Lacan y el autismo en nuestra época

Lacan habló acerca del autismo en pocas oportunidades. El diagnóstico como tal no había tenido aún el auge clasificatorio y mediático del siglo XXI. No se había convertido por entonces en una epidemia diagnóstica. No obstante, su enseñanza nos brinda los lineamientos necesarios para entender el autismo y proponer una dirección de la cura.

En los últimos años la comunidad analítica de la orientación lacaniana ha trabajado vivamente sobre el autismo dando cuenta de lo bien fundado de incluir al psicoanálisis como un tratamiento posible. Pero el estudio del autismo no se detiene en el diagnóstico y permite examinar más de cerca las particularidades de la constitución subjetiva, cómo el viviente recibe el impacto de lalengua y se incluye en el Otro.

El autismo tiene su historia dentro del movimiento psicoanalítico. Despojado de su connotación inicial dada primero por Freud con el autoerotismo, Bleuler lo sitúa a comienzos de siglo pasado el repliegue autista como una modalidad de la esquizofrenia para describir la retracción del sujeto en relación a su entorno. Leo Kanner en 1943 lo describe por primera vez en niños en el sindrome que se volvió célebre titulado “Autismo infantil precoz”, y del otro lado del Atlántico, pocos años después, Asperger crea el “Sindrome de Asperger” para nombrar a niños también sustraídos del lazo social pero con mayor uso del lenguaje. Los Manuales diagnósticos extienden su uso con los nombres de “Trastorno generalizado del Desarrollo” o “Trastorno del espectro autista”, contribuyendo así a la gran epidemia diagnóstica.

El gusto por la soledad, su fijeza y conductas estereotipadas quedan puestos en primer plano dando cuenta de un funcionamiento subjetivo singular, núcleo real que da cuenta del crecimiento de casos de niños autistas más allá de la ampliación de su espectro.

Los post-freudianos y los kleinianos se interesaron por este cuadro. Melanie Klein ubica a Dick dentro de una esquizofrenia atípica. En los años 50-60, Margaret Mahler, en New York, plantea la necesidad de atravesar el caparazón autista. Durante la misma época, Bruno Bettelheim, en Chicago, se interesa por la llamada “fortaleza vacía”. En los años 70 los kleinianos y los post-kleinianos ingleses se ocupan del autismo. Meltzer con su búsqueda de una topología y un uso del espacio propio, bidimensional, resultado de la identificación adhesiva. Francis Tustin postula el “encapsulamiento autista” como una barrera protectora frente al mundo exterior, generada por la autosensualidad corporal que incluye el uso de objetos autistas y formas autistas de sensaciones. Del lado de la orientación lacaniana, Rosine y Robert Lefort lo plantean como una cuarta estructura.

Todos ellos plantean que los niños autistas corresponden a una patología arcaica y se defienden de las angustias y terrores más catastróficos.

Lacan examina el autismo entendido en sentido amplio fundamentalmente en cuatro oportunidades. En 1954 examina en el seminario “Los escritos técnicos de Freud” primero el caso Dick de Melanie Klein y luego el caso Robert de Rosine Lefort. En 1967, unos diez años después, al comentar el caso Martín de Sami Ali en su “Alocución sobre las psicosis del niño”. Y, finalmente, en su “Conferencia en Ginebra” en 1975.

Tanto en el caso Dick como en Robert señala cómo los niños están inmersos en los real. Dice: “todo le es igualmente real, indiferente”, en relación a Dick; “este niño solo vive en lo real”, afirma a propósito de Robert. A partir de sus elaboraciones en torno a la palabra y a lo simbólico, Lacan añade que Dick “no dirige ningún llamado”, y que ¡el Lobo! repetido por Robert constituye el “estado nodal” de la palabra puesto que ella está detenida.

En cuanto al caso Martín Lacan indica que si el niño se tapa los oídos es porque se protege del verbo y ya está en lo posverbal.

El último comentario afirma que los autistas escuchan cosas y que eso desemboca en la alucinación que tiene un carácter más o menos vocal. Es más, contra cualquier prejuicio añade “No se puede decir que no habla. Que usted tenga dificultad para escucharlo, para dar su alcance a lo que dicen, no impide que se trate, finalmente, de personajes más bien verbosos”.

Estas breves indicaciones son el punto de partida de los comentarios de Jacques-Alain Miller, de Eric Laurent y de Jean-Claude Maleval. Pero, sobre todo, los desarrollos de la última enseñanza de Lacan permiten estudiar cómo el traumatismo del lenguaje afecta al niño autista de modo tal de dejarlo sin cuerpo, sin imagen, y con un funcionamiento del uso de lalengua que le es propio. Temas que hemos trabajado con Patricio Alvarez en nuestro libro ¿Qué es el autismo?

En su comentario del caso Robert, Jacques-Alain Miller indica que falta la falta. Por estar sumergidos en lo real, falta el agujero, es por ello que tratan de crearlo a través de una automutilación para dar salida al exceso de goce que invade su cuerpo. En un mundo lleno el sujeto no puede dar un lugar simbólico a la falta por lo que es necesario producirlo.

Eric Laurent propuso entonces el término de “forclusión del agujero” para indicar que falta la delimitación de un borde simbólico. Distingue entonces el Otro real con el agujero, A tachado, de la falta en el Otro, S(A) tachado. Dice entonces: “Decir que no hay agujero es decir que no hay un borde que delimite dicho agujero”. Esto produce tanto la creación de un “encapsulamiento ” autista como neo-borde, por el retorno de goce sobre el borde, como fenómenos que expresan la intolerancia al agujero.

Por su parte, recientemente Maleval afirmó que “toda cesión de un objeto pulsional es experimentada como un castración real puesto que no está simbolizada”. De allí surge la retención del autista de los objetos pulsionales y su rechazo a la cesión. Dado que los orificios están tapados, no hay constitución de un borde y este se va construyendo a partir del encapsulamiento, esto lleva a que el autista se sumerja en un goce autista por lo que dice que lleva el objeto no ya en el bolsillo como el psicótico sino en su mano.

Plantea que las mutaciones del borde van desde la apoyatura en la superficie corporal a través de las sensaciones autoestimuladas de las que habla Francis Tustin; pasan luego por la construcción de un objeto concreto pacificante que aloja y captura el goce pulsional; se vuelve luego dinámico como en las construcciones del caso Joey de Bettelheim; hasta el borramiento del borde como en los casos de los autistas de alto nivel. Tipología que apunta a examinar las distintas formas de presentación del espectro autista.

Laurent se pregunta cómo hacer para que aquellos sujetos que carecen de límites y de bordes logren construir un límite, no a partir del aprendizaje, sino a partir de objetos, acciones y formas de hacer que armen un circuito con función de borde y de circuito pulsional. Cuestión clínica fundamental que incide en la dirección de la cura. Se trata entonces de lograr desplazamientos en contigüidad que admitan nuevos objetos, a sabiendas que la inclusión de lo nuevo se acompaña de una extracción, de una cesión de goce que afecta al cuerpo.

Ahora bien, en el libro La batalla del autismo, subraya la aparente paradoja que puede resultar la afirmación de la “forclusión del agujero” como ausencia de agujero, en relación al testimonio de Donna Williams, autista de alto nivel, que en sus libros habla de su experiencia subjetiva de la “Gran Nada Negra”, en el que las paredes y el espacio caían sobre ella, como así también ella podía caer en cualquier momento en el agujero que tenía a su lado, experiencia calificada por Tustin como el “agujero negro” en el autismo. ¿Cómo conciliar ambas afirmaciones?

Lo explica por el agujero que supone la ausencia del borde que se cierra sobre lo vivo del cuerpo como una pura presencia de la muerte. La inexistencia del borde del agujero reduplica la inexistencia del cuerpo en el autismo, puesto que un cuerpo solo existe si un objeto puede separarse de él.

El doble, experiencia que ha dado cuenta en sus libros Donna Williams, funciona como una suplencia a la ausencia de borde que localiza al goce que se repite sin fin en el Uno de goce. Doble llamado real por los Lefort y por Maleval.

El Uno de goce no se borra para el sujeto autista, y esto produce la iteración, la imposibilidad de borrarlo marca el cuerpo como un cuerpo que goza de sí mismo, acontecimiento de cuerpo que Laurent denomina de “iteración sin cuerpo”.

Durante la experiencia del laleo, del balbuceo, se produce una proliferación de los equívocos de la lengua, dado que se vuelven una experiencia alucinatoria, el sujeto autista intenta reducirlos a través del Uno de la letra que se repite, incluido o no en el lenguaje, vocalizado o en silencio.

En cuanto a la intolerancia del agujero, que no está inscripto como tal, se producen episodios de horror y el esfuerzo por obturarlos. Pero el goce en exceso retorna y se produce tanto la automutilación como los episodios de violencia. La automutilación apunta producir un lugar de pérdida en donde depositar el goce excesivo; la violencia no apunta al otro sino que busca desembarazarse del goce con la lógica del pasaje al acto.

En sus clases dictadas en la Cátedra Clínica del autismo y de la psicosis en la infancia, Fabián Schejtman retomó las particularidades de la constitución subjetiva. En su primera clase de 2013 distinguió el agujero real pulsional del agujero inconsciente; en la clase de este año cómo no hay agujero en el autismo porque no hay simbolización en la medida en que el viviente es afectado por el traumatismo de lalengua y su síntoma se vuelve quedar sometido al ruido fundamental de lalengua, modo en que Laurent nombra la alucinación en el autismo.

En la entrevista que le tomé a Eric Laurent a modo de prólogo de su libro El sentimiento delirante de la vida, indica que para el autista toda lengua es una lengua de cálculo. Hay una búsqueda en estos genios calculadores, llamados así por la aptitud que poseen algunos de ellos con el cálculo, de reducir la lengua a una cifra, a lo que hay de matemático en el significante. Dice entonces que se “cruzan así las tentativas de la civilización de obtener cifras del autismo con la tentativa autista propia de reducir la relación con el Otro del significante a una cifra”.

Más recientemente aún, en la conferencia que Eric Laurent dictó en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires el año pasado, retoma las características del pensamiento autista. Los niños autistas no pasan solo por la lengua para dirigirse al Otro, algunos tienen “pensamientos en imágenes”, como lo denomina Temple Grandin. Son pensamientos en serie, repetitivos, en patterns, diferentes a la repetición de las palabras. Opone así la instantaneidad del Blink, según el término popularizado por Malcolm Gradwell, a los procesos que suponen un trabajo de desciframiento.

Por otra parte, existe también la vertiente de la relación del autista con el cálculo, con la repetición de la cifra o del número. Esto tiene que ver con el real particular del número. Los objetos de la realidad pueden remitir a algo que ocupa imaginariamente un lugar en el espacio; en cambio, la cifra, los números, como por ejemplo la raíz cuadrada del número 1, no remiten a nada en la realidad.

La relación con el número alivia al sujeto autista de la realidad y de la imaginarización de esa realidad. Esto lo conduce a plantear como tema de investigación la clínica del autismo en su articulación de los tres registros: simbólico (en su uso de las palabras y la relación con el lenguaje), imaginario (el pensamiento en imágenes) y lo real, que corresponde tanto a la relación con los números como a la presentación iterativa del Uno de goce.