Femicidios

La violencia forma parte de nuestro mundo contemporáneo y las clasificaciones con las que se nombran los crímenes se expanden y diversifican. Los crímenes trascienden el sexo, la raza y las edades, pero algunos toman la particularidad de dirigirse a una población específica.

¿Se puede plantear que los crímenes de las mujeres y de los hombres son simétricos en cuanto a su funcionamiento subjetivo? La figura del “femicidio” surge para examinar esta cuestión.

Cuando se mata a una mujer

A las mujeres se las asesinan en distintos contextos que no involucran específicamente su condición de mujeres, por ejemplo en atentados terroristas, en violencias callejeras, incluso en la guerra. Dentro de la psiquiatría se presentan pasajes al acto psicóticos como una descarga del goce invasor. El filósofo francés Althousser estrangula a su esposa mientras le daba un masaje sin darse cuenta de lo que hacía. Barreda, célebre criminal argentino, lleva a cabo el crimen de su mujer, de sus dos hijas y de su suegra, en medio de un delirio de reivindicación paranoico. No obstante, existe una franja de hombres que matan a sus mujeres en episodios violentos. En este contexto el femicidio cobra su especificidad.

Si bien el término femicidio fue utilizado esporádicamente desde el siglo XIX, comienza a difundirse como tal cuando la activista sudafricana Diana Russell lo utiliza en 1976 ante el Tribunal Internacional de los Crímenes contra la Mujer.

El femicidio se define de distintas maneras y su alcance es sujeto de debate en el interior mismo del movimiento feminista porque pone en cuestión a quiénes se incluye en el conjunto de las mujeres. Desde el año 2018 se lo presenta como el asesinato de una mujer en manos de un hombre por machismo o misoginia. Se lo toma como una manifestación del odio y desprecio hacia la mujer, como una reivindicación masculina, o un mecanismo de control y de poder sobre las mujeres.

El 14 de noviembre de 2012 el Congreso de la Nación en Argentina sancionó la ley 26.791​ que modifica el artículo 80 del Código Civil incorporando la figura del femicidio como el homicidio realizado contra “una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediante violencia de género”. No es una figura penal autónoma sino que se lo considera un agravante del homicidio. Desde 2016 se incorporó en la Argentina la categoría sexo/género de la víctima, incluyendo no sólo a mujeres cisgénero sino también a mujeres trans y travestis, de acuerdo a la “ley de identidad de género” promulgada también en 2012.

Un movimiento social llamado “Ni una menos” se generó entre tanto, en 2015, como protesta por la violencia contra la mujer y el femicidio, colectivo argentino que se expandió luego por Latinoamérica. El desencadenante fue el asesinato de una adolescente de 14 años en manos de su novio que produjo una convocatoria pública de repudio en ochenta ciudades apoyada por numerosas figuras públicas, y desde entonces siguen sus marchas. Se busca que “Ni una mujer menos, ni una muerte más”, como lo dijo la poeta Susana Chávez, víctima también de un femicidio, dando así el nombre a este colectivo.

Mujeres en llamas

El fuego y sus metáforas usualmente se asocian a la pasión o a la excitación sexual: amar con ardor, el fuego de su mirada, estar “caliente” para nombrar la excitación, decir que una mujer es “hot” para decir que es sexi, son, entre otras, maneras de hablar de aquello que se produce en el encuentro entre dos partenaires. Pero el fuego con el que se arde con vehemencia y lleva a la búsqueda del encuentro con el otro, paradójicamente se ha vuelto una de las formas con que se han cometido crímenes contra mujeres en Argentina.

Wanda Taddei fue una mujer asesinada por su esposo, el músico Eduardo Vázquez, en el año 2010, que la quemó durante una discusión. Vázquez aseguró que forcejearon al pelearse con una botella de alcohol cuyo contenido se derramó sobre ellos. Luego, al prender un cigarrillo, se prendieron fuego sus brazos, y Wanda, al abrazarlo para apagar las llamas, se quemó. Los hijos escucharon una pelea, golpes, y que la madre gritaba “me vas a matar”. Un médico declaró que Wanda en su agonía dijo que él apareció con una botella de alcohol y un encendedor. Fue condenado entonces a dieciocho años de prisión por el delito de “homicidio calificado por el vínculo, atenuado por el estado de emoción violenta”.

Con este veredicto surgió el debate acerca de la contemplación de la “emoción violenta” como circunstancia atenuante. Esta discusión contribuyó a que dos años después se la reemplaza por el de femicidio y en el aumento la condena.

Por otra parte, surgió una gran discusión en torno a la proliferación de los homicidios a mujeres a través de elementos de combustión: ¿es un “efecto Wanda” mediático? ¿Es una modalidad de disfrazar la agresión bajo la excusa del “accidente”? ¿Se quiere dejar una marcar del hombre en el cuerpo de la mujer?

Si bien el discurso general en relación a la “violencia de género” pertenece al ámbito social, que incluye hombre y mujeres, y el de femicidio al ámbito jurídico, no debe restringirse a una cuestión puramente clasificatoria o nominalista.

Eric Laurent señala que el crimen de género, la violación, es por excelencia la marca de una nueva manera de vivir la relación entre los sexos [1]. La violencia privada emerge en la relación entre un hombre y una mujer dando cuenta de su malestar y extravío. El lugar del discurso de las mujeres se ha desplazado en nuestra civilización pero, al mismo tiempo que van obteniendo el postergado reconocimiento de sus derechos y libertades, continúa el malestar en la relación con el partenaire.

Surge la pregunta de por qué algunas mujeres permanecen junto a hombres que las maltratan y que incluso pueden llegar a matarlas. Lejos estamos del mito del “masoquismo femenino”. El sufrimiento es real y los resortes subjetivos por los que las mujeres quedan atrapadas en relaciones que las hieren no son masoquistas.

Antes que nada, no hay un saber en lo real acerca de la sexualidad que Lacan expresa como el agujero del “no relación hay sexual”. Los hombres tienen que descifrar los embrollos que le produce el goce femenino de las mujeres, deben poder alojarlas por ser su objeto causa de deseo. El valor de goce que puede tener la mujer para un hombre la vuelve sintomática, dice Laurent, y de allí es un síntoma a descifrar y se vuelve un partenaire-síntoma, síntoma de otro cuerpo [2].

Del lado femenino Jacques-Alain Miller señala que el “estrago es la otra cara del amor”, por lo que el hombre puede volverse un partenaire-estrago [3], estrago de un cuerpo de otro sexo. Y desde esta posición las mujeres pierden su límite y no logran sustraerse de la violencia a la que son expuestas.

En las mujeres predomina el homicidio pasional o el infanticidio, ambos, pareja e hijos, objetos de pasión. Pero del lado de los hombres, el femicidio testimonia de cómo los hombres golpean, maltratan o matan el cuerpo de las mujeres.

Un homicidio es el franqueamiento que marca un antes y un después. No es dialectizable en el discurso amoroso. No puede justificarse por el exceso de violencia. Los motivos son variados pero nunca desreponsabilizan al sujeto frente a su acto. Persiste entonces el examen del homicidio de mujeres que sigue siendo una pregunta que arde.

BIBLIOGRAFÍA

  1. E. Laurent, “Psicoanálisis y violencia: sobre las manifestaciones de la pulsión de muerte. Entrevista a Eric Laurent”, A violência: sintoma social da época, Scriptum-EBP, Belo Horizonte, 2013.
  2. J.-A. Miller, El partenaire-síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008.
  3. E. Laurent, El reverso de la biopolítica, Grama, Buenos Aires.