El sueño de ser la mas hermosa

Now what I love in women is, they won’t
Or can’t do otherwise than lie, but do it
So well, the very truth seems falsehood to it
And, after all, what is a lie ? ‘T is but
The truth in masquerade…
Byron

El recorrido que propongo es simple. A partir del sueño de una mujer, el de ser la más hermosa, desarrollaré los diferentes aspectos de la mascarada, para establecer a continuación un lazo con la mujer soñada por un hombre.

1. Un sueño de mujer: “la más hermosa”

En 1920 Abraham publica “Manifestaciones del Complejo de Castración en la mujer”. Entre lo diversos rasgos que estudia menciona una tendencia que atenúa el Complejo en la mujer, y se centra en la posibilidad de un reconocimiento por parte del hombre que la reconcilia con su feminidad. Dice: “Mencionaré un requisito que he encontrado muchas veces: “yo podría resignarme a mi feminidad, si fuera la mujer más hermosa”. Agrega luego que este fantasma de ser la más hermosa se constituye en tres tiempos. “El deseo original dice: “Me gustaría ser un hombre”. Cuando esto se abandona, la mujer desea ser “la única mujer” (“la única mujer del padre” es la intención original). Cuando también este deseo tiene que ceder ante la realidad, aparece la idea: “como mujer, quisiera ser inigualable“.

Estos tres tiempos ilustran el pasaje del Complejo de masculinidad de la niña a la asunción de una posición femenina, pero con una característica particular. Frente a la falta, el falo que la niña espera recibir del padre no entra en el dominio de la ecuación niño = falo, es decir la salida a través de la maternidad, sino que es puesto en juego su propio cuerpo -aunque estas salidas no se opongan-.

Sabemos con Freud que el miedo a la pérdida de amor de la niña se instala en el lugar del Complejo de Castración del niño. Esto explica la búqueda continua por parte de la mujer de pequeños signos que cifren el amor del partenaire.

En el primer tiempo la niña padece el Complejo de masculinidad. Llegados a este punto debemos recordar que Freud distingue un doble tiempo para este complejo. El primero concierne al desarrollo normal de la niña y traduce la actividad fálica que acompaña a una relación exclusiva con la madre: la niña identificada al falo de la madre. Este tiempo es diferente al que constituye una de las respuestas al Penisneid en el que se juega el rechazo o la negación de la castración. Entre estos dos tiempos se sitúa el pasaje de la madre hacia el padre y la espera de recibir el falo del padre.

En el fantasma analizado por Abraham el padre aparece depués de la emergencia del Complejo de masculinidad. En este primer tiempo se produce el pasaje de ser a tener el falo y la manera de confrontarse a la falta en tener.

“Ser la única mujer del padre” expresa tanto la rivalidad frente a las otras mujeres como la demanda de amor dirigida al padre, del que espera recibir el falo añorado a través de la metáfora del amor. Quiere volverse su falta y sortear la suya propia. “Ser la única” guarda cierta dirección. Apunta a captar el amor del padre y a hacer operar la metáfora fálica que le permite ser en el lugar de la falta en tener revelada en el primer tiempo.

Este viraje explica por qué Abraham afirma que este fantasma logra mitigar el Complejo de masculinidad de las mujeres, ya que la salida del Penisneid no se lleva a cabo a través de la identificación viril sino por el camino de la demanda de amor.

En el tercer tiempo emerge la idea de ser una mujer excepcional o de ser la más hermosa, en el que el parecer, el semblante, se sitúa en el lugar de la falta en tener.

La cuestión de la falicización del cuerpo de la mujer fue retomado en numerosas ocasiones en la literatura analítica. Lacan evoca en particular la ecuación girl = falo propuesta por Fenichel, y la mujer en tanto que objeto de intercambio en las estructuras elementales del parentesco. Pero otros autores, como Ferenczi o Rado, evocaron las metamorfosis del Wunsch-penis que desembocan en que toda la superficie del cuerpo devenga un sustituto narcisístico del pene. Manera un poco imaginarizada de nombrar la acción de la metáfora fálica operada sobre el cuerpo.

Este brillo fálico es también un juego de sombras que lo enlaza al semblante. Van Ophuijsen, en su artículo sobre el Complejo de Masculinidad evoca el juego de sombras de una paciente durante su infancia. Habitualmente se paraba en las noches entre la lámpara y la pared y ponía sus dedos frente a la parte inferior de su cuerpo, de manera tal que la sombra proyectada evocara la forma del pene.

La falicización del cuerpo femenino forma parte también del juego de sombras. Las sombras proyectadas vienen de lo simbólico, con su acción sobre lo imaginario, e indican cuáles son las características del objeto deseado que la mujer debe intentar alcanzar. Desde las redondeces del siglo pasado, al modelo andrógino de comienzos de siglo, hasta la mujer delgada y atlética de los tiempos modernos, toda una gama de variaciones de semblantes son propuestos a través del discurso que actúa sobre la invención que las mujeres hacen de ellas misma. La mascarada es una invención que apunta al deseo del hombre, y enmascara la falta al mismo tiempo que coquetea con ella. Ella está determinada por cada historia y cada posición subjetiva. De esta manera, si el conteo de las mujeres debe hacerse una por una, alcanzaremos una amplia variación, a partir de un número reducido de temas, que da cuenta de las sombras que la mujeres proyectan sobre ellas mismas.

No se trata solo de un espejismo. Lejos de pensar la mascarada como engaño bajo el cual se encuentra el verdadero ser, debemos concebirla como la manera particular en que se presenta un sujeto en el mundo, homologable a las imágenes evocadas por Freud en su artículo sobre la transitoriedad. La belleza que puede captarse durante tan solo un instante no es menos verdadera si desaparece a continuación. En el parecer se manifiesta la manera íntima de tratar la falta en tener; -y en singular-.

En su artículo sobre la mascarada femenina, Joan Rivière se pregunta acerca de la diferencia entre la feminidad como disfraz y la verdadera feminidad. Dice: “Que la feminidad sea fundamental o superficial, siempre es lo mismo“. Y esto es, podemos añadir, porque no existe una esencia femenina. Tanto la posición femenina como la masculina son el resultado de la inclusión del ser hablante en el lenguaje.

Si bien existe un lazo íntimo entre la mascarada y el semblante, la mascarada se puede abordar en los diferentes registros. En lo simbólico expresa la acción del discurso que determina la manera en que el sujeto se presenta en el mundo para volverse deseable, es decir que permanece en el circuito del deseo. En lo imaginario concierne al narcisismo del sujeto y a las imágenes que se superponen sobre el cuerpo. Y en lo real, si bien el semblante y lo real están separados, la mascarada de alguna manera permanece ligada al goce singular del sujeto, aunque más no sea bajo la forma de su uso en relación al deseo.

La creación de la mascarada no sutura la pregunta acerca de “qué es ser mujer”. De allí que el fantasma de ser la más hermosa no puede ser más que un sueño, que algunas pueden tener, pero ninguna se toma por el superlativo soñado. Tal vez ésa sea la mujer que falta entre las mujeres.

2. Una mujer soñada

¿Y por qué una mujer querría ser la más hermosa o ser excepcional? Durante el curso del año 1991-92 Jacques-Alain Miller presentó dos soluciones frente al “no tener”: hacerse ser y adquirirlo. La mascarada forma parte de la solución de hacerse ser el falo y connota una solución que permanece en el registro del tener: “ser tenida por ell otro” (être eue par l’autre).

La condescendencia de la mujer al fantasma del hombre expresa su plasticidad en lo que concierne a la estrategia del deseo para lograr despertarlo. Esto se funda en los rasgos particulares que determinan su elección de objeto. De esta manera, la mascarada, en tanto que invención, encuentra sus límites en cada mujer. El malentendido es el precio que se paga en esta operación. Lo incontorneable no era ella, pero tampoco era él; muestra la sucesión de semblantes en la comedia del amor. Debemos subrayar que el miedo a la pérdida de amor hace que las mujeres se ocupen más que el hombre por la macarada que proponen a su partenaire dado su esfuerzo por volverse la mujer soñada.

Si bien propongo la mascarada como formando parte de la posición femenina, podemos extraer del fantasma analizado por Abraham dos posiciones opuestas.

Ser la única para el padre, y luego para el hombre que lo sustituye, no es querer la excepcionalidad. En el primer caso la estrategia del deseo permanece ligada al objeto elegido; el segundo traduce el esfuerzo de la mujer por situarse en el lugar de la excepción. “Ser la única para” guarda una dirección, fija al objeto y se incluye en la demanda de amor. “Ser excepcional” deslocaliza al objeto y reenvía al propio sujeto el motor que pone en marcha la construcción de la mascarada.

Esto puede servirnos para distinguir de otra manera la feminidad y la histeria. La primera poición es típicamente femenina y predomina el hacerse amar, incluso con la ambigüedad que comporta el “ser la única”: únicamente para él, pero también la única que él ama. El devenir de esta aspiración se modaliza en los laberintos de la vida amorosa. Por el contrario, la segunda posición expresa la identificación viril a través de la cual la histérica intenta responder al enigma de qué es ser mujer, al mismo tiempo que reivinica su lugar entre los hombres.

La sucesión de binomios nos permitieron desarrollar la cuestión de la mascarada. A partir de la salida que toma la ecuación cuerpo = falo en el lugar de la de niño = falo, hemos analizado el fantasma de ser la más hermosa e indicamos como punto de partida la distinción entre la posición que resulta de la identificación viril y la enlazada a la demanda de amor. Lo tres tiempos del fantasma nos permitieron distinguir la tendencia a hacerse amar por el padre, y por el hombre que viene a ocupar ese lugar, del anhelo de ser excepcional. El uso de la mascarada toma una orientación diferente en los dos casos, que nos condujo a la postulación de algunas distinciones entre feminidad e histeria.

Entre sombras y semblantes, las mujeres se inventan. Cada una modaliza su manera singular de tratar la falta en tener; entre ellas, para algunas, a veces el amor las vuelve las más hermosas.

Publicado en Uno por Uno 33, Barcelona (1992); y Uno por Uno 34, Buenos Aires (1993).