La última imagen de Madame Bovary

¿Quién es Madame Bovary? Emma es una mujer soñada por Flaubert, pero también, ella misma es una mujer que sueña. Sueña con ser otra de la que es. Sueña con alcanzar una imagen ideal. Y soñando, diseña el espacio que se abre entre la enunciación de un sueño y las respuestas peregrinas que pueblan sus días.

Un enigma es la clave de sus sueños. ¿Dónde encontrarlo? En los intersticios de la novela de Flaubert, es decir, en los “momentos de ser”, según la expresión de Virginia Wolf, que el autor dibuja frente a nuestros ojos para desvelar la intimidad de esta misteriosa mujer. Y con él, nuestro comentario. Como un renovado esfuerzo por desandar los senderos turbulentos de sus ensoñaciones.

1. Las mujeres ilustres y desafortunadas.

De niña Emma es internada en el Convento de las Ursulinas. Allí aprende a tocar el piano, a bordar, a leer, actividades completamente extrañas a la cotidianidad provincial. Así, ella se sumerge en sus lecturas en búsqueda de un saber que se hurta a su entendimiento. Saber sobre el misterio de su propia sexualidad, y que, siguiendo el recorrido de su propia posición femenina, rápidamente quedará enlazado a los infortunios del amor. Flaubert nos dice:

Emma buscaba saber lo que se entendía exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasión embriaguez, que le habían parecida tan bellas en los libros.

Esta búsqueda oscila entonces entre momentos de sensualidad y voluptuosidad junto a sus amantes, y momentos de profunda religiosidad. ¿Cómo explicar este desplazamiento continuo? Se trata de modular el cifrado de un goce desconocido, que para Emma roza en ciertas oportunidades las experiencias místicas.

Cuando iba a confesarse, inventaba pequeños pecados, con el fin de permanecer allí mucho más tiempo… Las comparaciones con el novio, el esposo, el amante celeste y el casamiento eterno que retornaban en sus sermones le despertaban en el fondo de su alma dulzuras inesperadas.

De esta misma fuente encontramos la emergencia del primer ideal femenino con que Emma intenta identificarse.

Durante esa época, ella tenía el culto de Marie Stuart, y veneraciones entusiastas hacia las mujeres ilustres y desafortunadas.

Cuando su muere su madre, es presa de una gran tristeza. Su dolor era verdadero. Pero pasado el tiempo, esa tristeza se transforma en semblante que le permite alcanzar su primer ideal femenino.

Emma se sintió interiormente satisfecha por haber alcanzado desde el primer intento ese raro ideal de las existencias pálidas, que nunca alcanzan las existencias mediocres.

2. El marido de otra.

Esta idea de pasiones elevadas guía su existencia. Sueña con claros de luna con poemas apasionados, con un decorado lujoso que volvería más digno al amor. Confunde entonces, al decir Flaubert, la sensualidad del lujo y la alegría del corazón, las costumbres elegantes y la delicadeza de los sentimientos. Este será pues el marco que buscará en su matrimonio con Charles Bovary, médico de provincia. Pero en lugar de las dichas anheladas se encuentra con la monotonía de la vida conyugal y con un hombre que no se interesa en absoluto de sus aspiraciones espirituales. De hecho, Charles no responde a su ideal de cómo se expresa el amor, por lo que concluye que el amor de este hombre -que se dejará morir luego de su suicidio suspirando por ella- no tiene nada de extraordinario y que fue simplemente una mala jugada del destino. Sueña entonces con otros hombres…

Se preguntaba si no existía un medio, a través de las combinaciones del azar, para encontrar otro hombre; y buscaba imaginar (…) al hombre que no conocía.

Emma se siente pues insatisfecha del marido que tiene, y cree que los maridos de las otras mujeres son mucho mejores que Charles. El hombre que ella no conoce, con el que sueña, de hecho desea a otra mujer.

3. La mujer virtuosa.

León Dupuis es el hombre que se cruza en su vida, que la ama, pero cuya timidez le impide declararle sus sentimientos. En lugar de sumergirse en este repentino amor, Emma se forja una mascarada de mujer virtuosa que le permite nuevamente colmar su falta en ser.

…la alegría de decirse: “Soy virtuosa”, y de mirarse en el espejo mientras que tomabas poses resignadas, la consolaban un poco del sacrificio que creía hacer.

Al mismo tiempo que mira su imagen de virtud en el espejo, ella trata de alcanzar ese nuevo ideal de mujer. Por su parte, León ama una mujer imposible, que pertenece a otro, que es madre, y que juzga virtuosa e inaccesible. Es por ello que el lugar donde se sitúa Emma inspira el deseo de León, es decir que la mascarada de Emma le permite hacerse amar y desear del hombre que ella ama. De esta manera, por la maniobra del amor ella recibe el falo añorado, y vuelca su odio hacia Charles. Al decir de Freud, ese odio tiene una fuente primitiva: es el odio dirigido hacia la madre, correlativo al Penisneid, que lanza a la niña hacia el Edipo, y que reaparece en el matrimonio. Charles le hacía “decepcionado”, como antanio tuvo que padecer su decepción fálica, y la niña que le había dado no alcanza a devenir un sustituto fálico. Su salida libidinal la lleva a presentarse a ella misma como falo, pero para eso la condición es “hacerse amar”, según sus sueños.

4. La enamorada.

Poco después de la partida de León, Emma cae bajo la subyugante seducción del hábil Rodolphe, quien le dice todas aquellas palabras que durante tanto tiempo esperó escuchar. ¿Cuáles son los sentimientos de Emma?

…al mirarse en el espejo, se sorprendió de su rostro… Algo sutil esparcido en su persona la transfiguraba. Ella se repetía: “Tengo un amante! Tengo un amante! (…) Entonces se acordó de las heroínas de los libros que había leído… Ella se volvía una parte verdadera de sus imaginaciones y realizaba el largo ensueño de la juventud, considerándose en ese tipo de enamorada que tanto había deseado.

La figura de “la otra mujer”, clásica en la histeria, no necesariamente debe ser otra que ella misma. En Emma encontramos múltiples mujeres con las que se trata de identificar para tratar de aislar un significante que finalmente logre nombrar a La Mujer. La otra aquí es del “tipo enamorado” de sus libros, una mujer deseable que le asegura, por esa vía, recibir el velo fálico.

Una vez que el encanto se deshace, Emma se arrepiente e impulsa a Charles a realizar una operación demasiado audaz que fracasa. Este súbito signo de amor muestra entonces su verdadera faceta: su cólera estalla y busca huir con Rodolphe. Su amante finge acceder, y, a último momento, la abandona.

5. La santa

La desesperación la sumerge en una larga enfermedad de la que surge un nuevo período de religiosidad.

Quiso volverse una santa… en el orgullo de su devoción, Emma se comparaba a esas grandes damas de antaño, con las que había soñado la gloria…

Una nueva imagen se añade a la serie: la mujer triste y pálida, la que es deseada por otro, la virtuosa, la adúltera, y ahora… la devota. Imágenes que se suceden unas a otras perpetuando la misma insatisfacción, alimentando el misterio, sosteniendo un imposible.

6. Mentiras y secretos.

Durante sus aventuras amorosas, Emma se endeuda. Incluso convence a Charles de que le dé una procuración absoluta de su patrimonio, que finalmente lo arruina. Junto con las deudas, que guarda en secreto, se tejen las mentiras. Miente para encontrarse con León (con quien inicia un romance). Pero la mentira se opone al secreto. En la mentira un significante viene en lugar del que queda oculto produciendo un efecto de sentido. En el secreto se trata de la sustracción de un significante sin que nada venga a su lugar. El secreto es una manera de nombrar la sustracción femenina: su goce también está fuera del significante fálico que ordena el goce masculino. Pero la mentira de Emma da muestras de la ferocidad histérica puesto que no se detiene hasta alcanzar a perder a Charles, incluso preferirá el suicidio a ser perdonada por él.

Cuando su relación con León sucumbe a la inercia conyugal, en el momento en que las deudas la acosan, comienza a sentir un profundo desamparo.

¿De dónde venía esta insuficiencia de la vida, esta podredumbre instantánea de las cosas en que ella se apoyaba? Pero si existía en algún lado un ser fuerte y bello…¿por qué no lo encontraba? Qué insatisfacción!

El verdadero secreto de Emma es que se trata de sostener su deseo insatisfecho, manera de contornear lo imposible. Siempre existe en su imaginación una voluptuosidad mayor que se sustrae.

Podríamos preguntarnos cuál es el lazo que retiene a Emma junto a Charles. Sin duda es el odio. La hostilidad dirigida a ese hombre que no le dio lo que ella anhelaba, y que le permite soñar con otros, hasta que sus sueños se diluyen en la muerte.

7. La última imagen.

Luego de envenenarse, en el instante que precede a su muerte, Emma pide un espejo.

En efecto, ella miraba todo a su alrededor, lentamente, como alguien que se despierta de un sueño, luego, con la vos diferente, pidió su espejo y permaneció inclinada sobre él durante un momento, hasta que grandes lágrimas cayeron de sus ojos. Entonces dio vuelta su cabeza haciendo un suspiro y cayó sobre la almohada.

¿Cuál es la imagen que Madame Bovary ve en el espejo en el instante que precede a su muerte? Ya no son las imágenes con las que intentó responder al vacío significante que emana de la sexualidad femenina. Su último encuentro no puede ser más que con la nada que se oculta detrás de la imagen. Como la última escena del rey Lear, cuando lleva entre sus brazos el cuerpo de su hija muerta, Cornelio, el tercer cofre incontorneable de los seres mortales. Es justamente lo que no tiene imagen, la castración, que ella intentó ocultar con la serie de imágenes de mujeres, otras, ideales, que nutrían su yo. El sacrificio de su ser, su suicidio, está orientado por su profundo odio. Frente al desamparo, Emma se identifica a su propia falta en ser, las imágenes caen y resta el silencio.

Así, esta mujer que buscó ser otra, otra para ella misma, que se estremeció junto “al hombre que no conocerá jamás”, al decir Baudelaire, desvelando la alteridad radical de la mujer, encuentra al final de su recorrido el vacío que ninguna respuesta en sus ensoñaciones logró colmar.

* Publicado en Confluencias 5, Barcelona, 1991, pp. 29-30.