La dirección de la cura en el autismo y en la psicosis en la infancia

El autismo no es una psicosis, afirmación que nos orienta en la dirección de la cura. Los desarrollos contemporáneos sobre el autismo en la comunidad analítica, en particular de Jean-Claude Maleval y de Eric Laurent, han posibilitado la extracción del autismo del polo extremo del grupo de las esquizofrenias y han contribuido a diferenciarlos entre sí. Esta distinción constituye un vuelco fundamental, sobre todo porque no lo fueron distinguidos en casi un siglo de psicoanálisis trabajando sobre el autismo dentro de las distintas orientaciones psicoanalíticas. Ahora bien, no se trata de construir una clase más, sino que su importancia corresponde a las consecuencias que extraemos en la dirección de la cura a partir de un diagnóstico realizado bajo transferencia. Maleval indica que permite armar una clínica original del autismo, sin quedar totalmente aplastada por el significante psicosis. El trabajo clínico con el autismo se debe construir, no está dada la última palabra. Es una problemática abierta que debemos examinar desde la comunidad analítica, para poder sostener que el psicoanálisis es una opción legítima de trabajo con el autismo.

1. ¿Cómo pensar el autismo?

El autismo es un funcionamiento subjetivo singular y constante a lo largo de la vida, puesto que nunca va hacia la psicosis ni tampoco se neurotiza: el autismo va hacia el autismo. Pero eso no significa que permanezca de la misma manera. Con el dispositivo analítico se intenta desplazar el encapsulamiento autista, de modo tal que se puedan incluir objetos y personas en un mundo cada vez más amplio.

Los puntos característicos del autismo dentro de los Manuales son el aislamiento y la soledad autista y las llamadas conductas estereotipadas. La soledad y el aislamiento, consideradas como elementos prínceps del autismo, han permitido que se vuelva un significante amo del siglo XXI en la medida que nombra el quiebre del lazo con los otros y el individualismo cada vez más generalizado. Pero esta soledad es relativa puesto que se ve el trabajo del niño autista por entrar en contacto con los otros. Si bien algunos sujetos autistas experimentan un rechazo total, la mayoría no, es por eso podemos hablar de una transferencia dentro del autismo que se constituye a partir del trabajo del analista por entrar en contacto con el niño sin ser intrusivo, a partir de un lazo sutil. Se trata de poder estar junto al niño sin tomarlo exclusivamente como un objeto educativo que apunte a extraerles las conductas estereotipadas, o las así llamadas “obsesiones” por los Manuales Diagnósticos.

Dentro del psicoanálisis de orientación lacaniana, Eric Laurent permitió hacer avanzar nuestra concepción del autismo con su planteo de que el autismo está constituido por el funcionamiento de una iteración del Uno sin cuerpo como efecto de la forclusión del agujero, mecanismo más radical. Esta forclusión se diferencia de la forclusión del Nombre del Padre, y se vuelven mecanismos diferenciados. El traumatismo del lenguaje, el baño de lalengua sobre el viviente, produce un acontecimiento de cuerpo sobre el que se monta el lenguaje y conlleva la inscripción del sujeto en la estructura. Jacques-Alain Miller indica, en relación al caso Robert de los Lefort, que por la falta del agujero se vuelve un ser sin agujero. Esto significa que no hay simbolización del agujero, de la falta simbólica y, por ende, no hay extracción de goce, de allí que el goce retorne en más en los episodios de excitación que aparecen en los niños autistas, que pueden llegar a la automutilación, como en el caso de Robert, en su esfuerzo de producir una castración en lo real.

Para Eric Laurent que no haya agujero en lo simbólico es equivalente a decir que no hay borde que delimite el agujero. No hay una inscripción del borde simbólico de ese agujero y eso produce tres consecuencias fundamentales. Primero, la inexistencia del borde del agujero se redobla en la inexistencia del cuerpo: no hay cuerpo en el autismo. Segundo, ese agujero queda en lo real. Donna Williams, autista de alto nivel, testimonia cómo en su experiencia subjetiva de niña sentía una gran nada negra junto a ella, agujero en donde podía hundirse. También se producen episodios de agitación, temor a los inodoros o a una puerta abierta, aquello que para el niño puede aparecer como un agujero en lo real. La tercera consecuencia es que esos objetos no se separan de él, no hay operación de separación. El autista elige el vacío, dice Jacques-Alain Miller en su curso Donc, es decir, no hay pérdida.

La ausencia de la pérdida es la base de la teorización de Jean-Claude Maleval. Primero planteó como hipótesis en su libro El autista y la voz que en el autismo no hay pérdida, no hay cesión del objeto voz, que conlleva los trastornos en la enunciación: enunciación muerta, técnica, borrada, desfasada, mutismo y verborrea. Después amplía esta formulación inicial y señala que no hay pérdida de ninguno de los objetos pulsionales. Si bien hay un énfasis en el objeto voz, eso concierne a todos los objetos pulsionales.

En su lugar se encuentra un retorno del goce sobre el borde que da lugar a lo que Eric Laurent llama el “encapsulamiento autista”, neoborde elástico, distinto al borde rígido de Francis Tustin, como burbuja de protección que no se apoya sobre el cuerpo a la manera de los trajes espaciales de los astronautas. Esta elasticidad del encapsulamiento permite plantear que puede moverse. De allí que el énfasis en la dirección de la cura no es ya extraerle sus obsesiones ni arrebatarle el objeto autista para hacer caer la acción de la defensa como lo planteara Tustin, sino que más bien hay que propiciar su desplazamiento. Laurent plantea este encapsulamiento como una defensa masiva, donde no hay trayecto pulsional ni tampoco zonas erógenas. El niño autista queda inmerso en lo real, nada falta y eso produce sus crisis de angustia. No hay constitución de una imagen especular. En la medida que el cuerpo supone que engancha la visión con el espacio, y el niño autista no tiene cuerpo, tiene que inventarse otras combinaciones, otros arreglos topológicos para el uso del espacio.

Por otra parte, plantea una diferenciación entre el autismo y la psicosis: en el autismo no hay Otro a quien dirigirse, no hay interrupción del mensaje porque tampoco hay una intencionalidad del mensaje que se dirija al Otro, más bien hay repetición del Uno sin que llegue a inscribirse, sin que se borre, por lo que aparece en más. De allí la iteración del Uno sin cuerpo a diferencia de la psicosis. En la psicosis se produce el fenómeno de la cadena rota, la ruptura de la articulación significante. En el autismo dice Laurent: “todos los significantes están en lo real e iteran”. En cambio, en la psicosis algunos significantes retornan en lo real por la transferencia de lo simbólico a lo real. Eso marca una distinción del funcionamiento de lo simbólico.

En el autismo hay un simbólico-real, con manifestaciones del Uno de la letra que se presentan como un orden rígido, estereotipado, con la necesidad de tener un mundo siempre igual, fijo, con conductas iterativas, y un funcionamiento de la literalidad, con sentidos únicos para cada palabra. Presentan también “frases espontáneas”, que son más bien holofrases radicales: el niño en una situación de intensa angustia logra decir una palabra como si le arrancaran una parte del cuerpo. El autista opera un cálculo de la letra separado del cuerpo, con alucinaciones que corresponde al ruido de lalengua imposible de separar.

2. ¿Qué tratamiento?

La psicosis presenta un desencadenamiento, con movimientos de apertura y de cierre, de estabilización delirante, delirios, fenómenos psicóticos, la creación de una lengua privada, que incluye algunos equívocos y un imaginario que puede funcionar descentrado o con la emergencia de las duplicaciones propias del desdoblamiento imaginario. La alucinación corresponde a la trasferencia de lo simbólico a lo real. Dentro del retorno del goce, Eric Laurent plantea el retorno de goce sobre el cuerpo en la esquizofrenia, en el Otro en la paranoia, y el retorno de goce sobre el borde propio del autismo. En cambio, el autismo no se desencadena porque no hay un encadenamiento significante, más bien se trata de un inicio en la pequeña infancia, sin delirio ni constitución imaginaria. En la psicosis se busca alcanzar una estabilización delirante, en cambio el autista llega con cierta estabilización en su mundo fijo y se busca conmoverla para deslizarlo en una metonimia que amplíe su mundo.

Jacques-Alain Miller, en una conversación clínica publicada en el libro Embrollos del cuerpo retoma la alienación y la separación dentro de la psicosis. La alienación en la psicosis no actúa a nivel de la represión sino con la forclusión y eso tiene consecuencias sobre la operación de separación. No hay una pulsión articulada al objeto a y a la separación como en la neurosis, sino que la pulsión emerge en lo real y se traduce en los fenómenos de cuerpo: cortan el cuerpo, se queda sin brazos, por ejemplo. Los fenómenos corporales como acontecimientos de cuerpo que aparecen en las psicosis los sitúa como la acción de la pulsión que emerge en lo real.

De aquí se desprenden dos trabajos clínicos diferentes. En el autismo se presenta lo que se llama una “clínica del circuito”. Se busca desplazar el borde autista, en el que Maleval incluye el objeto autista, el doble real o los intereses específicos, a través de circuitos, de secuencias, que se constituyen en la contingencia del encuentro con objetos del consultorio, y que después iteran. La clínica de las psicosis corresponde a la “invención psicótica”, a cómo arreglárselas con el mundo sin disponer de un discurso establecido. El psicótico está fuera del discurso, tiene que buscar cómo componer un cuerpo y arreglárselas con él a través de sus montajes y de la creación de su lengua privada.

En el trabajo sobre las metonimias de las secuencias iterativas, con las distintas manifestaciones del Uno, de la letra, dice Laurent, que incluye números, objetos, música, letras, “todo vale”, es decir que al aproximarse a los intereses específicos del niño autista en sus distintas formas se trata de encontrar qué puede funcionar para él para producir ese efecto de desplazamiento sin producir un forzamiento. Uno de los elementos fundamentales del tratamiento es el respeto, la escucha del niño autista, puesto que a su manera “tiene algo para decirnos”, como dice Lacan. Se parte de la solución que encontró ese sujeto para estar en el mundo, sin quitarle el recurso del que dispone. Laurent indica que en la clínica del autismo se busca que aparezca algo nuevo en la repetición y para eso algo debe cederse. Resulta importante puntuar cómo se produce la cesión en el niño autista: a través de las heces, de los objetos pegados a su cuerpo, con el objeto oral, con el objeto voz, para que aparezca algo nuevo que lo desplace de la defensa inicial que actuó para él. Las ligeras y puntuales diferencias que aparecen en cada sesión en esas cadenas de objetos heterogéneos y discontinuos que arman circuitos permiten la acción de este desplazamiento. Los tres registros en el autismo funcionan como consistencias separadas y se trata de ver cómo logran engancharlas en un mundo cada vez más amplio. Laurent plantea que el niño autista se inserta con pocas palabras en el mundo pero que puede complejizarlas en circuitos cada vez más amplios que introducen un significante real y le permiten engancharla a una imagen. Se trata de incluir cada vez más palabras, que permanecen en un simbólico-real, anudándose con alguna imagen, una imagen real, y ese anudamiento arma algo nuevo para el sujeto se incluya en el mundo.

Maleval, por su parte, indica que el autista arma palabras, sorteando la enunciación, utilizando una lengua opaca para los otros, a veces intelectual, sin afectos, con un único sentido para cada palabra, reduciendo las palabras y la lengua a un código constituido por signos. Acentúa el funcionamiento del “lenguaje de signos”, en el que los signos quedan en estrecha relación con el referente, con una adhesividad a la palabra tal como se arma la situación primera, pero que se la adquiere metonímicamente. Propone entonces la idea de la constitución de un “imaginario de caparazón” al modo de una suplencia que corresponde al funcionamiento del doble para el sujeto autista. Eso abre una vía para reflexionar también acerca de las posiciones del analista en relación al sujeto autista como doble.

En la psicosis el analista se vuelve destinatario de las palabras, “secretario del alienado”, soporte de la construcción de la lengua privada que arma el sujeto psicótico para suplir la falta de un discurso establecido. Hay que centrar al sujeto en el fenómeno elemental, dice Laurent, en el S1, y acompañarlo en el trabajo interpretativo del sujeto psicótico, por supuesto sin delirar con él, y eso le permitirá obtener una compensación, una suplencia. Se dirige a la puntuación, al corte, para que esa lengua privada deje de estar holofraseada, introduciendo una pausa, una discontinuidad que pacifica las crisis de excitación del niño psicótico. Por otra parte, el trabajo analítico contribuye a armar lugares y funciones para alojar el cuerpo. Se produce un movimiento hacia lo simbólico, dice Miller, que permite inscripciones significantes, a sabiendas que esta construcción simbólica guarda cierta opacidad puesto que tiene un lado real.

A modo de ejemplo encontramos el caso del “niño de los encajes”. A un niño psicótico, que la contingencia lo lleva a interesarse por los encajes, le gustaba vestirse de niña y se armaba distintos disfraces. La irrupción de lo real se presenta para él en la presencia de una mirada de persecución inquietante que sentía en distintos rincones oscuros e incluso en el espejo. En un momento logra construirse un personaje que llama Jorge XIV, que no existe, y que es el resultado de la mezcla de Luis XIV y Jorge, es un nombre que él inventa y que afirma que es el rey de los niños. Se ve cómo hay una elaboración que va de lo imaginario del cuerpo, del travestismo en relación al cuerpo, hacia la megalomanía, porque logra inventarse un nombre, el del rey de los niños y que ya es un progreso en la medida en que disminuye el fenómeno psicótico. Arma entonces un disfraz en la cabeza, que nadie ve, sin tener la necesidad de que la imagen le muestre algo diferente, junto con un nombre que lo estabiliza. Incluso le permite restablecer un lazo con los otros: puede jugar con los niños a que sean sus súbditos porque él es el rey.

Para concluir, podemos puntuar algunas de las diferencias que operan en la dirección de la cura en los niños autistas y psicóticos. En el autismo se trata de extraer al niño de su homeostasis inicial e incluirlo a través del trabajo en transferencia, sin forzamientos, en un desplazamiento que tome en cuenta sus intereses específicos, que logre producir algo nuevo en la repetición a partir de la cesión del objeto, y buscar nuevos anudamientos de las tres consistencias que funcionan en lo real. En la psicosis la estabilización delirante permite inventarse qué hacer con el cuerpo por fuera de los discursos establecidos a partir de la lengua privada. Pero tanto en la psicosis como en el autismo se debe partir del respeto de las soluciones y las afinidades propias del niño para que pueda encontrar su “saber hacer” en el mundo.

BIBLIOGRAFÍA

  • Laurent, E., La batalla del autismo. Buenos Aires: Grama, 2016.
  • Maleval, J.-C., El autista y la voz. Barcelona: Gredos, 2009.
    • “La estructura autista y el lenguaje de signos” (2017), conferencia inédita.
  • Miller, J.-A., “La invención psicótica”, en Miller, J.-A., y otros, Estudios sobre el autismo. Buenos Aires: Colección Diva.
  • Miller, J.-A. y otros, Embrollos del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.
  • Tendlarz, S., Clínica del autismo y de la psicosis en la infancia. Buenos Aires: Colección Diva, 2017.