Caparazón y objeto autista: su tratamiento

1. Al entrar a mi consultorio, parece cautivado por el ventanal. Se para y se queda mirando absorto en silencio en dirección hacia el exterior. ¿Qué mira? ¿El ventanal, el ligero oscilar de las hojas del árbol, los departamentos en ambos lados, la profundidad del espacio, el marco de la ventana? Gira sobre su eje en expresión de júbilo, mueve los brazos como si aleteara y luego queda absorbido por una cinta que tira y vuelve a recoger una y otra vez. Su seriedad, su extrema concentración en esta actividad reiterada, lo vuelve totalmente ajeno a todo intento de lograr su atención. En determinado momento, le deslizo suavemente la cinta entre sus dedos y se lo muestro en oscilación. Por primera vez me mira, se dirige a mi para sacarme la cinta y reiteramos este “juego” de va y viene durante un pequeño momento. En cada oportunidad, se dirige hacia mí con su mirada y su mano buscando la cinta. Pero luego, este intercambio se interrumpe tan misteriosamente como se inició, el niño me da la espalda para sumergirse nuevamente en su movimiento solitario con la cinta.

Otro niño grita y patalea cada vez que la madre le propone algo que él rechaza con obstinación. Parado frente a una pequeña mesita, se ocupa de armar cubos. Luego se sienta, y yo frente a él, pero en ningún momento se dirige hacia mí con su mirada o su voz. Intento introducirme en sus movimientos con los cubos y sólo logro hacerme expulsar. Súbitamente, grito y pataleo como él. Por primera vez levanta su mirada con una gran sonrisa y se dirige hacia mí. Franqueado este paso, su soledad y aislamiento comienza a acompasarse con tímidas miradas que de tanto en tanto me dirige.

En estas primeras entrevistas ambos niños presentan un sutil barrera que intento franquear para entrar en contacto con ellos. A este invisible muro se lo ha denominado en psicoanálisis “caparazón autista” y expresa un funcionamiento subjetivo singular. El tratamiento analítico propone un tratamiento de este borde. Este concepto es explicado de diferentes maneras.

2. Frances Tustin, jefa de la Child Guidance Clinic de la Tavistock Clinic en Londres, explica al encapsulamiento autista como una modalidad defensiva. Los niños autistas protegen su vulnerabilidad engendrando la ilusión de tener una envoltura exterior a su cuerpo, como una cáscara dura.

Plantea que en los primeros años de vida los niños autistas toman conciencia de una manera particularmente dolorosa y dramática de su separación con la madre. Se sienten brutalmente arrancados de una madre que sentían como una parte de su cuerpo. Para protegerse de ese daño corporal y excluir otros trastornos ulteriores se protegen encapsulándose rígidamente. Su protección incluye ciertas sensaciones corporales sentidas como protectoras, de allí las manipulaciones de objetos, el balanceo o los movimientos estereotipados. El autista se envuelve en sensaciones corporales creando su envoltura protectora: se vuelve insensible a sensibles tales como el dolor. Por otra parte, se rodean de objetos duros que denomina “objetos autistas” cuya función es protegerlos de un ataque corporal y de la aniquilación total. Corresponden a los “objetos subjetivos” de Winnicott. A su entender, esta pseudo-protección de los objetos autistas le impide entrar en contacto con seres humanos que lo cuiden y que les ayude a modificar sus terrores.

El tratamiento que propone consiste en sacar al niño de su mundo bidimensional, pegado a las superficies, y maniobrar para engendrar objetos y figuras de sensaciones. Propone que los analistas hagan sentir su presencia y que no dejen que se los ignore de modo tal que pierdan sus barreras. A su entender, es importante hacer ceder el objeto autista para producir la posibilidad de sustituciones con otros objetos.

3. Jean-Claude Maleval plantea al autismo como una estructura que se caracteriza por un rechazo de la alienación significante y de un retorno del goce sobre un borde. Esta expresión, tomada de Eric Laurent, da cuenta de cómo el objeto se encuentra pegado al cuerpo de modo tal de construir una “caparazón autista” en su particular dinámica libidinal. El trastorno simbólico genera una enunciación muerta, desfasada, borrada o técnica. No se trata de un déficit cognitivo sino de una relación particular con el significante. Este rechazo impide que el goce se embarque en la palabra, y en su lugar retorna sobre un borde, con un objeto al que el autista se encuentra pegado. Se construye así un caparazón dentro de una dinámica libidinal. El “borde autista” es una formación protectora frente a un Otro amenazante, y dispone de tres componentes esenciales: la imagen del doble, los islotes de competencia y el objeto autista.

La hipótesis central de Maleval es la del rechazo del autista del goce asociado al objeto voz que determina las perturbaciones del lenguaje: No se trata aquí tanto de la sonoridad sino de la enunciación de su decir. “Nada angustia más al autista”, dice Maleval, “que ceder su goce vocal alienándose al significante”. Se protege entonces de la presencia angustiante de la voz a través de lo verboso o del mutismo, y evita la interlocución del Otro. Aun cuando hablen con fluidez, como en el caso de los autistas de alto nivel, se protegen del goce vocal a través de la falta de enunciación. De allí deriva la soledad del autista en cuanto a tomar una posición de enunciación, como así también la fijeza en su esfuerzo de mantener un orden estático frente a lo caótico de su mundo.

Plantea a continuación dos tipos de salidas posibles a la posición de repliegue inicial y de rechazo del otro en la infancia, que van de la creación de un doble en la infancia, a la creación de un Otro de síntesis en la adultez a través de la memorización de signos y, finalmente, el uso de objetos autistas muy complejos. Así, de la soledad y del mutismo del autismo precoz, en un segundo tiempo es posible encontrar el trabajo sobre el retorno de goce sobre el borde en el síndrome de Asperger de la edad adulta.

4. Eric Laurent indica que la inclusión del sujeto en el autismo implica el funcionamiento de un significante solo en lo real, sin desplazamiento, “pieza suelta” que actúa de modo tal que busca un orden fijo y un simbólico realizado sin equívocos posibles. El encapsulamiento autista es una burbuja de protección cerrada de un sujeto sin cuerpo. El problema que se plantea entonces no es tanto cómo se construye un borde sino cómo se desplaza ese neo-borde que muy bien constituido.

Al llegar a la consulta el niño autista suele rechazar todo contacto con el otro en la medida en que es experimentado como intrusivo frente a un borde encapsulado, casi pegado a la superficie de su cuerpo. El desplazamiento de este caparazón se produce a través de intercambios articulados con un otro experimentado como menos amenazante. Se busca construir un espacio que no sea ni del sujeto ni del otro, un espacio que permita un acercamiento que extraiga al niño de su indiferencia y de su repetición exacta de su relación con el otro, y articular así un “espacio de juego” –aunque reste precisar cuál es el estatuto de ese juego-. Estos intercambios en lo real, no puramente imaginarios, en los que interviene la metonimia de objetos, permiten la construcción de un espacio de desplazamiento del borde y la emergencia de significantes que pasan a formar parte de su lengua privada.

En algunas oportunidades se incluye el “objeto autista” con el que el niño se desplaza y entra también en el circuito de objetos. Ese objeto es parte de la invención personal, por lo que la orientación analítica que apunta a la operación de “separación”, sin por ello inscribirla, no indica de ningún modo, a diferencia de Tustin, que haya que despojar al niño de ese objeto.

Para aplicar el psicoanálisis al autismo es necesario permitir al sujeto separarse de su estado de repliegue homeostático sobre el cuerpo encapsulado y pasar a un modo de subjetividad del orden de un “autismo a dos”. Hay que volverse el nuevo partenaire del sujeto, por fuera de toda reciprocidad imaginaria y sin la función de interlocución simbólica.

El destino del tratamiento no está inscrito en ningún protocolo establecido. Es una invención que involucra tanto al sujeto como a su analista.

Publicado en: Revista Aperiódico 20, Buenos Aires 2011.