Crónica de la Tétrade n 2: ¿Qué quiere la escuela de su psicoanalista?

“Me siento un poco solo” –risas en la sala-, dice Alain Merlet al comienzo de su intervención. ¿Cuál es el chiste? Lo no dicho, lo que muchos saben, y otros preguntamos, permite desvelar el sentido de sus palabras: la dimisión de los A. E.

Pero el trasfondo de esta nueva Tétrade no se limita a esta cuestión. La elaboración teórica de ciertos miembros del cartel del pase, cuyos trabajos se fueron presentando a lo largo de las reuniones mensuales en la Escuela –algunos de ellos fueron publicados en una revista a comienzos de año-, dieron lugar a la intervención de Génvieve Morel que se titula “Tres desviaciones del pase”(recientemente publicado en L’Ane).

La primera parte de la Tétrade retoma la disputa de J. Razavet con G. Morel (artículo publicado en A ciel ouvert N 3). La segunda parte, presenta una serie de intervenciones de Colette Soler, Alain Merlet y Herbert Wachsberger.

Situemos rápidamente el desarrollo del artículo de G. Morel. Plantea tres desviaciones posibles frente al pase:

1) La disyunción de la letra, en la que el par matema-enunciación es separado en dos ramas teóricas, ya sea que se acentúe sólo el trabajo con los nudos o que se plantee una deriva literaria en la que se confunde “la escritura del matema con la elaboración de un diario íntimo”.

2) La sustantificación del objeto, que produce la confusión entre el deseo del analista y la contratransferencia, y en el que el objeto en cuestión abandona su consistencia lógica para volverse una réplica del objeto parcial. Aquí es retomado un ejemplo que concierne a la elaboración de H. Chauchat.

3) El olvido de la castración, que produce la asimilación de la confusión que se puede experimentar en el momento del pase y la psicosis. Por otra parte, este punto conlleva una cierta exaltación del “no-saber”, en lugar de intentar cernir la diferencia que se establece entre la división del sujeto en el comienzo y en el fin de análisis. Sobre el final del artículo señala que tanto la castración como el cogito cartesiano (que apunta a la transformación del sujeto) constituyen dos referencias importantes que conciernen al pase. La articulación entre psicoanálisis, ciencia y sujeto del deseo le permite afirmar, en el transcurso del debate, que se trata de encuadrar el no-saber para que no se confunda con la ignorancia.

Razavet responde a estas consideraciones y abre así el debate. El acento sobre lo no-sabido radical no constituye una idealización del no-saber (responde así al primer punto). Distingue entonces el saber referencial (que puede tener el pasante) del saber textual. La relación que se establece entre ambos es presentado frente al jurado. Este texto cobra el valor de un “texto sagrado”. Por otra parte, el saber construido en la cura desemboca en un punto de impasse hasta que logra redituarse en el lugar de la verdad. Equipara entonces lo no-sabido radical con el ombligo del sueño, y la caída del saber con una “catástrofe teórica”. La proximidad de la Cosa produce cierto enloquecimiento, un “Alien” psicoanalítico cuyo lugar de emergencia es indeterminado (estamos frente al tercer punto). En definitiva, el no saber queda enlazado a los “efectos”del pase, antigua discusión de Razavet con F. Léguil que es retomada en su artículo. Propone finalmente que el procedimiento del pase sea considerado como una puesta en perspectiva de tres agujeros (que alojan el no-saber): a nivel del pasante, del pasado y del cartel del pase.

Durante el debate, F. Léguil indica que los “efectos”del pase pueden ser tomados desde dos puntos de vista: 1) de la persona, que corresponde a los afectos, y 2) del sujeto, perspectiva que debe ser privilegiada, en tanto que la cuestión Ntra. Es qué deviene el sujeto en el final de análisis. De esta manera, los “afectos”en juego en realidad carecen de un valor estructural.

El segundo punto tratado por G. Morel es más delicado porque Razavet anticipó de la nominación de uno de los A. E. que acaba de dimitir.

H. Chauchat expone una experiencia personal en el centro de su elaboración sobre el pase (publicada en un artículo sobre el “deseo del analista”). Una paciente evoca en ella su propio fantasma (que Razavet lo describe del estilo “envenenan a un niño”). El objeto oral es puesto en primer plano. Luego de tratar a su analista “como un perro, la paciente le trae un dulce. El dulce deviene para la analista un objeto fóbico que rememora una fobia infantil, y enlaza claramente este síntoma a su fantasma. Razavet señala que la analista está en el culmen del impasse. Por su parte, H. Chauchat indica que sólo a partir del momento en que pudo establecer una distancia con el objeto propuesto por su paciente, y pasar a presentificar el semblante de objeto, aísla su “deseo de analista”. Esta rectificación de su posición subjetiva permite precisar el momento de su devenir analista.

Sin lugar a dudas este objeto reenvía tanto al momento preciso en que se sitúa la emergencia del deseo del analista como el pase. Pero simultáneamente plantea otro problema. ¿Las reflexiones acerca del pase, deben quedar “a puertas cerradas”?

¿La Tétrade es el lugar adecuado para discutir problemas que conciernen a la Escuela?

Este debate ya implica una toma de posición. La Escuela no es el “bunker” de sus miembros, es “nuestra” responsabilidad, la de aquéllos que están “aspirados por la misma aventura” (según la expresión de J.-A. Miller en la Tétrade pasada) y quieren reflexionar sobre ella.

De hecho –señala J.-A. Miller-, el procedimiento del pase no termina con la nominación sino que pone en juego la transmisión. Transmisión que al tratarse de la clínica del pase, se vuelve problemática. Es por ello que se debe alcanzar el tono adecuado a través de la reflexión conjunta. Así, esta clínica particular constituye el eje el eje del debate, que se presenta en términos de “fenómenos y estructura del pase”, expresión de J.-A. Miller que aglutina una serie de preguntas.

¿El pase coincide con el momento en que se inicia la práctica analítica como lo señala Chauchat? ¿Cómo puntuar el pasaje? ¿Se puede reducir a una anécdota? ¿Cómo probar la transformación que se produjo en el sujeto desde la entrada a la salida del análisis? Además, ¿cómo formalizar esa transformación para alcanzar a pasar el fenómeno a la estructura? De esta serie de preguntas que conciernen a la transmisión se desprende una de otro orden: ¿cuáles son los criterios del cartel del pase para juzgar el testimonio del pasador sobre el pasante?

Debemos reconocer que estas preguntas atañen a la constitución misma de la Escuela. Apostar por ella lleva necesariamente a pensar acerca del procedimiento del pase y a su formalización para producir una transmisión que apunte al corazón mismo del psicoanálisis: su acción en la transformación de la posición subjetiva.

Brevemente contornearemos la manera particular en que en esta ocasión estos temas fueron tratados.

El pasante es abordado por el sesgo de la cuestión del no-saber. Colette Soler señala que es un antiguo tema que pertenecía a la E.C.F. y que le sorprende su emergencia en la E.C.F. Se trata de precisar en qué sentido existe un no-saber, advierte Miller. O qué uso se hace de ello, indica C. Soler. Mientras que G. Morel plantea la articulación entre el saber nuevo y el no-saber.

Una pregunta insiste, ¿la posición del sujeto producido por el pase es similar al sujeto producido por el atravesamiento del fantasma? Es decir, se trata de evaluar si se produjo o no un deseo de saber.

Por otra parte, existe un determinismo en el fin de análisis, se pone en juego una elección del sujeto, elección que puede ser la de no querer saber nada. En su trabajo, C. Soler insiste sobre este punto. Se trata de saber si el sujeto quiere lo que desea (también E. Laurent apunta a esta cuestión). Un sujeto puede dedicarse a cultivar su plus-de-gozar, transformar el no querer saber en una militancia decidida contra el psicoanálisis, puede contentarse con su práctica analítica o sumergirse en el proceso del pase. No existe una modalidad standard.

El testimonio del pasador se presenta en al discusión con el apelativo de “posternación frente al texto sagrado”, que propone Razavel, metáfora que expresa el respeto que merece este testimonio. El efecto-afecto se vincula también al pasador. De allí que Gueguen señale que la lógica de la maniobra debe quedar vinculada a la letra.

Los testimonios también generan ciertos problemas. El texto del pasante que testimonia acerca de su identificación al objeto puede producir un efecto de división sobre el pasador (C. Soler), pero también sobre el cartel, que a veces conduce a un impasse (F. Kohëler).

En cuanto a las anécdotas que involucra el testimonio del pasador, si bien el pase consiste en una cierta anecdotización de la vida del pasador, ellas permanecen en “tierra de nadie”, puesto que para algunos serán convincentes y para otros no, de acuerdo a los distintos puntos de vista. Es por ello que J.-A. Miller insiste en que se trata de buscar lo que constituye la prueba de la transformación del sujeto. La Escuela se sostiene por el consentimiento de lo que constituye la prueba, más allá de los acuerdos tácitos administrativos. Alcanzar este consentimiento forma parte de la apuesta de la Escuela. En el mismo sentido, G. Morel señala que se trata de encontrar los “puntos de pase”, puntos de la estructura que deben construirse puesto que el atravesamiento del fantasma no resulta suficiente para hacer un A. E.

Es más, F. Léguil considera que la Escuela no debe sostener a los A. E. sino a los pasantes potenciales, no para despertarle ganas de, el pasante no es un pasatiempo, sino para honrar a la Escuela. El A. E. debe arreglárselas para que lo que construyó durante tres a;os logre sostenerse a través del tiempo.

Pero el punto álgido concierne a la nominación. J.-A. Miller desarrolla esta problemática retomando elementos de su curso de este año. A diferencia del jurado normal, al jurado del pase no se le confiere un saber. El saber viene del pasante a través del pasador. El didacta resulta ser el pasante, mientras que el jurado es el auditorio al que se le debe enseñar, queda así situado en el lugar de la ignorancia. Si el pasante logra pasar esta enseñanza es nombrado A. E.

Eric Laurent indica que la cuestión del deseo del analista debe situarse en su “querer ser” antes que se ponga en acto. El cartel no debe acentuar el momento en el que el pasante se ve como objeto en el lugar del semblante, puesto que el verse devenir objeto puede equivaler simplemente a un nuevo sujetamiento al significante amo.

En cuanto al cartel del pase. ¿Es un cartel como cualquier otro? ¿Qué hace frente al impasse que puede producir la falta de unanimidad frente a una nominación?

La segunda serie de intervenciones comienza con Colette Soler. Parte del título de esta reunión y sitúa la Ética en el centro de la cuestión. La finalidad de la Escuela es la transmisión que debe distinguirse de la simple reproducción de los analistas. La Ética que se inscribe en la Escuela excluye el rechazo del saber, es el punto de entrecruzamiento del deseo de analista y el deseo de saber. Precisa luego el sentido de la demanda de pase. Se trata de una oferta al servicio de la Escuela, es una oferta de devenir responsable de la Escuela, de volverse causa de transmisión. Esto difiere del hacerse reconocer como un antiguo didacta. El deseo de la demanda de pase es un deseo que se enlaza al deseo de saber. Por otra parte, el deseo del sujeto que atravesó el pase no se distancia del deseo supuesto en la demanda de pase. Durante la discusión puntúa que el atravesamiento del fantasma debe ser disyunto de la suposición del momento en el que el sujeto consitió a saber. Momento que no se perpetúa necesariamente.

Alain Merlet propuso como título “A. M. E.; el Witz es logrado. Encara de entrada el problema de las dimisiones de los A. E. y retoma las cuestiones del saber, la creencia y la verdad por el sesgo del olvido y la rememoración (punto en el que gira su elaboración actual en torno al pase).

Herbert Wachsberger parte del artículo de Freud sobre “análisis terminable e interminable” para indicar los diferentes puntos de impasse de sus seguidores. De esta manera, intenta responder a la pregunta ¿qué “se quiere”(la I. P. A., el Estado, el superyó, etc.) del psicoanalista?

En la discusión F. Léguil retoma el problema de las dimisiones. Afirma entonces que el hecho que un A. E. dimita no constituye la prueba de que el cartel se equivocó sino de su incapacidad de pasar lo privado a lo público.

En cambio, J.-A. Miller plantea esta cuestión en otros términos. Al ser nombrado, el A. E. se compromete a consagrarse a la Escuela y a la transmisión del psicoanálisis. Las dimensiones prueban que este elemento no fue tenido en cuenta en la nominación.

El debate se cierra con una intervención de Eric Laurent en la que subraya que el querer lo que se desea implica un juicio sin que lo sepa el analista. Esto está en relación con el hecho de saber si se quiere lo que desea la contemporaneidad de la civilización puesto que el analista se encuentra con los puntos de horror de su tiempo. Al concluir indica que la convicción que emerge del propio análisis debe ser llevado a la forma demostrativa frente a los colegas, al estilo del trabajo de los matemáticos.

Una respuesta se esboza frente a la pregunta inicial. Lo que la Escuela espera de su psicoanalista es que sostenga su deseo de saber, para que ella cumpla su función de transmisión, sobre la premisa de la responsabilidad de quienes se comprometen en esta tarea. De todas maneras, la discusión en torno al procedimiento del pase y la clínica que se desprende de él no está clausurada. La Tétrade muestra su esfuerzo por forcejear con los sobreentendidos institucionales y lograr un consentimiento que emerja de la reflexión conjunta.

* Publicado en Uno por Uno 10, Barcelona, 1990, pp. 5-7.