El bovarismo

“Tu aimeras… le lieu ou tu ne seras pas, l’amant que tu ne connaitras pas…” Baudelaire [1]

1. El concepto de bovarismo

Partiendo de la conocida novela de Flaubert denominada Madame Bovary, Jules de Gaultier acuña la palabra “bovarysme“, que se incorpora a la lengua francesa para designar “la evasión en lo imaginario por la insatisfacción”.[2] Clásicamente se la define como “el poder que tiene el hombre de concebirse diferente de cómo es, y en consecuencia, hacerse una personalidad ficticia y jugar un rol que intenta sostener a pesar de su naturaleza verdadera y a pesar de los hechos”[3].

Los personajes de Flaubert, los de algunas obras de Moliére, e incluso el mismo Quijote, devienen las figuras ejemplares que ilustran la “ficción de la identididad del yo”. Así, por ejemplo, tanto Emma Bovary como Frédéric Moreau representan el bovarismo sentimental, el farmacéutico Hormais o Bouvard y Pécuchet, el bovarismo intelectual, el personaje trágico de Saint-Antoine el bovarismo del conocimiento, y Deslaurieurs el bovarismo de la voluntad.

Pero el bovarismo no se limita a la falsa concepción que los sujetos se forman de sí mismos. Según J. de Gaultier, toda la aprehensión de lo real es aproximativa, de ahí que el bovarismo es también “una manera de mostrar las cosas de una manera diferente de cómo son”.

Como afirma Palante en su comentario sobre el bovarismo, “El bovarismo es la base de la ilusión sobre sí que precede y acompaña la ilusión sobre los otros y sobre el mundo”[4]. Esto lo lleva a tildar la filosofía de Gaultier de “ilusionismo estético”. Puesto que efectivamente la obra de Gaultier es filosófica, con una raigambre nietzscheana, y se despliega aproximadamente entre 1892 y 1928.[5]

Tomemos el libro capital sobre el tema: El bovarismo. Gaultier se va deslizando en su texto desde la psicopatología del bovarismo, abarca un análisis de su acción en los individuos y en las colectividades, y concluye con su extensión a la humanidad. Encuentra en los personajes flaubertianos la tara que supone esencial al ser humano, “una falla de la personalidad” que los lleva a asumir un carácter diferente al verdaderamente propio, bajo el efecto del entusiasmo, de la admiración, del interés o de la necesidad vital. En la medida en que esta debilidad se aúna a la impotencia, estos personajes no logran igualarse al modelo propuesto. Caen pues en el influjo de la imitación, de la hipnosis y de la sugestión. Estos “ideales” surgen por la acción del ejemplo y la educación.

Se establecen entonces dos líneas diferentes que se aproximan o distancian generando el ángulo que actúa como índice del bovarismo. Indice que evalúa la distancia entre las propias posibilidades del individuo y la acción de los ideales, lo que determina el grado de bovarismo alcanzado. En los términos de J. de Gaultier, “Mide la distancia que existe en cada individuo entre lo imaginario y lo real, entre lo que es y lo que cree ser”. El aspecto más favorable del bovarismo estaría dado por su acción como fuerza propulsora del progreso. Desde el engaño se impulsa a la evolución. Por eso afirma: “el hombre para crecer se concibe diferente de lo que es”[6].

El bovarismo moral comprende la ilusión del libre albedrío y la ilusión de la unidad del yo. El hombre se cree libre, con capacidad de elección, eso lo lleva a medir y a jerarquizar el grado de responsabilidad de sus actos, produciendo sistemas de punición acordes a las infracciones cometidas. Critica este particular efecto de ilusión por los efectos a los que a su vez conduce. De ahí que se refiera a la enorme cantidad de individuos que son guillotinados en Francia que a último momento confiesan: “También muriendo rinden homenaje a la justicia de los hombres, y testimonian fe en su libre albedrío, así es que hasta en su último aliento continúan concibiéndose diferentes de lo que son, como si eso sería la condición misma de su existencia” (pág. 170). Esta extensa cita cobra sobre todo su valor si tomamos en cuenta que el ámbito de donde surge la tesis de Lacan es del debate que se produce en los años ’20 entre los psiquiatras franceses en torno a la criminología en los delirios pasionales (responsabilidad, pena, internación e incluso distinción nosológica entre los distintos cuadros psicopatológicos)[7].

Volviendo a Gaultier, para él esta libertad es falsa puesto que se encuentra determinada por la búsqueda del propio bienestar, que no necesariamente acuerda los principios de su conducta con la ley moral. Cuando la ley moral se quiebra, ya sea por un exceso de impulsos, o por la abolición de cierto orden de representaciones, o por el debilitamiento de ciertos centros de inhibición, se produce la “locura pura”, poniéndose en evidencia la mezcla del bien y el mal, el desborde de las pasiones ocultas.

El otro aspecto del bovarismo moral es la ilusión de la unidad de la persona, la creencia en la unidad del yo. Este punto se vincula con el bovarismo científico o el genio del conocimiento. El yo para conocerse se divide, por lo tanto sólo alcanza a conocerse parcialmente; la parte de él mismo erigida en sujeto del conocimiento se le hurta. Pero este último género de bovarismo va más lejos. El hombre, creyendo mejorar las condiciones de su vida –por su continua disconformidad- sirve a las tendencias del genio del conocimiento. Buscando alcanzar una existencia mejor, el hombre va creando la ciencia.

Del mismo modo actúa el bovarismo pasional o el genio de la especie (aquí la referencia es la Metafísica del amor de Schopenhauer). El hombre, bajo los elixires de la pasión amorosa, cree seguir un fin personal y se lanza con una violencia extraordinaria a la búsqueda del objeto amoroso; mientras que en realidad no hace más que seguir los designios del genio de la especie que se encarga de cuidar la reproducción de los seres vivos.

En la medida en que queda desalojada la realidad objetiva, el bovarismo deviene la metáfora de la aprehensión de lo real, “una manera de mostrar las cosas diferente a como son, es decir, de la única manera que es posible hacerlas aparecer”[8].

Paulham,[9] en su excelente comentario del libro de Gaultier, pone en cuestión el concepto de verdad objetiva en el mencionado trabajo, pues también él –como toda creencia humana- queda empañado de bovarismo.

Pienso que el estudio de Jules de Gaultier guarda el mérito de poner en evidencia el poder coercitivo y propulsor del Ideal, a la vez que esboza una diferenciación entre un imaginario –dado por el poder de las imágenes- y un real –imposible de aprehender-. Aun imputándole un innatismo, alcanza a desarrollar la magnífica intuición del desdoblamiento del yo –en el que se esbozan coordenadas simbólicas a través de la acción de la educación y del medio social- que Lacan desarrollará en su concepción del estadio del espejo. Ese otro yo que desconociéndose conoce sólo una imagen de sí mismo, no alcanza a tener el estatuto teórico de un yo constituyéndose como imagen.

Para finalizar este primer apartado, concedámosle a Remy de Gourmont –uno de los directores de Mercure de France– el reconocimiento de su valiente premonición, ya que encontrando la palabra bovarysme como un término de lo más pertinente, anuncia que probablemente entrará y permanecerá en la lengua, en la que logrará llenar una laguna.[10]

2. El bovarismo en la psicopatología; su empleo en la psiquiatría francesa

Génil-Perrin, uno de los psiquiatras franceses que se adscriben a la determinación de factores constitucionales en la causación de la psicosis, retoma el concepto de bovarismo y lo incluye en su teorización sobre la constitución paranoica. La define como “una disposición especial, caracterizada por una asociación de orgullo, susceptibilidad, falsedad de juicio e inadaptabilidad”[11]. Como otros autores (Sérieux y Capgras, Dupré, Montassut, etc.), partiendo de un innatismo constitucional, establece un pasaje progresivo y continuo entre el estado normal y el estado mórbido. De ahí que los personajes “bováricos” de Flaubert le permiten ilustrar los rasgos básicos que, de romperse el equilibrio normal, devendrían los típicamente paranoicos. Es por eso que en un capítulo de su libro, “Constitución paranoica y bovarismo”, muestra la analogía que existe entre el bovarismo y la constitución paranoica. La deformación bovárica es la manifestación atenuada o debilitada de la deformación paranoica.

Tomemos el personaje de Emma Bovary para mostrar de qué manera destaca los rasgos próximos a la paranoia. Emma Rouault se esfuerza por parecer el ser ficticio que se construye en su imaginación, tomando las imágenes que su educación burguesa y sus lecturas le brindan. Nótese que ésas eran las fuentes señaladas por J. de Gaultier para la formación del ideal bovárico. Tanto la concepción que ella tiene de sí misma como la del mundo exterior testimonian esta deformación. Así, las imágenes se suceden una tras otra: tristeza estudiada ante la muerte de su madre, la de la enamorada durante su noviazgo, virtuosa frente a los acechos de León, hasta caer en la hábil seducción de Rodolphe. Cuando sus imágenes ideales se desploman, queda enfrentada a su impotencia frente a la vida real, entonces “expía, a través del suicidio, esta falta inocente y fatal de haberse concebido diferente de lo que era, de haber desconocido, en virtud de una ley funesta de su temperamento, su ser verdadero”[12].

Génil-Perrin muestra cómo en esta figura pueden ser visualizados los rasgos paranoicos:

1) El orgullo, concebido como la sobrestimación de la propia personalidad. Emma se cree una gran dama, la heroína enamorada de una novela de la Edad Media.

2) La desconfianza. En el lugar de la persecución del paranoico, aparece la desconfianza, en el bovarismo, como el doloroso sentimiento de aislamiento moral, como una vaga inquietud, o como en Emma, como el lamento de ser incomprendida.

3) La falsedad de juicio. La sistemática falsedad de juicio en la estimación de sí mismo y del ambiente que conforma el fondo del bovarismo, se aproxima al debilitamiento lógico paranoico bajo el influjo de la pasión. Así, Emma, por la acción del principio de sugestión y del entusiasmo –que veremos reaparecer en Aimée- anticipa el conocimiento de las realidades. Se produce una deformación de la percepción de la realidad por la acción transformadora de la imaginación. Génil-Perrin concluye entonces que “la falsedad bovárica y la falsedad paranoica de juicio tienen pues el mismo mecanismo”[13].

Para validar su concepción, cita a Dromard, que estudia los razonamientos falsos paranoicos. Dromard muestra cómo en un terreno primitiva y congénitamente defectuoso crecen los errores de interpretación[14]. Los valores afectivos triunfan sobre los residuos empíricos. Ahora bien, si Génil-Perrin aúna a Dromard y a Jules de Gaultier –distinguiénsose así Dromard- la captación objetiva de la realidad es imposible en tanto siempre intervienen nuestros ideales. La “realidad” en Gaultier intenta ser metafórica.

4) La inadaptabilidad. En el análisis de Génil-Perrin viene desplegando, llega a la conclusión de que Emma desprecia lo real, y que, cualquiera hubiera sido su situación social, hubiera deseado otra diferente.

Para concluir, Génil-Perrin afirma: “La constitución paranoica representa el grado superior del bovarismo patológico, o bien el bovarismo representa una forma esfumada de la constitución paranoica”[15].

La manera de ridiculizar a las personalidades paranoicas no es pasada por algo por Lacan, que opone a la pretendida constitución paranoica la aparición de otras predisposiciones de carácter diferente en los antecedentes de los delirantes. El concepto de reacción en relación a la psicogénesis quedará más próximo al pensamiento de Lacan, en tanto le permite utilizar el método comprensivo en el análisis del caso Aimée.

En 1930, Lévy-Valensi[16] retoma el análisis de Génil-Perrin deteniéndose específicamente en las constituciones mentales. Divide entonces dos grupos: el primero, el de un bovarismo primitivo consecuencia de la constitución imaginativa o mitomaníaca (emplea la expresión de Dupré); el segundo, el de un bovarismo secundario derivado de las constituciones paranoicas, esquizoide y psicasténica o ansiosa. El paranoico es un individuo desconfiado que se aísla de su yo. Sus concepciones orgullosas se transforman para él en realidades que formarán parte de su delirio. El esquizoide pierde el contacto con lo real, y el sueño resulta ser entonces una suerte de compensación. Finalmente, para el ansioso el espejismo imaginativo es un refugio necesario.

Dos observaciones clínicas le permiten mostrar la proximidad de los casos al bovarismo, en tanto intentan conformar su vida de acuerdo a sus ficciones.

Para concluir con este corto recorrido, encontramos el trabajo de H. Ey sobre la constitución, escrito en 1932, en el que utiliza el concepto de bovarismo de una manera más próxima al uso que le da Lacan. Opone a la noción de constitución la importante acción de los eventos vividos, la educación, el medio. Dice “[…] en mecanismos psicológicos como el bovarismo, la influencia de la educación, de las lecturas, de las disciplinas pedagógicas o profesionales tienen un acción manifiestamente constructiva en el ordenamiento del espíritu”[17].

Si Lacan nos reenvía a este artículo[18] es justamente porque acuerda con H. Ey en que el desarrollo de la personalidad está ligado a la historia del individuo, a sus experiencias y a su educación, oponiéndose de esta manera al innatismo de la constitución. A la definición dada por Sérieux y Capgras, la continuidad “de un desarrollo hipertrofiado y unilateral de ciertas tendencias preexistentes”[19], a la progresión desde un carácter ya determinado, le opone el desarrollo dialéctico de la personalidad. Así, logra poner en relación a la personalidad con el medio social a través del movimiento dialéctico. Este punto es fundamental por las consecuencias que se desprenden de esta afirmación.

Antes que nada, hay que considerar retroactivamente el valor que podemos darle al “medio social”. Tal como lo ha señalado J.-A. Miller,[20] el medio social es el Otro tal como lo desarrolla Lacan en el transcurso de su enseñanza.

En la definición objetiva de la personalidad Lacan incluye tres aspectos:

  1. Un desarrollo biográfico que posibilita establecer relaciones de comprensión.
  2. Una concepción de sí mismo constituida por un progreso dialéctico de las imágenes más o menos “ideales”.
  3. Una tensión de las relaciones sociales que determina los lazos de participación ética.

La génesis social de la personalidad pone en evidencia “la captación del sujeto por el Otro”, determinado por lo que en este texto denomina “leyes de sentido” que hace a este tipo particular de paranoia –de autopunición- comprehensible. De ahí la importancia del intento de Lacan de poner a la psicosis en relación con la personalidad. Si la personalidad está relacionada con el medio social y la psicosis carece de una etiopatogenia puramente orgánica, el valor “reaccional” permite establecer la acción del Otro en la determinación de la psicosis (tomado desde los eventos vividos y el poder de los traumas y “complejos”).

Pero junto con esta elucidación de lo simbólico, encontramos los elementos –dados por las imágenes “ideales” y por la proliferación de los dobletes- por los cuales Lacan arribará a su teorización del estadio del espejo. De ahí el interés del “bovarismo” de Jules Gaultier, puesto que son imágenes ideales que surgen del medio social. Podemos afirmar entonces que, en la medida en que Lacan se aleja del constitucionalismo –llega a considerar a la constitución como un mito- y sostiene la importancia del “medio social” a lo largo de lo que él denomina sus “antecedentes” (previo pasaje por el no-reconocimiento y la ley del corazón en “Acerca de la causalidad psíquica” y las peripecias de la palabra en el “Discurso de Roma”), desembocará en la conceptualización de la forclusión del Nombre-del-Padre.

Tanto el recurso a Janet como a Kretschmer van en el sentido de la acentuación de lo reaccional. Es interesante señalar que, si bien se opone al automatismo mental de Clérembault por su etiopatogenia orgánica, no desdeña los “sentimientos intelectuales” desarrollados por Janet[21] puesto que intenta adjudicarles una “intencionalidad objetiva” –aun retomando las postulaciones de Clérembault-, vale decir, no los desarraiga de su relación con el medio social.

El otro punto en cuestión que se desprende de la ruptura con el constitucionalismo es el momento de desencadenamiento de la psicosis. Por ejemplo, tal como Sérieux y Capgras postulan la evolución del delirio de interpretación, el comienzo de la psicosis queda incierto y se confunde con la vida del paciente. Paulatinamente se produce una cristalización de las interpretaciones alrededor de una concepción o de una tendencia predominante. En cambio, para Lacan, el desencadenamiento del delirio tiene un lugar predominante, ya que queda vinculado a una situación vital. En Aimée, son los estados puerperales los que determinan el desencadenamiento de las primeras manifestaciones de la psicosis. Durante el primer embarazo, Aimée comienza a temer por la vida de su futuro hijo. Extraños perseguidores pueden dañarlo. La niña nace muerta, lo que refuerza sus ideas delirantes. Al recibir la llamada telefónica de C. de la N., que durante muchos años fue su amiga íntima, interpreta que ella es la culpable de la muerte de su hija. Con el nacimiento de su hijo se produce un recrudecimiento de su delirio. Cabe destacar que esta temática se mantendrá a lo largo de todo el episodio agudo de su psicosis.

En la tesis de Lacan, la coexistencia de estados hipnoides con una situación particular que puede ser extraída de la historia del sujeto –nótese que esta interpretación a partir de la historia es subrayada por Lacan como la originalidad de su estudio[22]- determina la génesis reaccional de la psicosis.

En la actualidad, el establecimiento del momento puntual de desencadenamiento de la psicosis tiene importantes repercusiones en la dirección de la cura de un paciente psicótico, puesto que es el índice de la particular coyuntura de la “historia personal” que puede producir su descompensación.

3. El bovarismo en el caso Aimée

“Je voudrais qu’on dise que je suis joli comme un pierre dans l’eau, o mes amies les pierres, n’obliez pas mes orations!”
Aimée[23]

El párrafo que sirve de epígrafe a este tercer apartado por Paul Eluard[24] y coexiste con otras citas poéticas. En su elogio de la palabra, de la poesía involuntaria, afirma: “Pasan por locos aquellos que enseñan que existen mil maneras de decir su amor, su alegría y su pena… inútiles, locos malditos son aquellos que revelan, reproducen, interpretan la humilde voz que se queja o que canta entre la muchedumbre sin saber que ella es sublime”. Es por esta alabanza a la inflexión inesperada de cualquier hombre –todos quedan hermanados a Prometeo- que Lacan, a través de Aimée, encuentra un lugar junto a Gérard de Nerval, Shakespeare, Lautréamont, entre otros.

Lacan, por su parte, no es indiferente a esta recopilación de Eluard, por lo que también él es citado en los Escritos. Allí Lacan comenta cómo por los méritos del texto literario de Aimée quedó incluida en la “poesía involuntaria”[25].

El interés de Lacan por los escritos de Aimée encuentran una doble fuente. Por un lado, su vinculación con el movimiento surrealista de la época. Por otro lado, la creciente preocupación de los psiquiatras franceses –ya en Seglas encontramos un trabajo sobre los trastornos del lenguaje en los alienados- por el lenguaje oral y escrito de los pacientes psicóticos.

En su tesis, Lacan distingue los escritos de Aimée de los del caso estudiado en 1931 en torno a la esquizofrenia. No encuentra en ellos una estereotipia del pensamiento. Por el contrario, les concede todo su valor poético: Más de una vez el lector encontrará en ella imágenes de verdadero valor poético, en las que una visión justa encuentra su expresión en un afortunado equilibrio de precisión y sugestión” (pág. 163). Pero el nivel literario es desparejo, y no mantiene una misma tonalidad a lo largo de sus obras. Lacan denomina a la primera de sus obras Idylle. Comenzamos a ver en esta misma denominación los tintes bováricos que se despliegan a continuación.

El bovarismo es para Lacan una de las funciones esenciales de la personalidad (págs. 30 y 68). En “Acerca de la causalidad psíquica”[26], volverá a insistir sobre la importante acción de los ideales al referirse al bovarismo (pág. 81). Luego de este último artículo, el término caerá en desuso. Pero en la tesis de Lacan mantiene todo su valor.

En la definición de la personalidad según la experiencia común, subraya que, debido a la distancia entre la síntesis (que afirma la unidad) y la intencionalidad, “la personalidad se resuelve en imaginaciones sobre nosotros mismos, en ‘ideales’ más o menos vanos” (pág. 30). Podemos encontrar en esta distancia el índice bovárico que plantea J. de Gaultier. Estos ideales también quedan incluidos en la definición objetiva de la personalidad en relación a la “concepción de sí mismo”: “se traduce en las imágenes más o menos ‘ideales’ de sí mismo que hace aflorar a la conciencia” (pág. 39).

Estudiando las tendencias afectivas que se revelan en los escritos de Aimée, Lacan afirma que esos escritos manifiestan una sensibilidad esencialmente bovárica “refiriéndonos directamente con esta palabra al tipo de la heroína de Flaubert” (pág. 164).

El segundo de los escritos de Aimée es menos afortunado: muestra una “fatiga conceptual” (sus características psicasténicas), donde esta “alma romántica” demuestra ser una verdadera “enamorada de las palabras”. Al escribir extrae al azar palabras del diccionario, lo que producirá en sus escritos ciertas discordancias.

Retomando a Génil-Perrin, también en Aimée vemos aparecer los rasgos característicos señalados por él como pertenecientes a la constitución paranoica (sobreestimación de sí mismo, orgullo, desconfianza y falsedad de juicio). Pero Lacan se encarga de señalar cómo esos rasgos aparecen secundariamente a la eclosión delirante, separándose de este modo del autor antes mencionado. Aproxima entonces su descripción a la psicastenia de Janet y al carácter sensitivo de Kretschmer, sin dejar de mencionar la diferencia existente entre ambos autores en cuanto a su concepción de patogenia. Mientras que en Janet su concepción es estructural y energética, y se relaciona con un defecto congénito, la concepción de Kretschmer es dinámica e intuitiva, y queda siempre vinculada a la historia del sujeto.

En el análisis de la personalidad de Aimée, Lacan encuentra rasgos bováricos que se manifiestan a lo largo de su historia. Así, esta “soñadora de ilidio”, tal como la llama Lacan (pág. 181, nota 5), mantiene en sus búsquedas sentimentales un grado de bovarismo “en el que desempeñan su papel los sueños ambiciosos” (pág. 208) por un lado, y el “entusiasmo” bovárico por otro lado. Esto se visualiza por ejemplo en su reacción frente a su primer idilio desafortunado con el don Juan de su pequeña ciudad. “La desproporción con el alcance real de la aventura es manifiesta”, dice Lacan (pág. 204). En estos ensueños amorosos, Mlle. C. de la N. (que luego encabezará la serie de sus perseguidoras) influye enormemente. Pero hay una gran diferencia entre la idealización sostenida epistolarmente con su “seductor”, y el erotismo platónico (Dide) dirigido al Príncipe de Gales. Entre ambos amores media el desencadenamiento de la psicosis. Es lo que denominaré el pasaje del bovarismo a la erotomanía.

Las características bováricas de la personalidad de Aimée, que son apuntadas constantemente a lo largo del análisis del caso (imaginación, entusiasmo, ambiciones, desfasaje con el propio ser, lecturas “perniciosas”, etc.) quedan reducidas en “Acerca de la causalidad psíquica” a la acción de los “ideales bováricos” (señalando que eso no implicaba ningún desprecio) (pág. 169), antes de desaparecer definitivamente de la obra de Lacan, aunado al concepto del “ideal”.

Antes de concluir este primer apartado, querría señalar que el concepto de ideal, en este momento de la teorización de Lacan, no establece una distinción entre el ideal del yo y el yo ideal, de ahí la vaguedad del uso de este término, que a lo largo de su tesis se presenta como un punto de aspiración pero a la manera bovárica, es decir, determinado por la acción de lo social.

Publicado en: Escansión 2, Buenos Aires, 1990.

NOTAS

  1. Baudelaire, C., “Bienfait de la lune”, Œuvres complétes, Paris, Laffont, 1986.
  2. Robert, Dictionnaire de la langue française, Paris, 1985.
  3. Gaultier, J. de, Le bovarsme, Mercure de France, 1902.
  4. Palante, “Le bovarysme. Une nouvelle philosophie de l’illusion”, Mercure de France, 1903.
  5. Prévost, M., et D’Amat, R. Dictionnaire de Biographie Française, T. XV, Librairie Letouzey et Ané, 1982.
  6. Gaultier, J. de, “La métaphore universelle”, Mercure de France, pág. 387.
  7. Para obtener una mayor información sobre el tema hay que dirigirse a la discusión sobre los “Crimes et délires passionnels” publicada en los Annales médico-psychologiques de 1927, y al trabajo de Lévy-Valensi “Les crimes passionnels” con la discusión posterior del trabajo publicado en los Annales de Médicine légale, de Criminologie et de Police scientifique, 1931.
  8. Gaultier, J. de, “La métaphore universelle”, ob. cit., pág. 388.
  9. Paulham, F., “Théorie de la conaissance”, Revue Philosophique de la France et de l’etranger, 1903.
  10. Gourmont, R. de, “Un nouvelle philosophe-Jules de Gaultier”, Promenades littéraires, Mercure de France, 1904.
  11. Génil-Perrin, Les paranoïaques, Paris, Maloine, 1926, pág. 175.
  12. Gaultier, J. de, Le bovarysme, ob. cit. pág. 242.
  13. Génil-Perrin, ob. cit., pág. 252.
  14. Dromard, “L’interprétation délirante”, Journal de Psychologie, de Neurologie et de Médicine mentale, 1911. “Le délire d’inteprétation”, idem.
  15. Génil-Perrin, ob. cit., pág.260.
  16. Lévy-Valensi, “Bovarysme et constitutions mentales”, Journal de Psychologie, de Neurologie et de Médecine mentale, 1930.
  17. Ey, H., “La notion de constitution”, l’Evolution psychiatrique, octubre 1932.
  18. Lacan, J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Méjico, Siglo XXI, 1979.
  19. Sérieux et Capgras, Les folies raisonantes, Marseille, Laffite Reprintes, 1982 (1ra. Edición, París, 1909).
  20. Miller, J.-A., Seminario de DEA, 1987.
  21. Janet, “Les sentiments dans le délire de persécution”, Journal de Psuchologie, de Neurologie et de Médecine mentale, 1932.
  22. Lacan, J., “Exposición general de nuestros trabajos científicos” (1933), en De la psicosis…, ob. cit.
  23. Lacan, J., ob. cit. pág. 169: “Yo quisiera que se diga que soy lindo como una piedra en el agua, oh mis amigas las piedras, no olvidéis mis oraciones!”.
  24. Eluard, P., “Poésie involontaire et poésie intentionnelle”, folleto editado por Seghers Poésie 42.
  25. Lacan, J., Ecrits, Paris, Seuil, 1966, págs. 66 y 168.
  26. Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Suplemento de Escritos, España, Argot, 1984, págs. 61-110.