De la sexualidad femenina al goce como tal

La distinción entre goce femenino y masculino es un punto de desembocadura en la obra de Lacan. No obstante, la teoría del goce sigue su recorrido y llega a ser planteado como un acontecimiento de cuerpo, por fuera del Edipo, independientemente de que se trate de un hombre o de una mujer, sin estar especificado por el binario sexual.

¿Cómo se produce este cambio y en qué lugar quedan las mujeres en su relación con el partenaire?

1. Las mujeres frente al deseo del Otro

La sexualidad femenina, examinada bajo el primado de la dialéctica fálica, presenta las alternancias del tratamiento de la falta en tener como parecer ser en la mascarada femenina, el tener a través de la maternidad y la relación particular con la fabricación del tener a través del amor.

La movilidad del deseo gira alrededor de la falta y de su dialéctica. Su apertura al deseo del Otro vuelve a las mujeres más dependientes de la relación con el partenaire, dice Lacan en el Seminario 10. Pero, al mismo tiempo, señala que las mujeres son superiores en el dominio del goce porque su vínculo con el nudo del deseo es más laxo que del lado masculino.

El Penisneid, operador estructural de la castración en las mujeres, es una función negativa por excelencia puesto que es tomado dentro de la lógica de la prohibición. Pero a través del examen del goce femenino “la mujer objeta a Hegel”, afirma Miller, puesto que como positividad no es susceptible de una Aufhebung.

La relación entre la negativización del falo y el complejo de castración es necesaria en el hombre pero no en las mujeres. Si bien tienen una relación más estrecha con el deseo del Otro, fuente por otra parte de angustia, en relación al goce no caen bajo el yugo de la limitación fálica.

Desde la perspectiva del deseo las mujeres se tientan tentando, quedan íntimamente ligadas al Otro, fuente de deseo y de angustia. Del lado del amor, Lacan acentúa su vertiente erotómana que la liga al Otro del amor. Pero la dialéctica fálica no absorbe todo lo “pulsional femenino” y queda un resto planteado como un “goce envuelto en su propia contigüidad”.

2. ¿Cómo arreglárselas con el goce solitario?

El paso siguiente es la afirmación que las mujeres, con un goce propio, “como la flor, sumerge sus raíces en el mismo goce”. Da así lugar a un goce llamado femenino, por fuera del falo, al que tienen acceso algunas mujeres, no todas, y esto en forma independiente del sexo anatómico puesto que también incluye a los místicos como San Juan de la Cruz.

Hombres y mujeres quedan a solas frente al goce: los hombres con su goce fálico, las mujeres tienen a la soledad como partenaire con su goce femenino.

Los dos tipos de goce dependen del sujeto en su posición masculina y femenina. El goce masculino se refiere al falo, el femenino no toda en relación al falo. Cada sujeto tiene acceso a una modalidad de goce y a partir de allí construye su modo de ser en el mundo. Por otra parte, lo masculino y lo femenino se transforman de acuerdo a las demandas sociales que producen distintos tipos de identificaciones.

El “no hay relación sexual” nos deja separados del Otro a nivel sexual, pero en su lugar hay discursos, relaciones tipificadas con el Otro, y está el amor que permite entablar un lazo con el partenaire frente a su autismo de goce.

3. Una mujer como síntoma de otro cuerpo

Lacan se interesa por la sexualidad femenina en el Seminario 20, dice Jacques-Alain Miller, en tanto que funciona como un punto de excepción al goce autista y permite la apertura al Otro, volviéndose así un goce que se entremezcla con el amor.

El paso siguiente es la generalización del goce femenino, añade, hasta transformarlo en el “goce como tal”. Este goce no está articulado a la ley del deseo sino que corresponde al orden del traumatismo, de la contingencia, del azar, a una fijación. El goce como tal no es edípico, se reduce al acontecimiento de cuerpo, imposible de negativizar. Plantea así un goce que no se prohíbe, indecible, que no puede ser simbolizado.

Este goce silencioso se extiende de las mujeres a los hombres: goce opaco al sentido propio del sinthome, pero que, no obstante, para aislarlo se siguen los rodeos del sentido. El goce contingente se inscribe como Uno e inaugura una serie de repeticiones cuyas experiencias no suman nada ni enseñan nada, sino que es puramente adictivo y se experimenta como necesario.

No hay dos, sino Uno y el cuerpo. Pero la manera de suplir el agujero del no hay relación sexual comporta la contingencia del encuentro entre hombres y mujeres. Si bien los modos de goce femenino y masculino aislados por Lacan no desaparecen, esta distribución sexuada se establece sobre el fondo de un cuerpo que se goza.

Lacan afirma que una mujer puede ser un síntoma para un hombre, pero un hombre para una mujer puede llegar incluso a ser un estrago.

La relación con un hombre como estrago concierne a la pregunta de hasta dónde llega una mujer a través del goce de su demanda de amor, puesto que su falta de límites puede volverse para ella un estrago. La mujer como síntoma de un hombre indica que ella puede volverse el síntoma de otro cuerpo.

Por otra parte, el estilo erotómano de la vida amorosa hace que una mujer busque ser la única amada, pero serlo también puede presentarse como la única que lo entiende, que lo ayuda. Eric Laurent señala que en realidad esa es una falsa excepción puesto que ser una sola se sitúa del lado de la singularidad subjetiva más que por el lugar que ocupe para un hombre. Cuestión que suele ser olvidada en nombre del goce del amor.

Velos en la dialéctica fálica, dependientes del deseo del partenaire, soledad del goce e inmixión del goce y del amor, estragos y síntomas de otro cuerpo, acerca de todo esto habla Lacan en su pasaje del deseo al goce, a la espera que la contingencia del encuentro permita que más allá de la ilusión de que no cesará, aloje el fatal destino a sabiendas que una tirada de dados no abolirá el azar.

Mayo, 2014

Seminario dictado en Ecuador: “De la sexualidad femenina al goce como tal”, Sede de la Nel-Guayaquil, mayo de 2014