Guiraud: La inmotivación del homicidio en la psicosis

En su tesis de 1932 Lacan participa en el debate contemporáneo de la psiquiatría francesa de los años 20 con respecto al peligro social y la responsabilidad de los acusados de un crimen.

Parte de distinciones nosográficas. Diferencia la paranoia de autopunición del delirio reivindicatorio, y la aproxima al delirio de interpretación donde las “energías autopunitivas del superyó se dirigen contra las pulsiones agresivas surgidas del insconsciente del sujeto, y retardan, atenúan o desvían su ejecución” [1].

Para Lacan, el querulante es mucho más peligroso que las psicosis autopunitivas puesto que recibe el peso energético del Ideal del yo que avala y justifica la impulsión homicida. Por ello concuerda con Sérieux y Capgras en que en los delirios de interpretación el peligro es menor, menos inmediato y dirigido, que en los delirios querulantes.

Pero también subraya la importancia de la evaluación del peligro en cada caso particular. Distingue los delirios de interpretación donde la instancia autopunitiva está ausente y aumentan la brutalidad y la impulsividad. Su ejemplo es un paciente que tras diez años de persecución delirante se acerca a un banquero de su propia nacionalidad y lo mata de improviso.

Se desplazan entonces los límites de la paranoia hacia los estados paranoides en los que la inmotivación va en aumento. En este punto son de gran importancia los trabajos de Guiraud sobre los homicidios inmotivados.

1. Lo liberador en el homicidio inmotivado

Dos artículos aparecen como referencias. El primero, “El homicidio inmotivado, reacción liberadora en los hebefrénicos” (1928) [2], escrito en colaboración con Cailleux, presenta el tema que alcanzará su más amplio desarrollo en 1931 con “Los homicidios inmotivados” [3].

El primero se basa sobre el caso Paul. El episodio criminal se desarrolla de la siguiente manera: Paul toma un taxi y le pide al conductor que lo lleve a un lugar determinado. Durante el trayecto se presenta como un estudiante de medicina, hijo de un conde. El taxista, por su parte, dice ser un antiguo oficial de la marina imperial rusa. Cuando llegan al punto de destino, bajan del auto, y luego de una caminata de unos 40 minutos, Paul saca un revólver y le dispara, hiriéndolo. Intenta huir con el auto, que no sabe conducir. Las incoherencias de su argumentacion sobre el episodio criminal lo conducen a un hospital psiquiátrico.

Entre los antecedentes del enfermo figuran el etilismo y una religiosidad intempestiva que le hace pasar muchas horas en la iglesia, aunque sea absolutamente ignorante en materia de religión.

A partir de la comparación de este caso -diagnosticado como hebefrenia por el estado posterior al pasaje al acto, donde dominan una apatía y una indiferencia totales- con dos ejemplos de pacientes suministrados por otros autores (tales como Egger, Ladame y Neuville en 1918), aislan un tipo característico de conducta: violencia inmotivada contra un desconocido, fabulación novelesca luego del crimen (sin ser sostenida por mucho tiempo), y estado de indiferencia total.

La incoherencia aparente de estos crímenes, en la medida en que se distinguen de la premeditación del perseguido o de la impulsión del demente, despierta el interés de los autores. “Dado que siempre hemos observado estas reacciones en la hebefrenia, buscamos la causa en la misma enfermedad” [4]. Esto constituye el punto de partida del análisis del kakon.

Retomemos el análisis de Paul. Guiraud y Cailleux consideran que frente a una sensación dolorosa, física y mental, que experimenta el enfermo -decía que no se sentía normal, que su estado empeoraba y que “tenía que hacer algo“- comienza a buscar antes que nada una salida en el alcohol, luego en la política y en la religión. Sus rumiaciones lo conducen a la idea de la necesidad de suprimir el mal social. Paul mezcla esta última noción con la de enfermedad, lo que produce la violencia de su reacción que tiende a liberarlo de la enfermedad que destruye su actividad psíquica.

Para Guiraud y Cailleux: “La reacción violenta aparece entonces a la vez como el último sobresalto de energía de un organismo que se hunde en la indiferencia y la inacción, y como el resultado de una transferencia del deseo de “curar la enfermedad” en “suprimir el mal social” (a través de un paralogismo verbal y simbólico frecuente en los hebefrénicos: matar el mal = matar a la enfermedad)” [5].

Estas violencias inmotivadas no carecen de causa: el esfuerzo de “liberación contra la enfermedad transpuesta patológicamente en el mundo exterior” [6].

Aunque el término kakon es utilizado particularmente en el segundo artículo de Guiraud, su significación ya está presente en el primero a través del postulado de una acción liberadora del mal.

En 1931 Guiraud retoma el caso Paul y precisa que lo que se quería eliminar era el kakon, y anota que esta expresión es de V. Monakow (neurólogo suizo que junto a Dubois se oponía al grupo de Jung y Mourgue). Monakow y Mourgue escriben en 1928 La introducción biológica al estudio de la neurología y la psicopatología [7].

Los “crímenes de kakon” (palabra griega que significa mal) representan crisis o complejos neurovegetativos que se producen en la psiconeurosis, condicionadas por traumatismos de orden sexual. Retoman a Briquet (1859) en la descripción de la crisis: el paciente palidece de golpe y comienza a transpirar, un sentimiento doloroso de peligro inminente lo invade (por ejemplo, una crisis cardíaca), seguido por una violenta agitación motriz. El episodio dura apenas algunos minutos, pero el sujeto queda aterrorizado frente a la eventualidad de la reaparición de estos fenómenos. El individuo cree en un gran peligro, lo siente, e intenta entonces defenderse a través de su aparato reflejo.

Lo que domina en el momento de la crisis -más allá de su motivación- es el esfuerzo por liberarse de un estado doloroso a través de todos los medios de sus fuerzas psíquicas (que resultan insuficientes). Esta crisis de kakon se establece como la liberación de un complejo aparentemente bulbar de naturaleza automática. Es por ello que sólo el aparato reflejo logra ofrecerle una salida.

De manera sorprendente, Monakow y Mourgue comparan los trastornos cardíacos (palpitaciones) y respiratorios que se producen durante la crisis, a los que generalmente acompañan al orgasmo sexual. Citan a Pidoux, quien compara el ataque histérico a las modificaciones que se producen en el organismo durante el coito. Estos autores plantean, a través de su terminología médica, que algo del goce se relaciona con el kakon.

La aplicación del kakon pasa a continuación de la psiconeurosis a la psicosis. Para ellos el kakon origina por proyección el sentimiento de persecución. La fuente de los sentimientos corporales dolorosos está ubicada en el exterior. “Este sentimiento desagradable lo atormenta y lo empuja continuamente, a veces en forma latente, otras en forma manifiesta, a liberarse” [8]. De allí que pueda producirse más o menos violentamente una reacción inadaptada de defensa del organismo contra el kakon: desde una producción delirante hasta el suicidio.

Estas últimas consideraciones son retomadas por Guiraud. La encrucijada es un sentimiento doloroso de extrañeza interior.

En el caso Edouard, el kakon representa una cenestesia dolorosa, una inquietud y una desconfianza patológica. El resultado de su pasaje al acto liberador es un muerto y un herido grave entre los miembros de su familia.

El relato del paciente es extraordinario puesto que detalla las órdenes que lo impulsan “maquinalmente” a tirar, sin entender lo que sucede, y sin reconocer a quiénes agrede. Este paciente, cuyo diagnóstico es el de una psicosis alucinatoria crónica, logra describir no sólo que actuaba sin finalidad alguna, sino también el estado de “bienestar” que lo embriagaba.

No obstante, el estudio de Guiraud sobre los delirios crónicos concuerda con el de Clérambault en lo que respecta a considerar que el delirio es una superestructura. Las conceptualizaciones de automatismo mental, sindrome de acción exterior, sentimientos de influencia, etc., incluyen pensamientos y “no son reconocidos por él como propios” [9]. Se trata de fenómenos mentales parásitos independientes del curso normal del pensamiento, no sentidos como personales, y desagradables por su naturaleza y por el misterio de su aparición.

Según Guiraud, estos fenómenos no respresentan el desencadenamiento de los delirios crónicos. En primer lugar, aparece una fase de inquietud pre-alucinatoria asociada a una cenestesia dolorosa. El caso contrario también puede producirse: una tranquilidad mental que guarda la característica de experimentarse como no personal (como en el caso de B.).

Atribuye la etiología a los trastornos vegetativos y cenestésicos. Guiraud aproxima esta cenestesia dolorosa a los trastornos hipocondríacos habitualmente presentes en la psicosis.

Por su lado, Lacan se opone a esta argumentación de Guiraud, puesto que al ser puramente neurológica no incluye la acción de los factores sociales en la personalidad.

Sea como fuere, es importante conservar algunos aspectos pertinentes de estas hipótesis. La organicidad no explica la psicosis, pero los fenómenos que Guiraud aisla pueden ser pensados nuevamente a partir de los conceptos desarrollados por Lacan.

Guiraud presenta la invasión de una sensación -que llama cenestesia- de la que el sujeto intenta liberarse a través de su pasaje al acto: experimenta un kakon insoportable. De esta manera, el fenómeno aislado por Guiraud puede ser calificado como la invasión de goce que se produce en la psicosis.

Paralelamente a los homicidios que no parecen estar motivados por una idea delirante, encontramos aquellos que tienen como origen un delirio. En la segunda parte de su artículo “Los homicidios inmotivados”, Guiraud se ocupa de otros dos casos en los que el acto violento no parece estar destinado a “matar a la enfermedad”.

En el primer ejemplo, el de Enrique, está claramente indicado que el pasaje al acto responde a una orden alucinatoria. El paciente, que sufre de un delirio místico manifiesto, practica el espiritismo. Identifica al Espíritu-guía que lo posee con su padre. Un día, el Espíritu le revela que el sacerdote que había sido su antiguo director de consciencia había violado a su hermana: “…el Espíritu me decía: ‘¡Hay que matarlo! Soy yo, tu padre, que te lo dice. El sacerdote va a venir. Viene’” [10]. En ese momento llega su novia, y la mata en lugar del sacerdote, aunque la reconoce. “Pero era necesario que hiciera un acto de fe. El Espíritu me poseía. Con el más grande pesar la estrangulé” [11].

El segundo ejemplo muestra cómo un padre mata a su hija para salvarla de los pretendidos perseguidores. El móvil del crimen, según Guiraud, son los celos inconscientes.

Detengámosnos en el asunto de la motivación. En el análisis presentado hasta ahora, los crímenes que poseen un motivo que responde al delirio (como en el caso Aimée) son claramente distinguidos de los que no lo tienen (Paul, Edouard). ¿Pero esa motivación existe verdaderamente?

Guiraud quiso mostrar que el delirio es posterior al pasaje al acto homicida, pero la causalidad, como por ejemplo en el caso Paul, puede encontrarse en el propio delirio del paciente.

2. El kakon.

Lacan se interesa particularmente por la distinción de Guiraud entre crímenes del yo, en los que el individuo se comporta según su voluntad, con la ilusión de plena libertad, y crímenes del ello, típicos de la demencia precoz, en los que el organismo le obedece directamente, mientras que el yo permanece como espectador pasivo y sorprendido.

Subraya también el modo con que Guiraud pone en evidencia la agresión simbólica en los homicidios inmotivados o crímenes del ello, “lo que el sujeto quiere matar aquí no es su yo o su superyó sino su enfermedad, o, de manera más general, ‘el mal’, el kakon de Von Monakow y Mourgue” [12].

Entre estos dos tipos de crímenes Lacan incluye los crímenes del superyó propios de los delirios de querulencia y de los delirios de autopunición.

El pasaje al acto de Aimée se aproxima al mecanismo liberador, “lleva a cabo el acto fatal de violencia contra una persona inocente, en el cual hay que ver el símbolo del “enemigo interior”, de la enfermedad misma de la personalidad” [13].

Para ejemplificarlo podemos establecer la siguiente distinción:

  1. Crímenes del yo: incluyen los crímenes pasionales como el de Mlle Charlotte Corday (en el que Lévy-Valensi acentúa el carácter pasional) [14].
  2. Crímenes del ello: incluyen el caso de los pacientes esquizofrénicos analizados por Guiraud (Paul y Edouard).
  3. Crímenes del superyó: incluyen el caso Aimée, como lo indica Lacan, y también el caso de Mme Lefebvre por su delirio de reivindicación.

En algunos pasajes de los Escritos Lacan retoma la cuestión del kakon. Por ejemplo, en “La agresividad en psicoanálisis”, al referirse a las reacciones agresivas en las psicosis habla del “kakon oscuro al que el paranoide refiere su discordancia de todo contacto vital” [15].

Por otra parte, cuando comenta la primordialidad de la posición depresiva en Melanie Klein, subraya “el extremo arcaismo de la subjetivación de un kakon”, enlazándolo “a la primera formación del superyó” [16].

Aborda nuevamente este tema cuando, en “Acerca de la causalidad psíquica”, opone Guiraud a Henry Ey: “Y aún más lejos va Guiraud, mecanicista, cuando en su artículo acerca de los homicidios inmotivados se afana en reconocer que lo que el alienado trata de alcanzar en el objeto al que golpea no es otra cosa que el kakon de su propio ser” [17].

En una intervención en la S.P.P., al comentar la presentación de Shiff, Lacan declara que el kakon a veces es comprensible, pero no siempre. En la psicosis “la agresión adquiere la significación de un esfuerzo para romper el círculo mágico, la opresión del mundo externo” [18].

Ahora bien, habitualmente el sentido más difundido del kakon es su comparación con el objeto malo de Melanie Klein, precursor del superyó.

Jacques-Alain Miller brindó una mayor precisión sobre este punto en su seminario de D.E.A. de 1987 al indicar que el kakon es el objeto éxtimo. El ser que golpea en el “exterior” es su ser más íntimo.

No se trata entonces de una proyección. La inclusión de los desarrollos topológicos permite romper con el viejo mito adentro-afuera al situar el exterior como lo más íntimo. El símbolo del “enemigo exterior” que Aimée golpea la representa a ella misma, a “la misma enfermedad” dice Lacan. El kakon es su propio ser identificado al objeto a como plus-de-goce.

Como lo hemos señalado en otro lugar [19], el kakon como objeto éxtimo logra develar esta misteriosa liberación homicida.

En los dos primeros casos indicados por Guiraud, el psicótico intenta liberarse de la invasión del goce a través del pasaje al acto homicida. Su indiferencia posterior hace aparecer el fracaso de sus tentativas. En el caso Edouard, el estado de “bienestar” es el goce por el cual ataca “maquinalmente”. Se identifica entonces a una “máquina” de agresión que a través de una serie (agrede uno tras otro) intenta sacarse de encima el goce con el que confunde su ser. Aimée, por el contrario, logra cierta tranquilidad con una retracción posterior de su delirio, lo que distingue entre la reacción liberadora de la esquizofrenia y de la paranoia de autopunición.

El empleo del término kakon es diferente por parte de Guiraud y de Lacan. El punto de intersección entre estos dos autores se sitúa en el goce de lo que estos pacientes intentan liberarse. Pero mientras que Guiraud hay una cierta vaguedad por lo que respecta a la lógica interna del pasaje al acto en algunos pacientes esquizofrénicos, Lacan indica que el enemigo interior en Aimée es puramente especular y permanece en el registro imaginario, al mismo tiempo que intervienen tendencias autopunitivas.

Ahora bien, podemos preguntarnos por qué Lacan retoma este término griego. Tal vez sea por la necesidad de nombrar de alguna manera lo que quedaba fuera de su teorización (que integraba principalmente lo simbólico y lo imaginario).

3. El pasaje al acto en Aimée

En este análisis tropezamos con la dificultad de precisar el momento en el que se desencadena. Entre los casos presentados en este apartado, sólo el de Edouard precisa con nitidez las voces alucinatorias a las que responde a través del asesinato de su novia. Incluso en el caso Aimée, cuyos motivos son claros, los resortes que la impulsan a elegir el momento de la agresión permanecen desconocidos.

En el período que precede a la agresión, Aimée se comporta como una verdadera pasional. Un mes antes compra un gran cuchillo de caza. Como lo indica Lacan, “mientras tanto, en su estado de emoción extrema, Aimée se forja verdaderos razonamientos pasionales” [20].

Aimée averigua la dirección del teatro donde trabajaba Z. “Una hora después, empujada por su obsesión delirante, Aimée se encuentra en la puerta del teatro y hiere a su víctima” [21]. Sólo la obsesión delirante aparece como el motor puntual de la agresión. Actúa bajo el efecto de una pasión que la hubiera impulsado a atacar a cualquiera de los perseguidores encontrados por azar (como lo confiesa ella misma).

Esta última afirmación pone en evidencia el estado pasional en el que se encuentra Aimée durante la agresión. Pero la víctima es elegida entre los objetos que forman parte de su delirio, lo que integra su pasaje al acto en la trama particular de sus ideas delirantes.

Pero lo imaginario no alcanza a explicar en la psicosis el pasaje al acto. Es necesario incluir entonces otros elementos.

En Aimée encontramos cierta progresión. A partir de determinado momento su estabilización delirante comienza a vacilar y aparece la necesidad de “hacer algo“. Primero este sentimiento inefable, este malestar que da cuenta de la emergencia de un goce innombrable, se traduce en el sentimiento doloroso de una falta frente a deberes desconocidos que ella relaciona a los mandamientos de su misión delirante. De allí que surja la idea de que si publica sus novelas sus enemigos retrocederán aterrorizados.

Así se presenta una secuencia querulante antes de su pasaje al acto homicida. Un año y medio antes del atentado es apercebida en la policía por haber molestado a un periodista comunista. Lo acorralaba en su oficina para obtener la publicación de sus artículos en los que exponía sus quejas contra un escritor célebre.

El segundo episodio es un poco más grave (cinco meses antes del atentado). Después de varios meses de espera, una editorial le rechaza un manuscrito. Le salta al cuello a la empleada que le transmite la noticia y trata de ahorcarla. El comisario que la interroga depués se muestra indulgente frente a la supuesta emoción de una vanidad literaria decepcionada; la devuelve a su casa tras una fuerte amonestación.

Luego se dirige a P.B. para reclamarle explicaciones.

Durante los ocho meses que preceden al atentado va creciendo lo que Lacan llama “ansiedad” Dice: “siente cada vez más la necesidad de una acción directa” [22].

Comienza a proferir amenazas de muerte contra su marido. Pretende divorciarse e irse de Francia junto a su hijo, por quien teme: lo piensa víctima de un atentado inminente; la familia interviene y le pide que deje de molestarlo.

A partir de entonces, la enferma se siente cada vez más perdida. Un mes antes del atentado compra el gran cuchillo con el que llevará a cabo su tentativa de homicidio.

Aunque la imagen que ataca es una representación de ella misma -y por ello es posible conceptualizarla como autopunición- debemos indicar de que no se trata de una exclusiva agresión narcisista. Lo que está en juego es el esfuerzo por establecer una diferencia simbólica en lo real. Con su acto atraviesa el espejo; la subjetivación de ese acto trae como consecuencia la reducción inmediata del delirio y que ella se tranquilice.

4. El psicótico frente a su acto

La influencia del medio psiquiátrico le impide a Lacan tomar una posición clara en la cuestión de la responsabilidad. Pero logra señalar su carácter polémico.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en su artículo de 1950, su posición se perfila con mayor precisión: no se le puede privar al enfermo criminal de la posibilidad de subjetivar su crimen. Por otra parte, no deja de lado la indicación del tratamiento a seguir para atender al enfermo sin que por ello pierda su “humanidad”.

El acento sobre el medio social que prevalecía en la tesis se acentúa en 1950, por lo que subraya la relación entre crimen y castigo en una sociedad determinada.

En cuanto al mecanismo del pasaje al acto en la psicosis, según lo señaló Jacques-Alain Miller en “Causa y consentimiento” [23], al analizar el pasaje al acto agresivo contra el analista, se trata siempre por parte del enfermo de establecer una diferencia simbólica en lo real. El paciente considerado en ese curso golpea a su analista en la cara, y luego, al mirarlo, estalla en risas diciendo “Ahora tienes un ojo diferente al otro” [24]. Jacques-Alain Miller señala que se establece así en la mirada una diferencia significante -un ojo diferente al otro- en el lugar en que se alojaba un goce desconocido e indiferenciado.

El otro aspecto que debemos señalar son los diferentes efectos que produce el pasaje al acto en la psicosis. El desarrollo ulterior no es uniforme: depende de cada caso particular.

En ciertos casos, el pasaje al acto funciona como el cierre del delirio, el paciente presenta una especie de “curación” como en el caso Aimée. De hecho, el paciente detiene su trabajo delirante y encuentra cierta compensación.

En otros casos, el pasaje al acto enfrenta al enfermo con lo que Lacan llama “la muerte del sujeto”: después del acto sólo resta el silencio. Este es el caso de una de las hermanas Papin: ya no puede decir nada más. No logra salir del vacío de significación que produce la catástrofe, la caída significante.

Para que el paciente no quede fuera de su acto no se trata sólo de juzgarlo. Existen diferentes maneras de producir esta reintegración del acto en el interior del delirio, y en cada oportunidad es necesario determinar el medio adecuado para llegar a este fin.

* Reelaboración de un capítulo del libro El Caso Aimée. Estudio histórico y estructural de próxima publicación. Tesis de Doctorado defendida en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII (octubre de 1989).
Publicado en: Etiem1, Buenos Aires 1995.

NOTAS

  1. J. Lacan, De la psicosis paranoica en su relación a la personalidad, Siglo Veintiuno, México, 1976, p. 272.
  2. P. Guiraud y B. Cailleux, “Le meurtre immotivé, réaction libératrice de la maladie, chez les hébéphréniques”, Annales médico-psychologiques, 1928, pp. 352-360.
  3. P. Guiraud, “Les meurtres immotivés”, l’Evolution Psychiatrique, marzo de 1931, Nº2, pp. 25-34.
  4. P. Guiraud y B. Cailleux, “Le meurtre immotivé…”, op. cit., p. 357.
  5. Idem, p. 358.
  6. Idem, p. 359.
  7. Monakow y Mourgue, Introduction biologique à l’étude de la neurologie et de la psychopathologie, Alcan, París, 1928.
  8. Idem, p. 306.
  9. P. Guiraud, “Les délires chroniques (hypothèses pathogéniques contemporaines)”, l’Encéphale, 1925, pp. 663-673, p. 663.
  10. P. Guiraud, “Les meurtres immotivés”, op. cit., p. 32.
  11. Idem, p. 32-33.
  12. J. Lacan, op. cit., p. 275.
  13. Idem, p. 216.
  14. J. Lévy-Valensi, “Les magnicides…”, op. cit.
  15. J. Lacan, “La agresividad en psicoanálisis” (1948), Escritos t.I, op. cit., pp. 94-116, p. 105.
  16. Idem, p. 108.
  17. J. Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, op. cit., p. 165.
  18. J. Lacan, “Intervenciones de Lacan en la Sociedad Psicoanalítica de París”, Intervenciones y Textos Nº1, Manantial, Buenos Aires, 1985, pp. 5-31.
  19. S. Tendlarz, “Acerca del kakon“, Malentendido Nº3, Catálogos, Buenos Aires, 1988.
  20. J. Lacan, De la psicosis…, op. cit., p. 156.
  21. Idem.
  22. Idem, p. 155.
  23. J.-A. Miller, “Cause et Consentement”, curso del 20 de abril de 1988, París.
  24. C. Lima, “Du délire à l’acte”, Papéis do Simposio, Brasil.