Lo inclasificable

Nuestro nuevo siglo ha cambiado la forma de presentación de los casos clínicos. El declive del Ideal y el predominio del objeto de goce sobre el Ideal conducen a una multiplicación de identificaciones simbólicas, a una pluralización de los S1. De allí derivan identificaciones débiles solidarias de una fragmentación discursiva. A falta del significante amo que colectiviza, emerge una pluralización de los S1 a la manera del significante “en nombre del cual se habla”. Por otra parte, los sujetos recurren a identificaciones imaginarias cambiantes que funcionan como suplencias frente al déficit simbólico. Se intenta paliar así el malestar relativo a la caída de la figura del padre y a la inconsistencia del Otro.

La proliferación de los “como si” contribuye a enrarecer los diagnósticos. Los casos raros, atípicos, los llamados inclasificables abundan en las consultas. La psicosis ordinaria examinada en la actualidad, por ejemplo, no significa que la psicosis clásica haya desaparecido. En su lugar aparecen psicosis atenuadas, sin un desencadenamiento, con fenómenos psicóticos flojos que traducen más bien un desenganche del Otro, sin construcción de un delirio y con “acontecimientos del cuerpo que no están centrados en el amor al padre”. Laurent indica que se visualizan así “pedazos de real”, “surgimientos erráticos de lo real”, sin la necesidad de un delirio que corte al sujeto del lenguaje común.

El uso globalizado de los medicamentos y la pregnancia social de los criterios de los DSM que desconstruyen sistemáticamente las categorías existentes en nombre de un realismo pragmático y sincrónico, empujan al fenómeno psicótico hacia una modalidad que escapa a las clasificaciones tradicionales utilizadas en el psicoanálisis. No se trata tanto de su desaparición sino que la modificación del binomio significante-goce es solidaria de otra clínica.

Del empuje a la clase al no todo

Como resultado de este cambio se ha producido una crisis en nuestras clasificaciones y algunos diagnósticos han dejado de ser operativos. La clínica discontinuista, estructuralista, de “sustitución”, como lo indica Miller, ha virado hacia una clínica continuista, de “conexión”, borromea, en la que el pivote no es ya la inscripción del Nombre del Padre sino la forclusión generalizada y la relación del sujeto con su sinthome. El énfasis se desplaza así de la estructura, que es una clase, a la unidad elemental del síntoma.

Los nuevos síntomas conciernen a patologías sobre las que antes no se hablaba y que existen a partir de la nominación de clases. Se renueva el envoltorio formal del núcleo de goce que no varía: no existe una nueva pulsión.

El síntoma presenta una doble vertiente: singular, que concierne al goce, y universal, que viene del Otro y traduce su aspecto social. La parte fija del síntoma, el goce aparejado, se mantiene, mientras que la parte variable, que corresponde a los significantes que vienen del Otro simbólico, con los que se inventan los modos de satisfacer a la pulsión, varían su vestimenta y se asocian al relativismo. A nivel del sujeto se mantiene la inercia que inscribe el síntoma en lo real, situándolo así entre lo real y lo social.

Como contrapartida a la dispersión clínica, a esta serie indefinida de combinaciones, que no responde ya el régimen del Nombre del Padre sino a la del no todo contemporáneo, a la pluralización de los significantes amos, surgen nuevas “clases” identificatorias construidas socialmente.

Pero, al mismo tiempo, frente al empuje social de constitución de clases, de nombrar todo, aparecen casos sueltos, que no forman una comunidad y que resultan inclasificables. Esta identificación fragmentada es el soporte de las epidemias diagnósticas modernas.

Ian Hacking considera que los diagnósticos contemporáneos son construcciones sociales que responden a épocas y a lugares determinados. El acto de dar un nombre logra realizar una construcción sobre aquello que nombra. Las clasificaciones incluyen individuos con los que interactúan, y por el “efecto bucle” se van modificando tanto los individuos clasificados como las propias clases. A su entender, el mal real que la clase intenta nombrar existe, lo que se modifica es el constructo que lo nombra.

El punto de partida de esta orientación la da Nelson Goodman al afirmar que las clases hacen mundos. Pero, al mismo tiempo, las conclusiones que se alcanzan a partir de las particularidades no impiden que se alcance una conclusión opuesta usando las mismas reglas de inferencia si se utilizan preferencias diferentes en la clasificación. Habitamos muchos mundos posibles de acuerdo a las clases que usamos. El punto central es qué criterios de selección y organización se utilizan en la categorización de las clases consideradas relevantes.

A estas consideraciones Ian Hacking añade lo social de la construcción de la realidad puesto que el mundo no es ajeno a las personas que lo habitan.

Ahora bien, el “mal real” invocado en esta perspectiva nominalista no corresponde al real propio del psicoanálisis que se hurta necesariamente al saber. Esto nos lleva al llamado “real de la clase o del tipo clínico”. Este real vuelve tanto más complejo su inclusión en la clase diagnóstica.

Los polos diagnósticos y lo singular

La subversión que Lacan lleva a cabo con el universal de Aristóteles hace que rectifique el uso de los cuantificadores, de manera tal que extrae de la lógica moderna el problema de la existencia por fuera de la cuestión de la pertenencia. Este vuelco no impide que la clínica analítica aspire a encontrar categorías en donde incluir al sujeto. En verdad apuntamos a una ciencia de lo particular y de lo singular y no de lo universal en tanto que el ser del sujeto, sus atributos y particularidades, no son deducibles del tipo al que pertenece.

Como efecto de las transformaciones contemporáneas, la clínica clásica, que responde a la estructura del todo y de las clases, de la sexuación masculina como dice J.-A. Miller, se ha vuelto una clínica del no todo lacaniano.

La inexistencia del Otro expresa que no hay un todo universal, de allí que se inscriba en la estructura que Lacan llama no todo. Como consecuencia de ello la universalización, lejos de inscribirse en el espacio del para todo x, se vuelve el no todo generalizado. Miller especifica las particularidades de ese no todo: “no es un todo que supone una falta sino una serie en desarrollo sin límites y sin totalización”. Se destaca así lo ilimitado de la serie.

Ahora bien, si el ser del sujeto se encuentra en la particularidad del no todo, ¿se trata de una pura dispersión en los particulares o existen universales o tipos clínicos que pueden usarse legítimamente en la clínica?

La relación entre lo Uno y lo múltiple produce oscilaciones e introduce matices. La clínica analítica de lo particular permite cuestionar los conceptos aceptados. Introduce así una movilidad que impide que se transforme en un dogma en el que para alcanzar el universal soñado se vacían las particularidades subjetivas. La singularidad del ser hablante entorpece ese anhelo. El anudamiento del sinthome, los nudos sintomáticos siempre son singulares y se resisten a la inclusión en un universal.

Los cuantificadores aristotélicos se inscriben en un universo de discurso finito. El no todo de Lacan se despega de él puesto que el acento está puesto en la imposibilidad de la universalidad del predicado. Como lo desarrolla Miller a partir del modelo intuicionista de una secuencia de elecciones, si no se plantea al comienzo la ley de formación de la serie, es imposible concluirla para todos. Esta secuencia es lawless, sin ley que marque una serie finita. Este es el atributo singular de lo real, por lo que lo real es sin ley.

El síntoma es la ley particular de un sujeto y muestra que no hay un saber en lo real, un saber sobre la sexualidad, puesto que el real que vale para uno no vale para otro. Así, la disyunción entre el saber y el goce es el efecto del agujero de la no relación sexual.

La contingencia determina el modo de goce del sujeto y pone en evidencia la variabilidad de la experiencia psicoanalítica. Cada ser hablante tiene a su síntoma como partenaire fundamental. A falta de saber en lo real, los distintos tipos de síntomas reemplazan la ausencia de relación sexual. La contingencia se aloja en lo singular de cada caso y no se deja absorber por lo típico.

De esta manera, lo inclasificable es el goce del propio sujeto. Por lo demás, sus síntomas responden a una estructura y vuelcan los significantes de una época. Si bien el postulado de los polos clínicos de la neurosis y la psicosis se mantiene, debe precisarse las “distorsiones topológicas”, como lo expresa Eric Laurent, que van de un estado a otro sin rupturas.

Se trata, en definitiva, de poder hacer uso de las categorías clínicas para examinar los singulares tratamientos sintomáticos. Se revela así que el sujeto no es más que una hiancia frente al universal.

Aunque Dios no juegue a los dados, la contingencia y el azar del encuentro hacen de cada sujeto un caso único y excepcional.

Buenos Aires, 2007

* Publicado en A.A.V.V., La variedad de las práctica, III Encuentro americano del Campo freudiano, E.O.L., Buenos Aires, 2007, pp. 31-35.

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