El pasa murallas

¿Cómo introducir la singularidad de un individuo? Captar sus matices, su particular construcción de la realidad sin oponer nuestras objeciones ideológicas, constituye un gran desafío. La experiencia de trabajo con pacientes psicóticos devela esta dificultad en su nítida crudeza. “Están locos”, dirán los que con juicio apresurado quieren desterrar con torpeza toda vacilación. “Es raro”, opinión dubitativa entre la extrañeza y el miedo. “Tiene problemas”, “dificultades emocionales”, esgrimirá el humanitarismo con una contemplativa nobleza. El psicoanálisis se ocupa de desenmascararnos: poco sabemos acerca de esas tierras vírgenes llamadas “locura”. Pero, ¿es que “un psicótico” desea? Esas maquinarias infernales que dicen incoherencias, que escuchan voces quedando capturadas en imágenes que se acercan, vuelan, se encogen… ¿Tal vez otra Alicia en un mundo maravilloso? Las historietas espaciales, fantásticas, las detectivescas que compiten con las más acertadas de Agatha Christie, pululan en este universo extraordinario donde la “Otra escena” freudiana alcanza un gran desarrollo. ¿Es que son sólo mentiras? Para la psiquiatría, fue un laborioso esfuerzo distinguir enfermos de hábiles simuladores. En otras épocas, esto no constituía un problema. Los embrujados, los capturados por espíritus endemoniados, vagabundeaban por sus aldeas como almas en pena, o recibían el merecido castigo de los dioses.

A propósito de las voces Musil escribe: Nunca en su vida había oído “voces”; ¡por Dios!, él no era de ésos. Pero cuando se oyen, calan en lo profundo, como la paz de una nevada. De pronto se elevan muros desde la tierra hasta el cielo; donde antes no había más que aire se encuentra uno con paredes gruesas y blandas; todas las voces saltan en la jaula del aire de un lugar a otro y penetran después libremente a través de las blandas paredes entrelazadas. Cuando se oyen… cuando el muro comienza a cobrar sentido y las palabras y las cosas adquieren significación, algo sucede. El hombre, desterrado de su posición de centro del universo, vuelve a erigirse como “amo y señor”, referente al que todo alude. Pasada la perplejidad inicial, donde el mundo vuelve a pasar por el caos bíblico, donde se desploman las cotidianeidades en que se sumergía su existencia, aparece el “nuevo mundo”. Sus historias son la salida del cataclismo inicial. Una versión autoreferenciada donde la naturaleza, la humanidad entera, se vuelca hacia él.

Marcel Aymé nos relata un cuento acerca del pasa – murallas, escuchemos su historia. Un señor descubre un día que pasa a través de las paredes. Consulta a un médico especialista quien le receta unas pastillas. Decide no tomarlas; el cuento desarrolla la vida y amores de aquél que traspasaba las murallas. En cierta oportunidad le duele la cabeza y por error toma la pastilla recetada por su médico. Cuando intenta atravesar la pared, descubre –aterrorizado- que se equivocó de pastilla, quedando empedrado. Queda atrapado en un muro que se transforma en su jaula. ¿Intentaremos sacar una moraleja al estilo de las fábulas de La Fontaine? Antes bien, nos cuestiona sobre nuestros métodos de trabajo con los pasa – murallas. ¿Cómo no enjaularlos en nuestras realidades? ¿Es que estas realidades son el parámetro de la verdad? La verdad –dice Lacan- tiene estructura de ficción. Aquí la ficción no es tomada como ilusión o engaño sino como lo simbólico oponiéndose a lo real. Si la verdad surge –dada la función de la palabra- en el campo de lenguaje, la distinción verdadero – falso no resulta pertinente. Lo inconsciente, cúmulo recuerdos olvidados, reaparecerá bajo sus distintos disfraces, único modo de surgimiento de la dimensión de la verdad que nunca deja de ser dicha a medias. Lo verdadero no se equipara a la verdad. Lacan insistirá que en esa oposición entre ficción y realidad, bascula la experiencia freudiana. La Otra escena es el sostén de nuestras realidades.

Confundiendo verdad, verdadero y realidad –fuera de la ficción que emerge de lo simbólico- se estipula que a esos “descarriados”, “locos”, “raros”, “chiflados”, hay que inyectarles un poco de buen sentido común. ¡Como si estuviera en nuestras manos administrarlo! Librándonos de nuestra supuesta cordura, se trataría más bien de dejarnos tomar de la mano por el pasador de murallas y animarnos a introducirnos en esos muros que se elevan desde la tierra hasta el cielo. ¿Es una formula para conjurar la psicosis? ¿Pases de magia para exorcizar demonios y espíritus encantados? ¿Una técnica que se estandariza al estilo de cura – psicosis? Se trata más bien de alertar contra todo intento de “volverlo a la realidad”. Desde su particular posición subjetiva intentamos que el paciente encuentre los puntos de sostén que impidan su derrumbe. No debemos olvidar que la consigna “no retroceder frente a la psicosis” no es equivalente de avanzar desmesuradamente sin cautela. Partiendo de esta propuesta de trabajo, me propongo analizar las particularidades del tratamiento de Guillermo.

Guillermo se interna en medio de una crisis de excitación psicomotriz. Pone en alerta a médicos y concurrentes mediante extraños movimientos que intentan ser tomas de karate; golpea puertas, grita, empuja a los terapeutas, corre por el patio, no hay manera de hablar con él. El primer período de internación transcurre entre extraños artificios destinados a lograr aplicarle la medicación inyectable. En sus primeras entrevistas –que se alternan con reiterados intentos de fuga- no puede parar de moverse, de hablar y de entrelazar canciones a modo de palabras. Mantiene a la sala atemorizada por sus raras piruetas, a la vez que impide dormir a los pacientes con sus continuas canciones. Provoca continuamente incidentes por lo que termina armando peleas. Se incluye en el rubro de los llamados pacientes “molestos” que no dejan de incomodar a la sala.

Entre bromas y canciones me cuenta que la televisión le habla: Hot Catwry, una chica de “Música total”, ella le decía “Vení a canal 9, traé flores”. La respuesta a la alucinación es inmediata y la música es total ahí cuando no para de cantar. Kung-Fu salió de la T. V. –no sabe cómo- para enseñarle artes marciales que él imita con sus movimientos, los que debemos entender como parte de su delirio. Tiene poderes sobrenaturales que no logra explicar: puede controlar los acontecimientos que suceden en la T. V.: ayudó a detener a unos traficantes de drogas, hizo que Argentina y Brasil empataran. A veces pasan por la televisión programas especiales para él, como por ejemplo Popeye. En las terapias grupales se la pasa predicando; habla de Cristo y de Dios, a la vez que concurre dos o tres veces al día a la capilla del hospital. Pasado cierto tiempo me cuenta acerca de las voces que escucha: le dicen palabras que no puede identificar; hablan, gritan, lloran, es como si se pelearan entre ellas. Dice que cuando escucha voces que lo guían, es Dios que le dice seguí, andá, volvé. Se continúa aumentando la medicación en vistas de frenar su excitación psicomotriz. Dice sentirse aturdido, tiene la cabeza como abombada, es como si estuviera cubierta de rayas -¿habrá escuchado hablar de los rayados?-. Pero Guillermo nos da una clave: cuando está perdido una voz lo guía, deben pues las intervenciones dirigirse a esas palabras para que él logre sostenerse en un delirio que lo saque del puro automatismo mental.

En una sesión trata de contarme cómo pasó el fin de semana pero dice tener afectada la memoria, no puede ordenar sus pensamientos, se siente confundido. Al hablar le faltan palabras, nota su dificultad y se enfurece, dice que en esos momentos le dan ganas de golpearse la cabeza, de pegarse un tiro. Siente la cabeza embarullada. Afirma que está loco, que siempre fue loco. Digo entonces que “todos somos iguales ante Dios”. Se sorprende e introduce en el ámbito de la sesión las prédicas que esparcía en la sala. El tema de la mujer –que acompañó todo su tratamiento- aparece de una manera diferente. Hasta entonces hablaba de su dificultad para encontrar una mujer, luego de mi intervención el encuentro es postergado: quizás Dios lo ayude a encontrar una mujer para él. A la sesión siguiente dice sentirse mucho mejor y relata un sueño “maravilloso” era como si se elevara, como si se fuera hacia arriba. El efecto es inmediato, siendo necesario bajarle la medicación a la mitad. Las palabras extraídas de su delirio en relación a Dios operan como topes a su excitación psicomotriz. Podríamos decir que a modo del ejemplo de los complementos de las frases interrumpidas schreberianas, mis intervenciones actúan completando frases de Guillermo lo que lleva a la disminución de su producción psicótica. Siguiendo con la secuencia de las sesiones, en la siguiente dice no tener más nada que decir. Respondo que “estar en silencio es otra forma de estar con Dios”. Contesta que es cierto, que muchas veces fue a la iglesia y se quedó en silencio. Cobra mayor nitidez su delirio en relación a la religión, a la vez que dice necesitar escuchar mis palabras. Nuevamente la medicación resulta excesiva por lo que se decide dejarlo con un mínimo de medicación. Las palabras actúan ahí donde el incesante incremento de la mediación resultaba ineficaz. Resultan eficaces en tanto fueron extraídas de su discurso. Poco tiempo después logra compensarse abandonando el tema religioso que permanece como reducido núcleo frente a sus vivencias cotidianas. Quizás reaparezca en un nuevo brote junto con la particular manera de responder con su cuerpo a la emergencia de las voces.

La muralla que le tocó atravesar –que para él cobraba la forma de una mente enjaulada- no fue sin dejar el rastro que permitía aproximarse a su particular posición subjetiva. Si Dios con sus palabras lo guiaba, ese era el hilo de Ariadna al que se debía acudir para posibilitarle ordenar sus pensamientos. Poco importa la opinión del analista acerca de la existencia de Dios. Se trata de poder aproximarse a la estructuración lógica que comanda el paciente. No es mi intención asegurar la bienaventuranza de su destino. Como toda compensación, es incierta. Quede este relato como testimonio de las vicisitudes de un tratamiento.

Publicado en Malentendido 1, Buenos Aires (1986), p. 35-38.
* Trabajo presentado en las III Jornadas “Psicoanálisis en la institución”. Marzo 1986. Hospital Aráoz Alfaro.

BIBLIOGRAFÍA

  • Aymé, M.: Le passe-muraille, Gallimard.
  • Musil, R.: El hombre sin atributos, Seix – Barral.