¿De qué sufre el sujeto supuesto saber?

El sujeto supuesto saber fue planteado por Lacan como el pivote de la transferencia. Examinaré esta cuestión del lado del analista. Para ello tomaré como eje dos preguntas: ¿qué relación guarda el analista con el sujeto supuesto saber? Y en particular, si retomamos una pregunta formulada por Germán García oportunamente, ¿qué efectos tiene sobre el analista su práctica?

I. El analista y el sujeto supuesto saber

Podemos situar en la enseñanza de Lacan un breve recorrido atinente a esta cuestión en los años 60. Para ello, retomaremos tres textos: el Seminario 8, “La transferencia” (1961-62); el Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964); y la “Proposición del 9 de octubre de 1967”. Nuestro hilo de Ariadna es un texto de Jacques-Alain Miller –”El reverso de la transferencia”[1]- en el que presenta los seminarios 8 y 17 en el momento de su publicación.

196119641967
$ – agalma$—-aalgoritmo-referente latente (agalma)

1. J.-A. Miller sitúa la primera aparición del SsS en el Seminario 8 en el que indica que en el lugar del analista “somos supuestos saber”. Esta aparición del término guarda su particularidad. Lacan plantea en este Seminario que el lugar del analista es el sujeto tachado, un puro vacío. Así, en el SsS el sujeto es el propio analista. Desde ese lugar intenta captar el fantasma del analizado. Dice: Es necesario que de una cierta manera seamos verdaderamente este $, que seamos, en tanto analistas, en último término, aquél que ve en (a) el objeto del fantasma[2].

Esta formulación aparentemente va en contra de su formulación ulterior. No obstante, tiene sus matices. Lacan sitúa, al mismo tiempo, el agalma del lado del analista: Por el solo hecho de que haya transferencia, estamos implicados en la posición de ser aquél que contiene el agalma [3].

Tenemos pues al sujeto barrado y al agalma coexistiendo del lado del analista.

2. En el Seminario 11 Lacan formula el desplazamiento del lugar del analista, en el dispositivo, del sujeto barrado al del objeto (a): El analista debe servir de soporte al objeto a separador[4]. Con lo que queda delimitada una posición que va contra la identificación con el analista.

Por otra parte, la conceptualización de la transferencia como “amor al saber”, en el lugar del “amor de transferencia” freudiano, permite romper definitivamente con la homologación entre transferencia y repetición. Este “nuevo amor” va contra el “horror al saber” y se desentiende del automatismo de repetición. Al abordaje epistémico del SsS se le añade así el matiz libidinal aportado por la definición de la trasferencia como puesta en acto de la realidad del inconsciente.

Ahora bien, la presentación del SsS en este seminario difiere de la de 1967. A pesar del deslizamiento del analista de $ a (a), Lacan continúa otorgándole al analista el lugar del sujeto supuesto dentro del SsS. Dice: Al sujeto al que se le supone saber en el análisis es el analista[5]. Y también: ¿Qué sucede cuando el sujeto comienza a hablar al analista? –al analista, esto es, al sujeto al que se supone saber, pero de quien se sabe que aún no sabe nada[6]. El analista no es ya un sujeto barrado sino supuesto enlazado al saber sin que se identifique por ello con ese saber.

3. La “Proposición” produce un verdadero viraje al introducir el algoritmo de la transferencia. Esta formalización reduce al analista a un Sq, un significante cualquiera, que ocupa el lugar del agalma, del “referente latente”.

La suposición involucra una doble perspectiva: suposición de un saber inconsciente (que no tiene un sujeto), y suposición de un sujeto para ese saber como efecto de significado. El sujeto del SsS no es ya el analista. Dice: El SsS es una formación desprendida del psicoanalizante. Tenemos que ver qué califica al psicoanalista para responder a esta situación que no engloba su persona[7].

El verdadero lugar del psicoanalista es el que Lacan formaliza en el discurso analítico. Poder encarnar en el análisis el lugar del objeto a para otro, es lo que expresa la metamorfosis del analizante en analista, y sólo se sostiene a través del “deseo del analista”. Su corrimiento nos conduce al “padecer” del dispositivo.

II. De cuando el SsS padece del analista

Podemos repertoriar una serie de posiciones del analista que lo hurtan del dispositivo analítico: como sujeto, como yo que obtura la falta, como significante amo, e identificado al saber del SsS. Cada una de ellas expresan su abandono del lugar de objeto a y el impasse consecutivo al que conducen. Muchas de ellas expresan el efecto sobre el analista de su práctica. Todas son solidarias de un impasse del propio análisis.

1. $, como sujeto

La contratransferencia es un efecto subjetivo del analista, que a través de sus propios prejuicios infecta como un virus el dispositivo. Aquí hay que distinguir entre la eventual captación inefable por parte del analista del fantasma del paciente y la adjudicación al paciente de las propias asociaciones.

Pero el riesgo mayor de esta posición es tomar al paciente como objeto del fantasma del analista. Incluso cuando Lacan sitúa al analista en la posición de $ en el Seminario 8, advierte que es una contraindicación al tratamiento analítico suponer una reciprocidad en este punto entre el paciente y el analista. Esta inversión del dispositivo lo deshace y deja el campo abierto a todo tipo de desenlaces.

2. yo/$, como yo obturando la falta

La pantomima típicamente obsesiva es obturar la falta a través del yo. No obstante, el corazón de esta posición sigue siendo la estrategia frente a la falta-en-ser. Las manifestaciones de esta posición se circunscriben tanto en la infatuación del analista como en el predominio de la relación dual en la dirección de la cura que conduce al parásito de la comprensión. En un caso como en otro, con formas diferentes, la escucha queda fuera de la partida, mientras que la inflación yoica provoca la proliferación de lo imaginario en la cura.

3. S1, como significante amo

Lacan tematizó en diversas oportunidades la paradoja de la relación entre transferencia y sugestión. Al hablar, el paciente construye un Otro al que se dirige; desde ese Otro escucha la interpretación del analista, lo que refuerza la transferencia, y con ella, aumenta la sugestión. La interpretación que intenta disminuir los efectos de sugestión se vuelve, paradójicamente, su cómplice. ¿Cómo salir del “circuito infernal de la sugestión”? En “La dirección de la cura” presenta la salida vía la identificación con el objeto de la demanda de amor que abre la secuencia de la transferencia. Esta fórmulación resulta precursora de la del Seminario 11: el analista en posición de objeto a permite mantener a distancia el objeto del Ideal, y salir así del efecto de sugestión.

La sugestión resulta de un ejercicio de un poder. En realidad, el único poder en juego en un análisis es el de la palabra. La dirección se ejerce sobre la cura y no sobre el paciente.

La conducción de la cura hacia la identificación con el analista va en el mismo sentido de refuerzo del Ideal. El analista cae en su propia trampa: por “querer el bien” del paciente según sus ideales, resulta el peor tropiezo para su cura. Los ideales se desentienden de las singularidades y se olvidan que cada sujeto debe encontrar su salida, y ella no responde a ningún universal.

4. S2, identificado al saber

Adoctrinar no es interpretar y, como lo señala Lacan, ningún analista puede representar el saber absoluto. En todo caso, el saber del SsS es supuesto al inconsciente. Identificarse con él es darle una consistencia imaginaria que sutura la hiancia subjetiva de quien habla.

Para concluir

En el texto de J.-A. Miller que aludí al comienzo de este trabajo, indica que la presentación de ambos seminarios (8 y 17) podría titularse publicitariamente “Amor y poder”. Tal vez ambos conceptos resuman de qué sufre el SsS: la persistencia del amor al saber obstruye su metamorfosis en deseo de saber, es decir, obstaculiza su advenimiento como analista; la búsqueda del poder en el análisis expresa la persistencia de la acción del Ideal, es decir, un cortocicuito en la caída de los ideales. En ambos casos, no logra sostener su lugar de analista en el dispositivo.

Alcanzar este lugar, ¿es de una vez y para siempre? ¿Pueden producirse oscilaciones como efecto del curso de la propia vida, por el discurso particular de un paciente, o por la interacción con la comunidad analítica? Las respuestas que no caricaturicen los clichés del “buen analista lacaniano” tal vez las encontremos no sólo en los testimonios del pase, sino en el de los analistas, en su transmisión, dando cuenta del “día después” a cada fin de análisis.

Buenos Aires, 7 de agosto de 1999

Publicado en: El Caldero 74, Buenos Aires, 1999.

NOTAS

  1. J.-A. Miller, “El reverso de la transferencia”, Uno por Uno 20 (1991).
  2. J. Lacan, El Seminario, Libro 8: “La transferencia” (1961-62). Paris: Seuil, 1991, p. 315.
  3. Idem, p. 229.
  4. J. Lacan, El Seminario, Libro 11: “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964). Buenos Aires: Paidós, 1993, p. 281.
  5. Idem, p. 233.
  6. Idem, p. 277.
  7. J. Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Momentos cruciales de la experiencia analítica. Buenos Aires: Manantial, 1992, p. 13.