Muertes en red

Silvia Elena Tendlarz y Carlos Dante García

Las redes sociales y el uso de internet han dado nacimiento a nuevas formas de mostrar, mirar y dar a ver una multiplicidad de situaciones, como así también de ocultarse tras falsos nombres e imágenes. Las nuevas tecnologías se usan tanto para extraerse de la soledad en el encuentro con otro, para sumergirse en el goce autista, en particular con las páginas porno, como así también se han vuelto un instrumento de muerte y destrucción. La epidemia de estrangulamientos entre adolescentes o de distintos tipos de suicidios dan prueba de ellos.

El atentado de las Torres Gemelas dieron a ver al mundo el ataque de símbolo de una ciudad y el homidicio de miles de personas que se encontraban contingentemente en ese lugar el 11 de septiembre. Millones de personas de todos los lugares del mundo quedaron perplejas frente a sus televisores intentando captar a través de las imágenes qué es lo que sucedía. El enfrentamiento político e ideológico fue dado a ver a través del desgarro, el dolor y la muerte.

El mass killer, en contraposición al serial killer, se ha vuelto paradigmático de una época en que los atentados apuntan a matar a muchas personas en un solo episodio, dando cuenta de lo que Jacques-Alain Miller denominó crímenes de lo real. El scholar killer no queda fuera de la serie de homicidios numerosos de una víctima tras otra, con videos en los que reivindican lo bien fundado de sus actos situándolos más bien dentro de los pasajes al acto psicóticos.

Al mostrar la muerte, el asesinato, el suicidio, las redes se han vuelto un espacio público en el que se vuelca el “teatro privado de la pulsión”.

Pero un nuevo despliegue por la red se añade cuando los crímenes son filmados y mostrados explícitamente por los homicidas, o se ejecutan a sabiendas que las cámaras que nos rodean y la publicidad de los medios volverán “célebres” sus actos. Los medios se interrogan entonces acerca de su injerencia en los atentados suicidas, por la “glorificación” póstuma que muchos buscan a través del asesinato. Un diario en Francia, por ejemplo, difundió una selfie, haciendo fuck you, del atacante de Niza que atropelló y mató a medio centenar de personas, que se sacó unos minutos antes del crimen. En contrapartida, el diario Le Monde decidió dejar de difundir fotos de los terroristas en tanto que consideran que la publicidad forma parte del acto terrorista.

Para los espectadores en internet confluye el interés mórbido, la curiosidad, la fascinación y la perplejidad, un nuevo objeto que se ofrece al goce del ojo que mira. El verdugo, por su parte, ya no es un representante legal que exhibe la ejecución sino que queda por fuera de toda regulación legal. Se produce así una tensión entre lo público y lo privado y la pregunta acerca del lugar que se le pueda otorgar a la injerencia de los poderes frente al derecho individual.

¿Qué decir de los homicidios que incluyen el suicidio de los perpetradores? Un halo de ideología mártir sobrevuela los atentados en algunos casos, en otros, como en el joven que degolló a un sacerdote en una iglesia en Francia, si bien adujo una reivindicación ideológica, su radicalización es ulterior a sus internaciones psiquiátricas desde la edad de seis años, poniendo en cuestión los sistemas de salud mental.

Los suicidas-homicidas u homicidas-suicidas que matan a sabiendas que morirán haciéndose estallar o disparar, que utilizan incluso a niños como bombas en los ataques, ¿son acaso un nuevo rostro del homicida contemporáneo, sin culpa y entregado a su bacanal de goce? ¿Son los ilotas del siglo XXI que nos muestran acaso cómo gozan?

Eric Laurent señala que los ideales utilizados responden a una búsqueda de dar sentido a la propia existencia pero que es una vía nueva para un goce en autodestruirse que antaño se lo llamaba mártir.

La ciencia a generado un nuevo soporte al teatro del goce que convoca lo inhumano y da a ver el empuje al crimen. Nuevos rostros del sufrimiento y de la muerte nos acompañan.