El efecto Zeigarnick o la respuesta a Lagache

En el momento de la publicación de sus “Escritos”, en 1966, al presentar su “Informe sobre la transferencia”, Lacan subraya su “esfuerzo por abrir de nuevo el estudio de la transferencia al salir del informe presentado bajo este título por Daniel Lagache, donde la idea nueva era dar cuenta de ella por el efecto Zeigarnik. Era una idea muy a propósito para gustar en un tiempo en que el psicoanálisis parecía escaso de coartadas” (p. 204).

¿En qué consiste el efecto y qué lugar ocupa el “diálogo” de Lacan con Lagache en relación a la transferencia en los años ’50? Intentaremos precisar la respuesta de Lacan a partir de situar el lugar que ocupa el desarrollo del efecto Zeigarnik en la presentación de Lagache.

1. El informe de Lagache

“Le problème du Transfert” fue publicado en 1952 en la “Revue Française de Psychanalyse”, junto a las intervenciones que se hicieron a continuación –entre las que se cuenta la de Lacan- y al debate que dio lugar la ponencia.

Este texto se divide en dos partes, la primera presenta un recorrido histórico del concepto de transferencia en la literatura analítica, la segunda estudia los elementos doctrinales de la transferencia. Una de las referencias principales de este trabajo es el artículo de Ida Malcapine, comentado por Lacan en numerosas oportunidades. Pero, sin lugar a dudas, el eje de este diálogo es la relación entre la transferencia y la repetición, diferencia que será formalizada por Lacan en su Seminario XI.

Al abordar el tema de la causalidad de la transferencia, en la segunda parte de su trabajo, Lagache distingue la repetición de la necesidad de la necesidad de repetición. La diferencia está dada por el hecho que en el primer caso, la transferencia es concebida como una repetición motivada por las necesidades, siguiendo el funcionamiento del principio del placer; en el segundo caso se trata de la repetición que excede los límites de este principio que invoca un más allá, por lo que el sujeto repite no por necesidades específicas sino por una necesidad de repetición.

Esta diferencia es retomada por Lacan en su “Dirección de la cura”, en tanto que encuentra en esta formalización una distinción de estructura.

Luego, para precisar este desarrollo, Lagache retoma el trabajo de Maslow y Mittelman de 1941, y desarrolla la idea del efecto Zeigarnik. Estos autores lo habían utilizado para comparar la repetición que se produce en la vida con el hecho de que ciertas tareas interrumpidas a menudo son mejor recordadas que las tareas terminadas.

Lacan definirá este efecto, en una nota a pie de página, como: “un efecto psicológico que se produce por una tarea inconclusa cuando deja una Gestalt en suspenso: de la necesidad por ejemplo generalmente sentida de dar cuenta a una frase musical su acorde resolutivo” (204).

Pero no es la primera vez que usa este ejemplo musical para definir el efecto Zeigarnik. En su Seminario II, distanciándose de esta discusión, lo utiliza para mostrar el automatismo de lo simbólico, al mismo tiempo que vuelve a interrogarse sobre la necesidad de repetición (capítulo VII).

Así, este efecto es homologado por Lagache a la transferencia: los conflictos infantiles son equivalentes a las tareas no acabadas por el hecho que ciertas experiencias terminaron siendo un fracaso y se volvieron una herida narcisista; la disposición a la transferencia surge entones como la persistencia de tensiones ligadas a las necesidades, pero, al mismo tiempo, la herida narcisista produce la necesidad de reparación. La compulsión a la repetición traduce entonces para Lagache la incapacidad del yo para producir una abreacción que anule la experiencia traumática.

Por otra parte, la comparación de la transferencia con el efecto Zeigarnik le permite a Lagache mostrar cómo en realidad la transferencia es equivalente a la repetición de la necesidad, puesto que en cierta medida sería un tentativa de apartar al yo de los conflictos inconscientes que no fueron resueltos. Desde esta perspectiva, la transferencia queda confundida con la repetición. Como por ejemplo de este efecto Lagache retoma el caso Dora, e indica que su análisis comenzó para tranquilizar el narcisismo del sujeto y para reforzar su sistema de defensa.

Esta proposición produce varias respuestas. La de Bénassy, “el colega B…”y la de Lacan ocupan un lugar preponderante en la discusión de este punto.

Si bien Bénassy aproxima a la manera de Lagache los datos suministrados por la psicología experimental a los del psicoanálisis, cuestiona la validez de esta comparación en el caso del efecto Zeigarnik.

Parte de la idea de que es la transferencia la que explica este efecto y no al revés. El efecto Zeigarnik se produce sólo en algunos individuos cuya personalidad de línea una estructura precisa, por lo que es a su entender, un buen test de personalidad. Para desarrollar esta idea se apoya en un test de fracaso, en el que los resultados muestran que la diferencia de la performance de los miembros de los tres grupos dependen de la posición del experimentador (severo, amable, neutro o acogedor).

Concluye entonces que “la transferencia (performance) en definitiva depende de la contra-transferencia (la personalidad inconsciente del experimentador)”.

Sorprendentemente, este autor considera que de alguna manera coincide con Lacan por el hecho de que subraya la relación dialéctica entre el enfermo y el médico.

Este período de a teorización se caracteriza efectivamente por su formulación de una intersubjetividad. La experiencia analítica es una relación de sujeto a sujeto, lo que tendrá sus consecuencias en su análisis de la posición de Freud frente a Dora. Es por ello que Lacan expresa un cierto beneplácito hacia Bénassy puesto que se aproxima a su concepción. Pero a continuación Lacan denuncia el peligro de aproximar las técnicas psicológicas, que fabrican un “homo psychologicus” al psicoanálisis, so pena de caer en un psicologismo.

2. La dialéctica de la transferencia

Aún si Lacan insiste en que esta crítica no se dirige a Lagache, este se sabe concernido, de hecho, su trabajo concluye con un análisis de la posición del analista en términos de la teoría de roles. Junto a Janet, Lagache es una de las figuras principales del desarrollo de la psicología en Francia, pero de modo tal que por momentos mezcla las variadas técnicas psicológicas con el psicoanálisis. De hecho, el efecto Zeigarnik remite a la psicología experimental. Para él no existe ningún lugar a dudas: la psicología puede ayudar a aclarar algunos conceptos psicoanalíticos, como en este caso fue el de transferencia y la repetición.

Ahora bien, durante esta época, que precede a la Escisión de la Societé Psychanalytique de Paris, en 1953, Lagache y Lacan se ubican políticamente en la misma fracción de oposición a Nacht. Este es un buen motivo para diluir las diferencias e inventar coincidencias teóricas. De allí que Lagache sostiene que la posición de Lacan del psicoanálisis como una relación intersubjetiva que se lleva a cabo a través de su discurso, es equivalente a su definición del campo psicoanalítico (siguiendo la teoría de Lewin) en el que se produce la interacción entre el analista y el analizado. Por otra parte, según Lagache tampoco existe una gran diferencia entre su concepción de la conducta y el análisis del discurso a la letra (Lacan tendrá un gran trabajo en el futuro para demostrar lo contrario!), sino en su significación objetiva. En ambos casos se trata de encontrar la significación oculta.

No obstante, el texto es bastante claro en ese sentido: es verdad que se trata de una relación de sujeto a sujeto, pero en la que media la palabra.

Podemos situar esta intervención como un momento de transición en la teorización de Lacan: por un lado mantiene su concepción del deseo como deseo de reconocimiento, apoyándose en el estadio del espejo, es decir en “Acerca de la causalidad psíquica” de 1945, de neta influencia hegeliana, pero por otro lado, insiste sobre un elemento clave de su informe de Roma, leído dos años más tarde (1953), y acentúa el lugar de la palabra en el tratamiento analítico. Así, la dialéctica analítica, propia de la transferencia, que permite la emergencia de la verdad, sólo utiliza palabras. La enfermedad habla, se trata entonces de escuchar la verdad que enuncia.

La elección de Dora para su comentario obedece a múltiples motivos: por un lado es el tema de su seminario de ese año, por otro lado, es la manera de retomar la cuestión planteada por Lagache de la relación entre la transferencia y la repetición, pero sobre todo, porque le permite subrayar el lugar del analista en la transferencia.

Si bien Ida Malcapine no es citada en este texto, ella forma parte del telón de fondo de su redacción. Del artículo “The developpement of the transference” (1950), en “La dirección de la cura” subrayará tanto su concepción de la transferencia como el producto de la situación analítica (artificio que criticará en el Seminario XI), como las tres etapas de la transferencia subrayadas por esta autora, en las que plantea la cuestión de la prosecución de la transferencia luego del final de análisis, aunque con reservas: Lacan no deja de objetarle los límites de su análisis.

El análisis de Lacan subraya diferentes fases en el curso de la dialéctica transferencial, en lugar de las etapas de Malcapine, caracterizadas por una serie de inversiones dialécticas, definidas como escansiones de las estructuras en las que se trasmuta para el sujeto la verdad. Así, a través de las inversiones dialécticas, Lacan subraya cómo Freud logra precisar la manera en que esta “bella alma”, Dora, se incluye en la trama de la historia.

La verdadera “anticipación”, según su propio comentario, es la manera en que presenta la transferencia.

El prejuicio de Freud de la relación posible entre el hombre y la mujer, de la prevalencia de la imagen paterna de un Complejo de Edipo normativo, que años más tarde modificará al señalar que tanto para el niño como para la niña el primer objeto de amor es la madre, asociada a una cierta simpatía que Freud siente hacia el Sr. K., es el obstáculo de la cura (véase S. Cottet, “Freud et le désir du psychanalyste”).

De todas formas, añade, el engaño hubiera podido relanzar la dialéctica transferencial, de hecho, lo falaz vuelve a relanzar el proceso.

Define entonces la transferencia diciendo que “no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los cuales constituye sus objetos” (p. 214).

3. Transferencia y repetición

Aparentemente, la transferencia es confundida aún a la repetición. De la matriz imaginaria en la que Dora se ve junto a su hermano, surge la compulsión a la repetición. Esta imago fraterna con la que se aliena en la identificación especular, deviene pues el prototipo que repite con el Sr. K y luego con Freud. La distinción entre el objeto de identificación (el Sr. K) y el objeto de amor (la Sra. K) dará otra orientación a esta interpretación. No obstante, la neutralidad del analista es el elemento que permite la subjetivación de su historia por parte del paciente. Analista definido en términos de la posición de “puro dialéctico”. La dialéctica del deseo según su expresión posterior, incluye un momento de estancamiento, analizado en términos de “cierre del inconsciente” por Michel Silvestre, en el que aparecen los fenómenos transferenciales, cuyo progreso queda en manos de “la proyección de su pasado en un discurso en devenir”, devenir que sin duda se enlaza al “nuevo amor”que no es repetición, sino que emerge en lo particular de la cura analítica.

En su Seminario VIII, “La transferencia”, cuando Lacan comienza a diferenciar transferencia y repetición –capítulo XII-: “La transferencia en presente”-, retoma nuevamente el efecto Zeigarnik, calificándolo como un “dato psicológico opaco”. Al interrogarse acerca de porqué una significación se repite eternamente, pone de relieve la referencia de Lagache puesto que de alguna manera preserva la originalidad de lo que se trata en la transferencia.

Si la transferencia es la repetición de una necesidad que a veces se manifiesta como necesidad y otras como transferencia, esta necesidad no es más que una “sombra” factible de desaparecer. Así, lo opaco del efecto Zeigarnik, llamado necesidad, se enlaza a este accionar automático que introduce otra cosa de lo antanio vivodo y evocado, pero al mismo tiempo hace emerger la dimensión de la ficción, de fabricación, de construcción de algo nuevo.

Antes que nada porque el fenómeno de la transferencia se produce para ser escuchado, es decir que se dirige a alguien, al analista, y esto ya indica una frontera que separa la transferencia de la repetición, puesto que la transferencia es permeable a la palabra, es decir, a la interpretación. Si bien estas ciertas repeticiones se introducen en el seno del análisis, la reproducción del pasado, que constituye la realidad de la transferencia, es una “presencia en acto”, que en un más allá de la repetición, “existencia misma de lo inconsciente”, deviene una creación que presagia los nuevos “instrumentos de pensamiento” (según la expresión de J.-A. Miller) con los que comenzará a desarrollar el tema de la transferencia en este mismo seminario.

Publicado en: Cuadernos Europeos de Psicoanálisis 2, Bilbao, 1993.