Crónica de la última Tétrade: Clínica y política del fin de análisis

Nuevamente la polémica en torno al pase y el fin de análisis ocupa el lugar clave de la Tétrade. Pero esta vez en forma diferente. Tanto el testimonio de un A. E., François Léguil, como el de dos miembros del cartel del pase, Colette Soler y Eric Laurent, fueron convocados para tratar el tema de la clínica y la política del fin de análisis. De hecho, éste fue el verdadero punto de disputa en el transcurso de estas reuniones.

En la apertura, Jacques-Alain Miller dio el cuadro general de estas Tétrades, e indicó que el mismo punto fue tratado desde perspectivas diferentes. La primera se ocupó del ser del analista desde el ángulo del significante amo, de allí que se focalizó en el problemática del orden de los psicoanalistas. En la segunda reunión se discutió la cuestión del analista desde la perspectiva del sujeto, el sujeto determinado por la voluntad de la Escuela. La Tercera, tomó la vertiente de la causa. Y finalmente esta última propone una “disputa cortés”en torno al analista en tanto que depende de un saber acerca de la verdad. De esta manera, los cuatro términos del discurso analítico quedan involucrados en el conjunto de la Tétrade.

El título propuesto para esta ocasión también fue explicitado. Tanto en término de clínica como el de política ponen en evidencia que la acumulación singular de la experiencia deben ser articulada en la experiencia múltiple de la Cité de los analistas. La modalidad de este enlace fue discutido a través del problema de la transmisión del pase: cuestión que concierne tanto la elaboración singular del pasante como la manera en que el cartel del pase puede dar cuenta de su trabajo. Es por ello que fueron invitados a la tribuna François Léguil, antiguo A. E., para que diera cuenta de su trabajo sobre la certeza, y Colette Soler y Eric Laurent, para que expusieran sus reflexiones como miembros del cartel del pase (es decir como jurado).

Siguiendo con la reunión pasada, Herbet Castanet presentó primero un trabajo titulado “¿Qué es la causa analítica?”, en el que acentuó que la posición del objeto (a) como productor de la división del sujeto impide que el sujeto quede tranquilo en una posición determinada. Por otro lado, si el fin de análisis no se corresponde con el modelo del fatídico destino de Edipo, un más allá se impone que cobra la forma de un nuevo amor sin límites.

En este punto, Jacques-Alain Miller señaló que para Lacan el verdadero héroe trágico es el analista que se desplaza del lugar del sujeto supuesto saber a su caída. El analizante está situado más bien del lado de la comedia.

Esta presentación del fin de análisis prosigue con la intervención de F. Léguil que se basa en su escrito de agosto de 1989. En líneas generales su trabajo intenta articular tres términos: creencia, convicción y certeza, diferenciando su uso según el tipo de discurso en el que quedan involucrados (científico, religioso o analítico). Define, entonces, al pasante como aquél que se esfuerza por convencer a los pasadores para que transmitan su certeza de que ya no está instalado de la misma manera que antes en la creencia. En el pase se trata de verificar una experiencia de pasaje de lo incierto, que permanece indeterminado, a la certeza, cuya determinación está dada por su cumplimiento. Así, el pase hace que el sujeto que deviene analista esté “seguro de su acción”. Identifica creencia y sorpresa para nombrar la fabricación de cierta disposición del sujeto. Pero, simultáneamente, Léguil utiliza la expresión de “ateísmo viceral” que se produce al final de análisis para indicar que el sujeto sigue siendo no-creyente, en tanto que la creencia no es más que una manera de dialectizar lo verdadero y lo falso, es decir, los fenómenos de sentido.

La discusión de esta ponencia giró sobre todo en el uso de esos términos en el discurso de la ciencia y en el de la religión. Jacques-Alain Miller subrayó el hecho de ser el primer trabajo que trata en forma subjetiva el franqueamiento del pase. Si se trata de convencer al pasador es porque éste es a la vez la mediación y el obstáculo a la transmisión. Por otra parte, es necesario situar el estatuto del saber que el pasante detiene al intentar convencer al pasador. De esta manera, la certeza es la de ya no ser el mismo, la de estar instalado de una manera distinta en la creencia (que no es el equivalente de no creer en nada). En definitiva, es una manera de alojarse en la sorpresa, de servirse de ella. La certeza es antinómica con el saber. Su vinculación es con el goce. Los efectos de verdad están continuamente sometidos a la revisión del sujeto. La certeza se produce entonces en el tiempo de la separación, en la que el sujeto se separa de la cadena significante y cae como (a). Así, de lo que se trata es de convencer de la certeza de tener otra relación al goce de la que se tenía anteriormente.

La segunda serie de intervenciones retoma el artículo de Eric Laurent publicado en La Lettre mensuelle de octubre de 1988, y un artículo de Colette Soler, escrito en octubre de 1989, de próxima publicación en Ornicar?

Las presentaré brevemente sin incluir los estudios de casos (que pueden ser consultados en sus textos).

Eric Laurent tituló su presentación “El pase como cálculo colectivo”, e incluyó una doble perspectiva: la clínica del pase y la política institucional.

En cuanto a la clínica del pase, durante su período de trabajo en la comisión del pase la puesta entre paréntesis de su saber acerca de lo que debe ser el pase le permitió aislar, a partir de las declaraciones de los pasantes, dos cuestiones diferentes: que la demanda terapéutica y didáctica son equivalente y que sólo se puede aceptar en análisis un sujeto que tenga un deseo decidido, puesto que al final el sujeto decide sobe el deseo que estaba de entrada (lo que se opone a la autorización). A partir de los resultados obtenidos en el procedimiento del pase agrupa cuatro casos según el uso del síntoma o en función del objeto como caída o resto de la experiencia. Indica entonces dos formas de cálculo colectivo: la primera concierne al pasante y al pasador (por ejemplo, F. Léguil necesita convencer al pasador, ellos deben obtener cierta certeza en cuanto al pasante, operación que implica un cálculo colectivo); la segunda forma involucra al cartel de trabajo puesto que debe enlazar su saber al de los otros.

En relación a la política institucional, la institución analítica también avanza en base a un cálculo colectivo. Así, la crisis de la Escuela permitió vislumbrar más nítidamente una concepción errónea del pase (el A. E. no es su propio analista, el pase no es una psicosis experimental ni un rechazo del Nombre-del-Padre). La verdadera cuestión es la de saber de qué manera el punto más íntimo de un sujeto puede formar parte de un cálculo colectivo. Para ilustrar este punto Eric Laurent retoma el apólogo lógico de Lacan de los tres prisioneros y lo pone en correspondencia con el triángulo edípico. Así se desprende que “la verdad de cada uno depende de la de los otros”, en oposición a la afirmación sartreana “el infierno son los otros”. El cálculo del que se deduce la Escuela se hace uno por uno. Cálculo, tanto del pasador como del pasante, acerca del objeto (a) y no sobre el falo. El saber así alcanzado es conjetural; es un saber que se incluye en la pulsión luego del atravesamiento del fantasma.

La ponencia de Colette Soler se denomina “Una por una”. Parte de dar cuenta de las razones que la impulsan a comunicar su experiencia en el cartel del pase, entre las que se incluye el evitar la construcción de mistagogías. Al no existir un pase-tipo, su trabajo consiste en poner en serie cinco casos en los que se ve que la estructura del procedimiento no impide que se inscriba cada pase en forma única. En ciertas oportunidades, el testimonio del pasador permanece insondable y los rastros del decir del sujeto se pierden: ya sea como consecuencia de la manera en que el pasador presenta su testimonio, ya sea por la obnubilación del pasador, o por la sordera del cartel. Lo importante es tratar de captar en filigrana la lógica del testimonio, la posición del sujeto en el momento del pase.

La serie de casos presentan una gradación: un sujeto desaificado, la densidad del fantasma o la situación de duelo. Creo que es importante señalar el respeto con que fueron presentados los casos, cuyo esqueleto escapa a toda posible identificación del sujeto en cuestión.

Concluye luego al indicar que el verdadero éxito del pase es el de haber podido cuestionar la infatuación de los analistas y su pereza mental. La Escuela proscribe el silencio y debe permitir el advenimiento de un saber nuevo producido por los A. E., pero sin localizar ese saber, a riesgo de producir un retroceso.

Luego de estas ponencias, surge como debate la cuestión de la legitimidad de la presentación de los casos de los pasantes, sobre todo por el temor de ser identificados por el público asistente y quedar expuestos a un imaginario colectivo.

Personalmente, considero que estas ponencias inauguran una nueva época. El pase pierde algunos de sus velos, se desmitifica y se vuelve un material de trabajo que permite la reflexión conjunta acerca del fin de análisis a partir del estudio de casos.

Otras de las cuestiones tratadas fue la incidencia del procedimiento en el análisis del pasante, el momento que elige para presentarse (de iluminación parcial o de revelación divina). De todas formas lo esencial es la transferencia de trabajo que produce, con la eventual percepción de puntos de impasse en el propio análisis. La nominación también fue un punto de discusión. Se jerarquizó más el hecho de presentarse al procedimiento que el ser nombrado. De hecho, el permitir vislumbrar en base a qué el pasante se siente autorizado a presentarse produce también un efecto de transmisión. Si bien la nominación deviene un punto de certeza, ésta no es el punto central del procedimiento.

En la clausura, Jacques-Alain Miller indicó la distinción entre las fórmulas “hubo análisis” y “hay análisis”. Es más, existen gradaciones entre ambas, el rechazo de la nominación de A. E. no significa que no haya habido un análisis. Tal vez sea necesario indicar una gradación en el cumplimiento de esa tarea. Finalmente, retomó el punto álgido de esta reunión e insistió en que el pase está hecho para ser contado: no sólo del pasante al pasador o del pasador al jurado, también el jurado debe encontrar la manera de dar cuenta de su trabajo a la Escuela y al público. Las ponencias de Eric Laurent y de Colette Soler son sólo el comienzo de una nueva cadena que indica que el impasse en el que se encontraba sumergida la Escuela, por una sustitución de política en lugar de clínica, pudo ser sobrellevado.

Tal vez sea entonces éste el momento en el que se perfila una metamorfosis, no sólo la del sujeto al final de análisis, sino en el espacio que se crea para que un acuerdo colectivo, que toque el ser de cada uno, sea posible.

* Publicado en Malentendido 6, Buenos Aires, 1990, pp. 69-73.