El predominio del objeto a sobre el Ideal: Las patologías de la identificación

El título de las próximas jornadas de la EOL, “Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales”, nos conduce rápidamente a preguntarnos que es lo normal y qué es lo patológico de la identificación.

Georges Canguilhem, en su texto Lo normal y lo patológico (1943), se ocupa de definir ambos términos a partir de la historia biomédica. Lo normal es un término que deriva de la institución pedagógica y sanitaria cuya reforma se produce como consecuencia de la Revolución francesa. Apunta a la norma, a la regla que unifica lo diverso y reabsorbe las diferencias. Al normalizar se somete a una exigencia que debe cumplirse. “Lo normal, dice Canguilhem, es el efecto obtenido por la ejecución del proyecto normativo, es la norma exhibida en el hecho”. Es un concepto “dinámico y polémico”. Lo anormal, como negación lógica, es anterior en tanto que suscita la intención normativa. Por otra parte, las normas son correlativas a un sistema social puesto que su unidad virtual tiende a una organización.

Michel Foucault subraya de este texto que la norma permite fundar y legitimar cierto ejercicio del poder, por lo que puede considerarse un concepto político.

¿Qué lugar dar a lo patológico? Lo normal se opone a lo anormal, no a lo patológico. El límite entre lo normal y lo patológico es impreciso porque lo normal supone criterios estadísticos y cuantitativos que corresponden a las normas que estipula una sociedad determinada. En definitiva, la norma es el elemento disciplinario regulador de las relaciones sociales que corresponde a los ideales vigentes.

En determinado momento histórico se asocia lo normal a la salud, y la anomalía a lo patológico. Pero si se apunta a la diversidad y no a la norma ideal, para Canguilhem la frontera entre lo normal y lo patológico debe ser examinada en la singularidad de cada sujeto. Lo universal de la llamada normalidad se opone así a las particularidades patológicas.

Nos vemos así conducidos a través de lo patológico a las situaciones diversificadas que se presentan en el momento en que se modifica la acción del Ideal y de sus consecutivas identificaciones.

Las identificaciones son constitutivas del sujeto. Gran parte del recorrido analítico las examina e incluso tiene una incidencia sobre ellas al final del análisis. Debemos pues detenernos en el binomio “identificación” y “patología” para situar así sus convergencias y divergencias.

En El Otro que no existe y sus comités de ética Miller plantea que en la actualidad existe una decadencia de la función del Ideal y una promoción del objeto plus de gozar. Lo plantea como a > I, en lugar de I > a de la primacía simbólica. Esta minusvalía del Ideal produce una vacilación de las figuras de autoridad y un malestar relativo al significante amo. Este eclipse del Ideal, afirma, el predominio del objeto de goce sobre el ideal, explica la crisis contemporánea de la identificación.

La figura del padre moderno humillado, caído, es otro modo de expresión del declive del Ideal. Del padre edípico, correlativo a la referencia al I(A), al Ideal que se inscribe en el Otro, la enseñanza de Lacan se desliza hacia la falta del padre, S(A) barrado, inexistencia del Otro, y junto con él, añade Miller, a la pluralización de los Nombres del Padre.

En el nuevo giro que introduce Lacan, plantea una nueva versión del Ideal en términos del significante amo, S1, cuya multiplicación permite que distintos términos, incluso el objeto a, ocupe su lugar. De modo tal que el I(A) es correlativo del A, y el S1 de la inscripción de su falta.

A S(A) (barrado)

I(A)—————— S1

Del ordenamiento simbólico que produce el significante del Nombre del Padre inscripto en el Otro, se pasa al agujero en el Otro y a los Nombres del Padre.

Miller enfatiza el desdoblamiento del Otro: inscripto en sí mismo funciona como lugar de la ley en el que se inscribe el Nombre del Padre; y el Otro exterior, significante, que funciona como garantía. El segundo tiempo de la teorización de Lacan implica la desaparición de esa garantía. Es más, en el lugar del Otro que no existe se incluyen los discursos formalizados por Lacan y el lazo social. Por ser solidario de la falta en el Otro, Miller propone escribir a ese Ideal como I (A) barrado.

El Ideal da una respuesta a la división del sujeto a través de la metáfora subjetiva, y se vuelve su identificación primaria. En este nivel de análisis se sitúa lo más singular de cada sujeto, que se especifica a través de una identificación constituyente de su subjetividad. La diversidad del uno por uno constituye la regla y de ello da cuenta cada sujeto en análisis. Sobre este pilar se sostienen las identificaciones imaginarias edípicas.

La introducción del S1 en el lugar del Ideal, dice Miller, es la vertiente identificatoria de un semblante que carece de valor por sí mismo pero que, no obstante, es operativo y funciona.

Existe un deslizamiento de la prevalencia de una identificación simbólica consistente, que coexiste con identificaciones imaginarias cambiantes, de la primera teoría de Lacan, a un conjunto variado de identificaciones ya no solo imaginarias sino también simbólicas que actúan en nuestra contemporaneidad.

En este aquelarre identificatorio, en esta pluralidad de identificaciones, ¿cómo se orienta el lazo social y familiar? Al vacilar, ¿qué se presenta en su lugar? ¿Cuáles son las patologías, las diversidades patológicas, en el sentido que Canguilhem da al término, frente a la pretendida normalidad que sigue no ya una ideología de los siglos XIX y XX en desuso, sino las “verdades científicas” que las evaluaciones y estadísticas cuantitativas proponen?

Sobre esto nos proponemos trabajar en estas jornadas, despojándolo de toda connotación valorativa estipulada por las evaluaciones o en nombre de una supuesta normalidad imperante en una comunidad determinada.

Paradójicamente, la multiplicación identificatoria contemporánea no va de la mano con la tolerancia y el respeto por lo diferente y extraño.

En verdad, los estilos de vida, los estilos de goce, reivindicados en su multiplicidad y dispersión, que evocan la fragmentación del Ideal y la distribución del goce en nuestra civilización, construyen nuevas comunidades alternativas, como así también el mutuo rechazo. El horizonte de la segregación, en sus distintas vestiduras, se vuelve tanto más patente en las cotidianidades como así también en sus acontecimientos imprevistos.

El texto “Psicología de las masas y análisis del yo” (1922), que da cuenta de la teoría de la identificación freudiana, muestra cómo el para todos del grupo freudiano se funda en el Uno que está por fuera.

Miller señala que la inexistencia del Otro se refleja en esos dos niveles: no hay un todo universal, tampoco ex -sistencia del Uno. Concluye entonces: “La estructura que Lacan llama no todo responde al Otro que no existe, y la universalización, lejos de inscribirse en el espacio del para todo x, es el no todo generalizado…”.

En “El inconsciente es político” Miller especifica las particularidades de ese no todo: “no es un todo que supone una falta sino una serie en desarrollo sin límites y sin totalización”.

¿Qué sucede entonces cuando la identificación vertical al líder queda opacada y desaparece su lugar de excepción, cuando el Otro se vuelve inconsistente? ¿Cuál es el destino de las llamadas identificaciones horizontales del para todos?

En su libro Contingencia, ironía y solidaridad, Richard Rorty comienza su capítulo sobre la solidaridad con el siguiente ejemplo: “Para un judío de la época en que corrían los trenes hacia Auschwitz las probabilidades de que sus vecinos no judíos los ayudasen a esconderse eran mayores si vivía en Dinamarca o en Italia que si vivía en Bélgica…”. Con este ejemplo apunta a afirmar que “nuestro sentimiento de solidaridad se fortalece cuando se considera que aquél con el que expresamos ser solidarios, es “uno de nosotros”, giro en el que “nosotros” significa algo más restringido y local que la raza humana”. La similitud identificatoria está en la base de esta solidaridad. Su planteo es que el “nosotros” debería ser más abarcativo, más amplio, y signifique una solidaridad con la “humanidad como tal”.

Lo cierto es que la multiplicación identificatoria no pacifica la crueldad, la indiferencia, el racismo que se creían frutos de los ideales imperantes en otras épocas. El siglo XXI no se ha mostrado menos sangriento que los anteriores. Y nuestras guerras contemporáneas, que incluyen sus modalidades de “guerras civiles” en tanto que incluyen a la población civil, la xenofobia y la intolerancia dan cuenta de la supervivencia del mal, del kakon, que encarna esencialmente el otro y su diferencia.

En su texto “El Nombre del Padre, psicoanálisis y democracia”, Eric Laurent indica que los sujetos se identifican cada vez menos con sus historias familiares discontinuas y llenas de agujeros. En su lugar surgen las comunidades y los pactos sociales que se fundan sobre nuevas formas de autoridad. Pero cuanto mayor sometimiento al Ideal se pone en juego, mayor es el extravío y llega hasta la obediencia hasta la muerte. El estado de excepción prolifera y extiende esta tensión entre el vacío del Uno y su implacable retorno superyoico.

“El recurso a las nuevas autoridades, dice, testimonian de una nostalgia patológica del Nombre del Padre”. Lo patológico aquí se demuestra en el exceso, en el caos correlativo a una multiplicidad inconsistente y una civilización dispersa. Evoca entonces el “crepúsculo del deber” de Gilles Lipovetsky y los fenómenos que trae aparejado las exigencias del goce. Sus distintas formas incluyen tanto las toxicomanías, que van desde el consumo de drogas hasta el del trabajo (los llamados work alcoholic, evocados recientemente en el diario La Nación), las apetencias inusitadas por el riesgo, hasta las distintas bacanales superyoicas por los que un sujeto llega a hacerse “bomba humana y gozar de su muerte”. Eric Laurent enfatiza así que los atentados terroristas suicidas no solo responden a ideologías sino que incluyen la relación de un sujeto con su propia muerte.

Sin lugar a dudas, la pregunta con que concluye su texto es esencial: “¿Cómo soportar la inconsistencia del Otro sin ceder por ello al imperativo de goce del superyó?”.

La sociedad moderna, con sus nuevas estrategias de “salvar al padre”, retoman el antiguo espíritu religioso, ponen de manifiesta su declive y, en definitiva, expresan el montaje del objeto a, del empuje superyoico, en el lugar del Ideal, tal como lo recordamos al comienzo de esta exposición.

La multiplicación de los significantes amos, y sus versiones de mundos posibles, no es entonces solo el no todo, sino que esencialmente se vuelve “solo con algunos” con quienes me identifico. Cada uno queda con su fragmento de goce, en una diversidad que no incluye a los otros, sino que empuja a la exacerbación de lo segregativo.

Algunas de las comunidades “virtuales”, no solo las de las redes de Internet, se constituyen por identificaciones imaginarias sostenidas por ideales cambiantes. El culto a lo nuevo, que nos vuelve “todos consumidores”, es una expresión, dice Miller, del empuje superyoico que encuentra su cabida en el discurso capitalista. Se consumen productos, imágenes de juventud, lazos amorosos, como así también significantes simbólicos con los que las diversas comunidades se identifican para decir quiénes son. La velocidad que toma el lazo con los otros es la expresión de la inconsistencia del Otro, por lo que predomina el incansable desplazamiento metonímico de objetos, personas y significaciones.

Zygmun Bauman, en su libro Amor líquido, nos recuerda la pasión de los habitantes de Leonia, una de las ciudades invisibles de Italo Calvino, que disfrutan de cosas nuevas y diferentes que estrenan cada día. Pero cada mañana “los restos de la Leonia de ayer esperan el camión del basurero”.

El empuje al consumo muestra así su verdadero rostro, la promoción del objeto a, objeto de goce, también resto que consume nuestras pasiones.

La comunidad de identificaciones simbólicas débiles que se mantiene por identificaciones imaginarias dan cuenta de la proliferación del culto por la imagen, de las pandillas, del “como si” ubicuitario en discursos impregnados de significaciones que traducen un ideal tan postizo como transitorio.

En lo que concierne al lazo familiar, la incidencia de la ciencia es decisiva. La acción de las nuevas técnicas de procreación asistida ha producido un cambio de la estructura familiar clásica y en la definición de padre y madre.

La ciencia cree en las madres, al punto que las multiplica. A la mujer que aporta el vientre y el parto la llaman madre gestante, uterina, ginecológica o portadora. La mujer de la que se obtiene el óvulo que será fecundado se llama madre genética o biológica. A esta serie se añade la madre social en caso de adopción.

Ahora bien, si una mujer da a luz por contrato de alquiler de vientre, y por legislación es madre quien pare (como en la mayoría de las legislaciones actuales), aún si el embrión no es de ella, en caso de que reclame al niño como propio, ¿quién es la madre? ¿La mujer que estuvo en el parto, la madre biológica o la que se acordó la adopción del niño? El verdadero problema que aquí se plantea es la inclusión del cuerpo y de sus órganos en el mercado de consumo, tal como lo anticipara Lacan, que enmascara el punto central que es el deseo de un hijo. Se trata más bien de multiplicaciones que conducen al antiguo juicio salomónico en los juzgados cuando se querella acerca de la maternidad o de la paternidad, desentendiéndose del padecimiento de los sujetos involucrados en estas encrucijadas.

En cuanto al padre, los estudios genéticos introdujeron la tentación de recurrir a exámenes para determinar la filiación. La verdad científica pronto se vio confrontada a los dilemas éticos que resultan de la imposible reducción de la paternidad a lo genético.

La ciencia invierte el viejo adagio que indicaba la certeza de la maternidad a través del parto y la incertidumbre de la paternidad que se comprobaba a través del matrimonio. El padre, más allá del matrimonio o del concubinato (figura legal aceptada en nuestro mundo contemporáneo y llamado pareja “de hecho”), es seguro a través de los exámenes de ADN. Por otra parte, la madre no es tan cierta: la madre biológica, a través de la donación de óvulos, puede ser diferente de la que atraviesa el parto.

La inseminación heteróloga añade otras problemáticas puesto que se ha llevado a cabo juicios aduciendo “adulterio procreativo” cuando se rechaza reconocer al hijo. El consentimiento legal a la fecundación ante escribano se vuelve el instrumento que asegura la filiación y el reconocimiento del hijo más allá del examen de ADN. No obstante, los avatares de adoptar un hijo como propio, nunca se resuelven verdaderamente ante un juez sino que conciernen a las subjetividades involucradas.

Los desarrollos científicos ponen de relieve la tensión genitor-paternidad. Si bien la ciencia tiene una acción sobre lo real de la procreación, las respuestas jurídicas dan cuenta de que finalmente no se puede olvidar la incidencia simbólica del reconocimiento de un hijo. La versión de qué fue un padre para ese hijo, no puede más que aprehenderse uno por uno en el curso de un análisis.

En definitiva, los exámenes de ADN adjudican paternidades pero no vuelven a un hombre padre de un niño, si entendemos por ello tomar a una mujer como causa de su deseo y volverse responsable del niño que con ella trae al mundo.

Las legislaciones también se vuelven sensibles a estos impasses que muestran que nadie puede ser padre por decisión de un juez. El reverso, del lado del niño, tiene lugar en los actuales derechos del niño a conocer sus orígenes, entendiéndose por ello sus orígenes biológicos que en muchas ocasiones les permite restablecer una continuidad en su mítica historia fragmentada.

Las nuevas formas de parentalidad, que ponen en movimiento legislaciones acordes a las modificaciones de las estructuras de parentesco, no hacen más que volver a poner en cuestión la pregunta acerca de la paternidad-maternidad y enmascaran el verdadero punto de impasse que es el tratamiento de la falta de relación sexual. El malestar en la vida amorosa es su expresión y va cambiando de vestiduras a través de la declinación de un sinnúmero de imposibilidades. A falta del ideal que ordene la relación entre los sexos, ¿cómo se combina, coexisten, se entrelazan e interactúan los estilos de goce? ¿Qué es un hombre para una mujer, una mujer para un hombre, cuando faltan los ideales que en otras épocas aparentemente ordenaban y normativizaban sus encuentros y desencuentros?

La pérdida de la pregnancia de los significantes amos también incide en los diagnósticos clásicos. Surgen así fenómenos que escapan a las clasificaciones tradicionales utilizadas en el psicoanálisis. No se trata tanto de su desaparición como que el cambio de envolturas del síntoma conlleva otras formas de presentación del envoltorio formal del núcleo de goce, del objeto a.

De esta manera, la parte fija del síntoma, el goce aparejado, se mantiene, mientras que la parte variable, que corresponde a los significantes que vienen del Otro simbólico, varían su vestimenta. No obstante, no todo varía, como por ejemplo la pulsión y su correlato de goce.

En este punto Eric Laurent sitúa el punto invariante que constituye el sentimiento de culpabilidad en toda estructura, incluso con las paradójicas disyunciones entre responsabilidad y culpabilidad que se ponen en práctica en la justicia. Nuestro siglo naciente presenta nuevas vestiduras del crimen, volviendo a la criminología, contrapunto de la evaluación y del estado disciplinario, “el horizonte último de las ciencias sociales”, como lo recuerda Lacan y lo subraya Jean-Claude Milner.

En esta perspectiva surgen planteos relativos a los llamados “criminales modernos” sin responsabilidad y sin culpa, es el caso de Legendre, que pierden de vista que el concepto de responsabilidad en psicoanálisis apunta siempre al sujeto.

La clínica contemporánea ha cambiado sus formas de presentación. Ante el declive del Ideal, los sujetos contemporáneos recurren a identificaciones imaginarias que funcionan como suplencias frente al déficit simbólico. La proliferación de los “como si” enrarece los diagnósticos y hacen que los casos raros, atípicos, los llamados inclasificables, abunden en las consultas. La psicosis ordinaria examinada en la actualidad, por ejemplo, no significa que la psicosis clásica haya desaparecido, sino que el uso globalizado de los medicamentos y de las suplencias imaginarias a mano del consumidor, produce que el fenómeno psicótico tenga un modo de presentación que escapa a nuestras categorías diagnósticas habituales.

Como contrapartida a esta dispersión clínica, a esta serie indefinida de combinaciones, que no responde ya el régimen del Nombre del Padre sino a la del no todo contemporáneo, a la pluralización de los significantes amos, surgen nuevas “clases” identificatorias construidas socialmente, como Ian Hacking se ocupa de subrayar y argumentar, que alojan el “mal real” incluyéndolo en clases que evolucionan de modo tal que cobran una existencia propia e inciden en los sujetos así diagnosticados. De modo tal que nos vemos llevados a volvernos a interrogar sobre las clasificaciones utilizadas en psicoanálisis y su vigencia diagnóstica.

El curso sobre el Otro que no existe desemboca, paradójicamente, en la clínica del partenaire-síntoma. ¿Será esta una interpretación a nuestro siglo XXI? ¿Acaso las diversas presentaciones del partenaire como síntoma, y la consecuente teoría del final del análisis que conlleva, es la vía fructífera para pensar nuestra época?

Las patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales no nombra entonces tanto una nueva forma de enfermedad que se contrapone a la normalidad del Ideal, sino que expresa sus vacilaciones, sus intersticios, sus tropiezos, sus crisis, sus nuevas vestiduras y, en definitiva, su profundo desamparo. Nos recuerda que el lazo con el otro no es sin temor y temblor, y que su diversidad debe examinarse de a uno.

* Publicado en Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales, E.O.L., Grama, Buenos Aires, 2007, pp. 27-30

BIBLIOGRAFÍA

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  • C. Rorty, Contingencia, ironía, solidaridad
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NOTAS

  1. Texto presentado en las noches preparatorias de las XV Jornadas de la EOL, “Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales, Buenos Aires, 1996.