El corte del cuerpo

Un fenómeno conmueve a nuestra contemporaneidad: el corte del cuerpo. Para el psicoanálisis el cuerpo no es una superficie lisa sino que está surcado por cortes y agujeros, de allí el uso por parte de Lacan de la tolopología para dar cuenta de la superficie del cuerpo pulsional. Lo particular es que en distintos ámbitos culturales, con diferentes edades y variadas estructuras psicopatológicas, el corte del cuerpo reaparece en nuestro siglo XXI como un paradigma de la época.

¿Qué lleva a un sujeto a cortarse el cuerpo? ¿Por qué los cortes en los que se inscriben las zonas erógenas alojando a la pulsión no resultan suficientes? ¿Por qué frecuentemente se enlazan los cortes a la vivencia del crimen y castigo, es decir, al paso sobre el cuerpo del sentimiento de culpabilidad? Preguntas todas ellas que abren un terreno fructífero de estudio, pero que, no obstante, reenvían a la respuesta singular de cada caso.

En esta oportunidad nos encontramos con la presentación de enfermos de un niño psicótico en el que se pone en juego el corte del cuerpo. Veamos qué nos enseña.

Marcelo es un niño de 10 años que rápidamente presenta en la entrevista que quiso matarse después que su padre deja el hogar. Así, la ausencia del padre marca un antes y un después: el niño queda a expensas del llanto de la madre. A tal punto su tristeza se confunde con la de su madre que en uno de sus episodios de corte, corta a la madre. O también podríamos decir, corta su propio cuerpo en la madre. La operación de separación que no se produce en lo simbólico pasa a lo real.

En este caso encontramos una cierta vacilación atributiva en torno a la causalidad y la culpa. Después del corte el niño se pregunta: “¿quién me hizo eso?”, y responde: “No era nadie, yo me lo hacía solo”. Se corta pues como si fuera otro.

En realidad, la pregunta por “quién” recubre la pregunta por la causa. Da entonces diferentes respuestas: es él mismo que se cortó porque soñó y estaba dormido; es por culpa del padre, dicen los hermanos, que se fue de la casa; es por causa del llanto de la madre: la madre lloraba, él se ponía mal, iba y se cortaba; y finalmente, las voces le ordenaban que se matara.

Las voces introducen el matiz persecutorio y se enlazan a la aparición de la sombra, con sus ojos cerrados o abiertos; es decir, experimenta a la sombra fuera del registro de la visión. Ella se le “venía encima” haciendo pivotear así la presencia positivada de la mirada. En el transcurso de la presentación, dice de ella: “había una sombra negra… se apagaba la luz…”, dejando interrumpida la frase. Logra decir que sentía miedo frente a una presencia hostil acuciante, pero no arma a partir de esta vivencia un delirio de persecución. Más bien queda como una iniciativa hostil indeterminada.

Pero el punto clave de sus cortes es el “empuje al acto” que lo sitúa dentro de los pasajes al acto suicidas en las psicosis, con la particularidad que al agredir a su madre al cortarla también se incluye paradójicamente en los pasajes al acto homicidas. Esto nos hace recordar la idea de que todo suicidio es en realidad el homicidio de otro: se mata como si fuera otro. En retorno, los homicidios pueden ser considerados como suicidios parciales. Todo esto da cuenta de la reversibilidad imaginaria. Pero cuando se trata del pasaje al acto en la psicosis, tanto el suicidio como el homicidio se relaciona más con la necesidad de desembarazarse del goce invasor que con la vertiente imaginaria que da la textura a la que resulta la víctima.

Los cortes se repiten así como sus diferentes versiones. Primero es él quien se quiso cortar cuando el padre se fue de la casa. Segundo, mientras dormía se puso un vidrio o una maquinita de afeitar debajo de la almohada soñando y se cortó; al despertarse se preguntó quién se lo hizo: no sabía que había sido él mismo. Tercero, se cortaba porque se ponía mal cuando su madre lloraba. Cuarto, le hace un tajo en el cuello a la madre. Quinto, al ir al baño una voz le decía que se mate. En una oportunidad la madre lo encontró tirado en el piso pidiendo ayuda mientras se cortaba: no es él, es por causa de otro. En otra ocasión la voz le decía que se tire mientras caminaba por el borde del techo.

En todos los casos el sujeto experimenta que se siente empujado a hacerlo, no se trata de algo voluntario, por lo que el corte en sí mismo se sitúa como un S1, fuera del sentido. El corte, en un segundo tiempo, puede tratar de incluirse en algún esfuerzo de producción de sentido enlazado al llanto de la madre o a la partida del padre. Pero lo cierto es que lo vive como algo extraño, ajeno a él mismo, xenopático, vinculado a las voces que atribuye a distintas personas (hermano o tío). Pero ninguna de las versiones con las que intenta subjetivar su corte en lo real logra estabilizarlo, por lo que el corte se repite, aún otra vez.

El corte del cuerpo no intenta inscribir la eficacia simbólica del padre sino que apunta a la extracción de un goce que se experimenta en más, y como tal, busca paliar la falla de la castración cumpliéndose en lo real. El fracaso de este intento lo lleva inútilmente a repetir esta búsqueda. De esta manera, la solución precaria del corte deja en suspenso la presencia de un goce en acecho.

Publicado en los Papers del Comité de acción de la Escuela Una N° 8 (2005).