El superyó femenino

Una afirmación sorprendente recorre la literatura psicoanalítica: las mujeres no tienen superyó, carecen de un sentido moral y cambian fácilmente de parecer. Esta idea arranca de Freud. ¿Qué vigencia tiene desde una perspectiva lacaniana?

1. Freud y sus contemporáneos

El dilema acerca del superyó femenino se inicia en los años 20 cuando Freud comienza a distinguir la sexualidad del niño y la niña, y rompe con la homologación vigente hasta entonces. Establece una disimetría: el niño sale del complejo de Edipo por la acción del complejo de castración; en cambio, el complejo de castración introduce a la niña en el complejo de Edipo. Como consecuencia de esta inversión, el superyó de las mujeres “nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente en sus orígenes afectivos como lo exigimos en el varón“[1]. Durante sus últimas reflexiones sobre la sexualidad femenina, Freud retoma esta orientación: “En tales constelaciones tiene que sufrir un menoscabo la formación del superyó, no puede alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad cultural“[2].

Diversos psicoanalistas contemporáneos a Freud se interesaron en los años 20 por esta cuestión. Carl Müller-Braunschweig escribe el primer artículo de la serie en 1926[3]. Plantea que la “angustia de la pérdida” que la niña experimenta frente al pene imaginado es equivalente a la “angustia de castración” del varón. Esta angustia es el precursor del superyó femenino que surge como una defensa ante del deseo de dejarse violar por el padre todopoderoso. Este autor se inscribe en la “querella del falo” dentro de la corriente que postula al Penisneid como reactivo frente al saber inconsciente de la vagina.

Al año siguiente, Hans Sachs retoma esta problemática desde una perspectiva diferente[4]. Distingue dos tipos de mujeres: las primeras, renuncian definitivamente al padre y se identifican con él a causa de una frustración de los deseos orales dirigidos hacia él; las segundas, mantienen su lazo con el padre y no logran desarrollar un superyó. El primer grupo tiene un superyó particularmente severo que las empuja a renunciar; se acentúa así la privación. El segundo, formado por mujeres particularmente narcisistas, tiene un superyó postizo que lo encuentra en el exterior, a través de sus relaciones amorosas con el hombre, volviéndolas particularmente dependientes y sumisas de su partenaire, y lábiles en sus opiniones extraídas de los otros.

Lacan elogia el examen de Sachs relativo al desarrollo particular del superyó femenino marcado por el contrapeso entre la renuncia al falo y el predominio de la relación narcisista: “…una vez efectuada esta renuncia, abjura del falo como pertenencia y éste se convierte en pertenencia de aquél a quien desde entonces se dirige su amor, el padre, de quien ella espera efectivamente el hijo. Esta espera… de lo que se le debe dar, la deja en una dependencia muy particular…“[5].

La dependencia hacia el partenaire es abordada, algunos años más tarde, por Edith Jacobson[6] (1937). Retoma la distinción de Sachs -desde una perspectiva kleiniana- e indica que el superyó femenino se origina en la identificación primera con la madre. Frente al conflicto edípico se produce luego una identificación parcial con el padre, pero igualmente predomina la elección de la posesión del padre como objeto de amor. El resultado es la dependencia sexual hacia el partenaire que actúa como “pseudo-superyó”.

La idea de un “superyó materno” y su incidencia en la mujer fue planteada por Melanie Klein[7] (1927 y 1933). El Edipo temprano produce un superyó materno primitivo que emerge de la identificación materna sádica anal -anterior a la diferenciación sexual-, sobre el que se instala el superyó paterno. En el niño predomina el superyó paterno, pacificador, extraído de la identificación al padre; en cambio, en la niña, el peso del superyó materno vuelve al superyó femenino mucho más cruel por el componente sádico que entra en juego. Las mujeres no solo tienen un superyó sino que es mucho más severo e incrementa su capacidad de renuncia y autosacrificio.

2. La severidad del superyó también atañe a las mujeres

Podemos establecer una serie de distinciones: el superyó post-edípico y paterno freudiano no se superpone con el superyó materno arcaico aislado por Melanie Klein. Por otra parte, Lacan diferencia el Ideal del yo y el superyó.

La normativización de las posiciones sexuadas y la pacificación se encuentra del lado de la acción del Ideal del yo[8]. El superyó –”obsceno y feroz”-, en cambio, es planteado por Lacan como un “empuje al goce”. En este contexto, retoma el planteo kleiniano del superyó arcaico materno, severo y exigente y lo vuelve el paradigma del superyó. J.-A. Miller[9] señala algunas paradojas relativas al superyó: el goce como bien está separado de su bienestar; cada renuncia –como lo indica Freud- aumenta su severidad; y su imperativo de goce equivale a una prohibición puesto que gozar es imposible.

En un artículo sobre el superyó femenino, Catherine Millot[10] examina la particular exigencia superyoica en algunas mujeres de darle un falo a la madre como efecto de la identificación al padre. Distingue dos salidas frente al complejo de castración: la demanda al Otro, el padre, del falo, lo que las vuelve dependientes de una instancia exterior; y la demanda del Otro, propio del complejo de masculinidad, que les otorga un superyó próximo a la clínica de la neurosis obsesiva en el hombre.

Las fórmulas de la sexuación permiten abordar esta problemática en otros términos: no se trata ya de hombres y mujeres sino de las posiciones masculinas y femeninas que pueden adoptarse de acuerdo del lugar que tomen en relación con el falo. Las mujeres pueden situarse en posiciones masculinas y femeninas.

La sumisión y dependencia a la que alude Sachs no concierne tanto a un superyó postizo, sino a la relación que mantiene una mujer en posición femenina, al situarse del lado del significante de la falta del Otro con el significante fálico –que no le resulta ajeno -. Se trata más bien cómo un hombre puede quedar situado en el lugar del Ideal para una mujer y las consecuencias que conllevan en su concepción del mundo.

Una mujer situada en posición masculina, siguiendo este desarrollo, tendría un superyó equivalente a un hombre en esa posición.

Calificar de “femenino” o “masculino” al superyó reenviaría más a la posición sexuada tomada por el sujeto que a su naturaleza de hombre o mujer. Desde esta perspectiva, ¿podemos conservar esos calificativos?

Las observaciones clínicas muestran que la exigencia, la tendencia al sacrificio y a la renuncia puede llegar a ser mayor en las mujeres. De allí surgió lo que Lacan denominó el fantasma masculino del “masoquismo femenino”. Debemos distinguir los estragos del amor que conducen al “potlatch amoroso”[11]; las fantasías masoquistas que puede presentar un sujeto; un sujeto – femenino o masculino – en posición masoquista; y la severidad que manifiesta la exigencia del superyó en algunas mujeres.

La clave de esta problemática la encontramos en una observación de Jacques-Alain Miller, en la que indica que “el problema del superyó femenino no es más que una máscara del problema esencial del goce femenino“[12]. Propone a continuación la utilización del matema Fi mayúscula cero para escribir la teoría de Lacan del superyó, y nombra así “la ubicuidad del goce cuando éste no se localiza como goce fálico“[13]. Con esto no hace equivaler el goce suplementario con el superyó. El calificativo “femenino” atribuido al superyó enmascara al goce femenino. De lo contrario, nos encontraríamos con esta extraña afirmación: no sólo las mujeres en posición femenina podrían tener un superyó más severo, sino que gran parte de los hombres ¡no tendrían superyó!

La mujer, por su parte, no está privada del goce fálico, simplemente no queda cautiva en él. Algunas mujeres situadas en posición femenina acceden a un goce suplementario y a cierta duplicidad: desde su posición de “no toda” se dirige al partenaire en búsqueda del falo. Lacan afirma: “Ella sabe dónde está, sabe dónde debe ir a buscarlo, está del lado del padre, se dirige hacia quien lo tiene… Las verdaderas mujeres siempre tienen un poco de extravío“[14]. J.-A. Miller acentuó recientemente en esta frase: “sabe dónde está”, eso le permite extraviarse sin recurrir por ello a la identificación al padre[15].

La dependencia al partenaire muestra entonces la relación privilegiada que guarda con el significante fálico sin quedar por ello apresada en él. El Ideal, la demanda fálica dirigida al padre y el goce fálico se articulan en esta vertiente. El superyó, “femenino”, queda preso en los desfiladeros de un goce más allá del falo.

Buenos Aires, agosto de 1998

NOTAS

  1. S. Freud, “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica” (1925), Obras Completas t. XIX. Buenos Aires: Amorrortu, 1976, p. 276.
  2. S. Freud, “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, 33º conf.: “La feminidad” (1932), Obras Completas t. XXII, op. cit., p. 120.
  3. C. Müller-Braunschweig, “La genèse du surmoi féminin” (1926), en M.-Ch. Hamon (comp.), Féminité mascarade. Paris: Seuil, 1994.
  4. H. Sachs, “Sur un motif de la formation du surmoi fémenin” (1927), Ornicar? 29 (1984).
  5. J. Lacan, El Seminario, Libro IV: “La relación de objeto” (1956-57). Buenos Aires: Paidós, 1994, p. 205-206.
  6. E. Jacobson, “Ways of female superego formation and the female castration conflict” (1937), en Zanardi (comp.), Essential papers on the psychology of women. New York: New York University Press, 1990-
  7. M. Klein, “Los estadios precoces del conflicto edípico” (1928) y “Efectos de las situaciones tempranas de ansiedad sobre el desarrollo sexual de la niña” (1933), Obras Completas. Buenos Aires: Paidós, 1976.
  8. J. Lacan, Le Séminarie, Livre 5: “Les formations de l’inconscient” (1957-58). París: Seuil, 1998, p. 290: “…el Ideal del yo juega tanto más una función tipificante en el deseo del sujeto. Parece muy ligado a la asunción del tipo sexual… Se trata de funciones masculinas y femeninas…”.
  9. J.-A. Miller, “Clínica del superyó” (1981), Recorrido de Lacan. Buenos Aires: Manantial, 1987.
  10. C. Millot, “Le surmoi féminin”, Ornicar? 29 (1984).
  11. Desarrollé ya esta cuestión en “Nota sobre el potlatch amoroso”, La letra como mirada, Buenos Aires: Atuel, 1995; y en “El masoquismo femenino según los post-freudianos”, El Caldero 53 (1997).
  12. J.-A. Miller, “Clínica del superyó”, op. cit.., p. 146.
  13. Idem.
  14. J. Lacan, Le Séminarie, Livre 5, op. cit., p. 195.
  15. J.-A. Miller, Seminario sobre el “Seminario 5” de Lacan, Barcelona, inédito, julio de 1998.