a tomar para articular la situación actual, es decir que sea empleado en ella inconscientemente como elemento significante con el efecto de modelar la indeterminación de lo vivido en una significación tendenciosa“[35].

En el Seminario XII[36], Lacan retoma este ejemplo para indicar que frente al objeto mirada que se presenta a través del cuadro del Apocalipsis, cuyo nombre del autor coincide con la primera sílaba de su nombre -Sigmund-, Freud como sujeto se desvanece. El Señor está allí –Il Signor è li– y no encuentra otros nombres para representarse, por lo que reprime a Signorelli. Aquí incluye el real que está en juego en el síntoma, por lo que no es una pura combinatoria significante.

Ya en “La instancia de la letra” encontramos un antecedente de este real: “El mecanismo de doble gatillo de la metáfora es el mismo donde se determina el síntoma en el sentido analítico. Entre el significante enigmático del trauma sexual y el término al que viene a sustituirse en una cadena significante actual, pasa la chispa, que fija en un síntoma… la significación inaccesible para el sujeto consciente en la que puede resolverse“[37]. El significante enigmático del trauma sexual permanece como el Herr irreductible sobre el que se constituye la represión que da lugar al síntoma. Si la barra funciona como la represión que actúa sobre el significante, lo elidido es el objeto causa de deseo, real, que no puede ser nombrado. Lo que viene en su lugar es ya retorno de lo reprimido, equivalente a la represión misma.

Si bien en esta época de la enseñanza de Lacan se puede tratar de encontrar el significante reprimido -al mejor estilo freudiano- que exprese la verdad del sujeto, en la medida en que la verdad es incompatible con lo real hay algo que se desliza metonímicamente en esa sustitución significante. En este artículo Lacan dice: “Es la verdad de lo que ese deseo fue en su historia lo que el sujeto grita por medio de su síntoma“[38]. No está incluido lo real. Pero si seguimos la misma orientación de Signorelli podemos ver que la verdad grita sin poderse decir toda, entre-líneas deja deslizarse el objeto de deseo.

El síntoma como metáfora resulta ser la envoltura formal donde se aloja el goce.

En relación a la cuestión del síntoma, Colette Soler distingue el síntoma como mensaje, como metáfora y como goce[39]. En el caso Dora encontramos los tres niveles del síntoma. Como mensaje, su identificación con la tos del padre traduce un: “Tú eres mi padre”. Como metáfora, el síntoma viene en el lugar del nombre del propio sujeto. En ese sentido, el síntoma la representa a Dora. El punto de goce se incluye en la pulsión oral en juego en el síntoma. A diferencia de Dora, el síntoma de Juanito produce una substitución padre por el caballo. En ese sentido, C. Soler plantea que la fobia es un caso particular porque lo que se pone en juego es la metáfora paterna.

5. Metáfora y metonimia II (los años 70)

En “Radiofonía” (1970) Lacan revisa su teoría de la metáfora y de la metonimia, articulando estas figuras retóricas al goce. El lenguaje es condición del inconsciente en tanto que el “inconsciente se articula de lo que del ser viene al decir”[40]. Si bien el dinamismo del inconsciente incluye ambas operaciones, la barra del algoritmo que separa al significante y el significado no es ya “resistente a la significación”, como en “La instancia de la letra”, sino que se vuelve un “borde real”[41].

La metáfora produce un efecto de sentido, no de significación[42]. Se produce así un deslizamiento de la significación al sentido, que seguirá su curso hasta su reformulación en “Televisión” de la relación entre signo y sentido. La significación queda del lado de lo imaginario, el sentido tiene aquí como prototipo el sin-sentido (que ya había sido formulado de esta manera en el Seminario XI). Para indicar este matiz, retoma el ejemplo de Booz y señala que “…se advierte que el efecto de sentido producido, se hacía en el sentido del no sentido“[43].

En este mismo artículo, Lacan vincula la metonimia al goce, como un valor de transferencia[44]. Lo equipara a una operación de crédito en la que es “un ingreso-goce sobre el que se extrae“[45]. Por lo que: “Hacer pasar el goce al inconsciente, es decir a la contabilidad, es en efecto un retomado desplazamiento“[46]. El goce entra en la contabilidad del inconsciente.

La relación entre metonimia y goce tiene como base la formulación de la cadena significante como cadena de goce que lleva a Lacan a afirmar que: “el significante se sitúa a nivel de la sustancia gozante“[47].

Estas formulaciones llevan a establecer un lazo entre lo simbólico y lo real, de allí que el “borde real” de la metáfora le permite indicar que el efecto de condensación parte de la represión y regresa de lo imposible -en el ejemplo de Signorelli, parte de Signor y regresa de Herr-, a concebir como “el límite de donde se instaura por lo simbólico la categoría de lo real“[48].

* Publicado en Diversidad del síntoma, Colección Orientación Lacaniana , EOL, Buenos Aires, 1996, pp. 77-84.

NOTAS

  1. Véase F. De Saussure, Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada, 1980.
  2. Cf. R. Bartes, “Saussure, le signe, la démocratie”, L’aventure sémiologique. Paris: Seuil, 1985.
  3. J. Lacan, “Radiofonía” (1970), Radiofonía y Televisión. Barcelona, Anagrama, 1978, p. 21.
  4. J. Lacan, El Seminario, Libro XX, “Aun” (1972-73). Buenos Aires: Paidós, 1981. p. 41.
  5. Idem.
  6. J.-A. Miller, “Sobre la fuga de sentido”, Uno por Uno 42 (1995).
  7. Ch. Morris, Fundamentos de la teoría de los signos (1974). Barcelona: Paidós, 1994.
  8. J.-A. Miller, “Sobre la insignia” (1986-87), Estudios Psicoanalíticos 1(1993).
  9. Idem, p. 38.
  10. J. Lacan, “Radiofonía”,op. cit., p. 11.
  11. Idem, p. 24.
  12. J. Lacan, “La instancia de la letra” (1957), Escritos. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1985, p. 477.
  13. Idem, p. 479.
  14. J. Lacan, El Seminario, Libro III, “Las Psicosis” (1955-56). Buenos Aires: Paidós, 1984. Lacan presenta el esquema de Saussure de las dos curvas de la siguiente manera: “En el nivel superior, Saussure sitúa la sucesión de lo que llama pensamientos -sin la menor convicción, ya que su teoría consiste precisamente en reducir este término para llevarlo al de significado, en tanto que éste se diferencia del significante y de la cosa- e insiste sobre todo en su aspectode masa amorfa. Por nuestra parte, lo llamaremos provisoriamente la masa sentimental de la corriente del discurso, masa confusa donde aparecen unidades, islotes, una imagen, un objeto, un sentimiento, un grito, un llamado. Es un continuo, mientras que por debajo, el significante está ahí como la pura cadena del discurso, sucesión de palabras, donde nada es aislable” (p. 373).
  15. J. Lacan, “La instancia de la letra, op. cit., p. 482.
  16. Véase R. Jakobson, Lenguaje infantil y afasia. Madrid: Ayuso.
  17. J. Lacan, El Seminario, Libro III, op. cit., p. 314.
  18. Véase la traducción española del poema en Referencias en la obra de Lacan 2 (1991) y el libro “Ruth” del Antiguo Testamento, donde se encontrará la historia que ilustra el poema de Víctor Hugo..
  19. Idem, p. 314.
  20. Idem, p. 324.
  21. J. Lacan, “La instancia de la letra”, op. cit., p. 487.
  22. J. Lacan, “La metáfora del sujeto” (1961), Escritos, op. cit., p. 870.
  23. J. Lacan, El Seminario, Libro XI, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964). Buenos Aires: Paidós, 1993, p. 255-256.
  24. J. Lacan, “La instancia de la letra”, op. cit. p. 488.
  25. J. Lacan, “La instancia de la letra”, op. cit., p. 496, nota 27.
  26. O. Ducrot y T. Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (1972). Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1983, p. 127.
  27. J. Lacan, El Seminario, Libro XX, op. cit., p. 28.
  28. Cf. R. Grigg, “Jakobson et Lacan, sur métaphore et métonymie”, Ornicar? 35 (1985-86).
  29. J. Lacan, El Seminario, Libro III, op. cit., p. 327.
  30. Idem, p. 487.
  31. J. Lacan, “La metáfora del sujeto”, op. cit., p. 868.
  32. J. Lacan, “El psicoanálisis y su enseñanza” (1957), Escritos, op.cit., p. 428-429.
  33. J. Lacan, Seminario V, “Formaciones del inconsciente” (1957-58), inédito, clase del 13-11-57.
  34. Idem.
  35. J. Lacan, “El psicoanálisis y su enseñanza”, op. cit., p. 429.
  36. J. Lacan, Seminario XII, “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, inédito, clase del 16-12-64.
  37. J. Lacan, “La instancia de la letra”, op. cit., p. 498.
  38. Idem. p. 499.
  39. C. Soler, “El síntoma”, Descartes 14 (1996).
  40. J. Lacan, “Radiofonía”, op. cit., p. 46.
  41. Idem, p. 30.
  42. Idem.
  43. Idem.
  44. Idem, p. 32.
  45. Idem, p. 34.
  46. Idem, p. 35.
  47. J. Lacan, El Seminario, Libro XX, op. cit., p. 33.
  48. J. Lacan, “Radiofonía”, op. cit., p. 30.