Amor y ciencia

¿Amar es una ciencia? Ovidio nos sugiere que es un arte. Arte que involucra un diálogo cortés –según los trobadores del medioevo-, otras formulaciones francamente descorteses, según la psico-patología de la vida amorosa, y sobre todo, inevitablemente, una pregunta acerca de cómo llenar el vacío que se aloja en la relación entre los sexos. Arte que incita a una invención que pueble el real de la fórmula que enuncia que “no hay relación sexual”. Nos vemos conducidos por este sendero a la invención de saber al final del análisis y a la pregunta acerca del destino del amor.

El saber sobre lo real, horizonte de posibilidad en una cura analítica, ¿es análogo al saber de la ciencia? El psicoanálisis permite la construcción de un saber in progress, de verdades que se constituyen como sólidos siempre susceptibles de ser dialectizados.

Recientemente, en su curso “La naturaleza de los semblantes”, Jacques-Alain Miller precisó que esta concepción de la verdad, situada del lado del semblante, expresa una modificación. La verdad ya no es el punto de mira de un análisis, sino que lo es el real que la sustituye. A través de este sesgo el sujeto se confronta al real al que apunta el saber de la ciencia.

Analizaremos esta cuestión a partir de una experiencia de la física cuántica, la del gato de Schödinger, para interrogar, desde esta perspectiva, la anamorfosis que resulta del amor al final de un análisis.

1. El saber de la ciencia

Cómo se construye el saber de la ciencia Einstein considera que no alcanza con establecer un catálogo de los fenómenos registrados hasta entonces, es necesario añadir cierto grado de intuición. El físico debe estar siempre dispuesto a dar un salto intuitivo a partir de los datos experimentales, y no debe vacilar frente a la enunciación de un postulado que no puede ser puesto a prueba aunque se pueda deducir de él consecuencias lógicas. Para Einstein, la “intuición”, saber inasimilable a la conciencia, tiene su parte en la evolución del saber científico.

Cuando el eclipse de sol de 1919 suministró una confirmación de la teoría de la relatividad general a partir de la constatación de una ligera diferencia en las posiciones relativas de las estrellas, diferencia provocada por la reflexión de la luz en el espacio-tiempo curvo que rodea al sol, Einstein se limitó a afirmar que ya sabía que su teoría era correcta. Le preguntaron qué hubiera sucedido si el resultado de la experiencia no hubiera confirmado su teoría, contestó: “Hubiera estado muy triste por el Creador, puesto que mi teoría es correcta”.

Su certeza se desprende del saber en lo real que logró descubrir. Pero como lo demuestra la historia de los descubrimientos científicos, algunos de ellos son pasos que permiten avanzar en la captación de un real que se hurta al entendimiento humano. Esta cuestión nos aproxima a los problemas que plantea la física cuántica.

Lacan se refiere a la física cuántica en numerosas ocasiones. En su Seminario II, en 1954, al mostrar que lo que hace que las estrellas sean reales es que se encuentran siempre en el mismo lugar –y es por ello que no hablan-, se refiere al principio de Heisenberg, base de la experiencia que intentaré explicar. Este principio indica que no pueden medirse al mismo tiempo la ubicación y la velocidad de los electrones, puesto que cuando se intenta precisar cuál es su lugar se modifica su velocidad; y si se quiere medir su velocidad constante los electrones cambian de lugar. Es decir, que estos elementos no responden cuando se los interroga. El silencio eterno de las estrellas que se encuentran siempre en el mismo lugar es confrontado al silencio de los electrones que se sustrae al saber del científico. Se desprende otra dimensión de lo real como lo imposible de decir.

Años más tarde, en su Seminario XI en 1964, la interrogación acerca del deseo del analista pone en cuestión el “deseo del físico”, el deseo que conforma el sustrato de la física moderna y del desarrollo del saber científico en general. La “voluntad de saber”, planteada por Foucault, nombra el saber de la ciencia que se desarrolla más allá de sus consecuencias. Es por ello que las comisiones de bio-ética intentan cernir un saber que puede llevar a lo peor, pensado en presente, puesto que los ejemplos de ello no faltan en la actualidad.

Sin ir más lejos, Heisenberg fue el responsable de las investigaciones sobre energía atómica del III-Reich. Circunstancias muy precisas bloquearon la construcción de la bomba atómica. En 1942, año en que se comenzó a vislumbrar la posibilidad de su construcción, Heisenberg y sus colaboradores consideraron que el tiempo que necesitaban pues construirla era incompatible con un arma que permite a las fuerzas armadas alemanas ganar rápidamente la guerra.

Nuestra tercera indicación pertenece al Seminario XX de 1972. Lacan indica que el mundo está en descomposición por la introducción del quark. Esta frase connota un doble sentido. Si el mundo está en descomposición es porque los elementos que lo componen se reducen y se multiplican cada vez más, resultado directo de la física cuántica. Pero su descomposición también indica que algo que añade a la realidad cuando el significante quark comienza a funcionar. Para a continuación a referirse a Finnegan’s Wake de Joyce y a la dificultad de traducción que produce sus juegos de escritura. Esta referencia no es banal. El inventor de los quarks Murria Gell-Mann extrae el término de “quark” de una frase de Finnegan’s Wake: “Three quarks for Muster Mark! Sure he hasn’t got much of a bark. And sure any he has it’s all beside the mark”.

Tenemos pues tres cuestiones precisas: el real que se intenta cernir, el deseo que anima esta búsqueda, y el saber en lo real que modifica la realidad del mundo. Podemos pues dar nuestro paso siguiente y retomar la célebre experiencia del gato de Schrödinger.

2. El gato de Schrödinger

Schrödinger nos propone imaginar un gato encerrado en una caja que contiene una fuente radioactiva débil y un detector de partículas radioactivas. El detector está concebido para funcionar una sola vez, durante un minuto. Supongamos que la probabilidad para que la fuente radioactiva emita una partícula detectable en el curso de este minuto sea de ½. La teoría cuántica no predice la detección de este evento radioactivo, sólo nos da el valor de su probabilidad: ½. Si una partícula es detectada un gas envenenado es liberado en la caja y mata al gato. La caja está instalada a bordo de un satélite, de manera tal que no podemos saber si el gato está vivo o está muerto. Sólo al abrir la caja y observar el contenido 106 científicos pueden ubicar al gato en un estado cuántico definido. Hasta entonces existe una super-posición de ondas de probabilidad en relación al estado físico del gato muerto y del gato vivo.

De esta experiencia emergen diferentes líneas de pensamiento. Una pretende que existen mundos paralelos, realidades alternativas que coexisten al mismo tiempo. El gato muerto y el gato vivo son reales pero viven en mundos diferentes. Tal vez sea una excelente solución para aliviar la coexistencia entre las mujeres y 105 hombres, pero no deja de ser una ficción. En lugar del azar microscópico, o de un Dios que “juega a los dados”, según la expresión de Einstein, encontramos esta fórmula de mundos alternativos. Otra orientación establecerá la irrealidad de las dos funciones ondulatorias; sólo una de ellas se concretiza cuando miramos en el interior de la caja. La tendencia física actual resuelve este problema indicando la dificultad de hacer una completa transposición del mundo cuántico al mundo macroscópico.

La muerte invocada en la experiencia concierne al saber que se pueda tener acerca de ella. El estado cuántico del gato es establecido por la mirada del observador. Ese saber establece su estado de muerto o de vivo. Hasta entonces, incluso si el gato ya está muerto, no lo sabe.

Encontramos pues los tres elementos señalados anteriormente. Un real que se intenta cernir, el estado cuántico del gato. Una pasión que anima al observador y que en definitiva es el verdadero resorte de la experiencia, puesto que su mirada determina finalmente la vida o la muerte del gato. Y el saber que se desprende de esta operación. La ciencia dio una vez más muestras de la manera en que intenta aprehender lo real, la muerte del gato, que a continuación puede dar lugar a distintas construcciones teóricas.

La experiencia del gato de Schrödinger apunta a establecer la “realidad” de los seres cuánticos. Realidad que en el sujeto está enmarcada por el fantasma. La realidad se mide en ondas de probabilidad de la detección de la partícula radioactiva.

Pero el punto clave de la experiencia científica es el saber que se añade al mundo. El principio de Heisenberg muestra que si bien la partícula existe en lo real, el esfuerzo por captarla modifica ese real. El saber sobre lo real en la ciencia no es pues una especie de inventario, antes bien es un instrumento de modificación de la naturaleza. Los descubrimientos científicos nos develan nuevas “realidades” en su esfuerzo por captar los misterios del universo, pero en definitiva es el “deseo del científico”que determinará el devenir y el uso de ese saber.

3. El saber y el amor en psicoanálisis

Y el gato, ¿qué sabe de su muerte? No sabe más que el ser-hablante, puesto que la muerte es irreductible al lenguaje. No hay inscripción de la propia muerte dentro del psiquismo. Es lo que Lacan denomina “lo no sabido de la muerte”. De alguna manera la inmortalidad no es un privilegio de los niños y de los animales, al decir de Borges, sino de todo ser viviente. El saber de la muerte nada nos dice acerca de la propia muerte.

Existe pues un real imposible de subjetivar. Lacan propone que el saber en psicoanálisis debe aproximarse al saber de la ciencia. Eso no significa que se confundan. Como lo indicó recientemente Jacques-Alain Miller, la ciencia muestra que existe un saber en lo real que se puede llegar a descubrir, pero lo que el psicoanálisis demuestra es que existe un goce en lo realn análisis conlleva la modificación del saber inconsciente.

En la enseñanza de Lacan coexisten distintas definiciones del amor: la vertiente narcisista, propia del estadio del espejo; la relación a la falta, que permite definir al amor como dar lo que no se tiene; y finalmente una definición del amor que pone en relación dos saberes inconscientes. ¿De qué otra manera puede presentarse el exilio del ser sexuado? Lo que se ama es el ser del otro en la medida en que es sujeto de un saber inconsciente. Esta definición sobrepasa la dialéctica fálica y enfrenta al sujeto a lo más íntimo de su ser. El amor incluye pues el goce del sujeto. Por este derrotero volvemos a encontrar nuestra pregunta inicial. El análisis ¿puede modificar la manera de amar?

Freud sostenía la idea de que el amor es pura repetición. Un análisis permite entonces levantar las inhibiciones y los síntomas neuróticos que entorpecen la vida amorosa. Lacan piensa, por el contrario, que el amor es una invención, “un nuevo amor”, al decir de Rimbaud, que incluye una elaboración de saber.

De esta manera el saber en cuestión es un saber sobre el sexo que se debe inventar.

Ahora bien, podemos decir que el saber que se produce en una cura encuentra sus bordes, es decir un límite en el sentido matemático del término. Existe un punto de real que no logra ser simbolizado. Allí surge la convocación a una invención. Cada sociedad se ocupa de proveer las pantomimas, el discurso amoroso necesario para hablar del amor. En ese sentido, el amor intenta suplir el “no hay relación sexual”. Pero como suplencia exige un esfuerzo de invención. Cada vez, otra vez, y en cada encuentro, en su particularidad. Sin duda esto nos puede recordar la tarea de Sísifo, condenado a repetir eternamente a cargar con el peso de su falta. No obstante, esta propuesta otorga un horizonte de posibilidad al imposible que traduce el exilio de cada sujeto, como ser-hablante, de la relación sexual. En el seminario Aún Lacan señala que en la hiancia que se produce en el encuentro de dos parias, se aloja el amor, que permite la emergencia de la ilusión de que la relación sexual deja de no escribirse. Por esta vía el amor deja de ser contingente y se vuelve necesario.

En una cura, el amor al saber es el motor de la transferencia. Al que se le supone un saber se lo ama. Este amor puede ser la coartada de la pasión de la ignorancia, del no querer saber nada. La operación analítica sostiene el pasaje del amor al deseo de saber. Y este deseo de saber es la fuente que nutre la invención. Esto indica entonces que el resultado de u Así, la metamorfosis del saber del sujeto acerca de su goce, abre las puestas a un “amor más digno”, según la expresión de Lacan, que forcejea con la inercia pulsional. Cada sujeto se confronta pues con la apuesta de un nuevo amor, siempre posible, pura invención, que se desliza más allá de la repetición.

* Publicado en Uno por Uno 29-30, Barcelona, 1992, pp. 27-30.