Devenir analista

o de por qué el analista no debe identificarse con el paciente

Sí, devenir analista tiene su propia temporalidad. ¿Acaso alguien es analista de una vez para siempre? Nada puede garantizarlo. Existe un momento preciso en el que se puede dar cuenta de ese pasaje de analizante a analista.

Abordaré esta cuestión sesgadamente, a través de preguntar por qué el analista no debe identificarse con el paciente, y trataré en particular los efectos que el fantasma del analizante puede producir en el analista.

1. Resguardar el goce

Una joven consulta por problemas con sus padres y por la dificultad en relacionarse con chicos de su edad. Presenta su falta en ser que se manifiesta en un sentimiento de aislamiento, inadecuación y soledad. Junto a ello, la exigencia de originalidad que viene de sus padres se entremezcla con sus propios deseos de escribir.

Desde las primeras entrevistas se pone claramente en evidencia su necesidad de hablar libremente de las cuestiones que la ocupan, pero nunca de sus personajes: si lo hiciera, ellos desaparecerían.

La joven dedica gran parte de su tiempo a ensoñaciones diurnas que le impiden cumplir con las tareas escolares e incluirse en el mundo de los otros. Reemplaza el mundo real por su mundo de fantasías que le otorga mayores satisfacciones. En este otro mundo existen personajes inigualables que la acompañan todo el tiempo en la vida cotidiana. La gente real que conoce no llega a reemplazarlos. Pero sufre por el encierro que se vuelve el precio de esta elección.

En un primer tiempo, el analista decide no interrogarla sobre los personajes y dejar que hable sobre lo que tiene que decir. Este inicio de tratamiento se ve marcado por el hecho de que su madre estudió psicología y estuvo en análisis durante algunos años. Tomaba entonces a su hija como blanco de sus interpretaciones. La madre interpretaba, su hija también lo hace. Al analista le queda el silencio que permita a la paciente despojar a su serie significante de esta inyección masiva de sentido.

Súbitamente, el analista se pregunta por qué se detiene ante esta súplica de la paciente. Allí se aloja su fuente de satisfacción y de sufrimiento: su goce.

Aunque la respuesta deba esperar, decide convocar a los demonios ocultos creados por la paciente y la invita, ahora vehementemente, a hablar de ellos. Entre lágrimas, aparecen uno tras otro en sus escenarios. Es curioso que el rasgo común que los caracteriza roce de alguna manera el fantasma del propio analista. Sin hablar de ellos, algo en el discurso del sujeto permitió la captación inefable de aquello que produjo en el analista una evocación inconsciente.

Diversos caminos se perfilan frente a esta coyuntura: sortear el tropiezo que el que dirige el tratamiento percibe en su propio análisis; o bien, apuntar e interpelar al goce del paciente. No se trata de dos posibilidades dentro del análisis. En el primer caso, hay dos analizantes, el paciente y el que dirige la cura. Ambos deberán continuar con su trabajo analítico. Sólo el segundo caso permite considerar que un discurso analítico sostiene el dispositivo. La posición del analista no es la del sujeto dividido por el goce sino la del que puede hacer las veces de semblante: es decir, que puede situarse en el lugar del objeto (a), para un sujeto.

Desde el efecto de retroacción se devela que el punto de detenimiento era resultado del impacto de esta “transmisión” de coordenadas fantasmáticas y que sólo el cambio de posicionamiento permite devenir analista.

2. Del lado del analista

Una pregunta se desprende de este relato: ¿qué posibilitó este cambio de posición que no obedece a ninguna comprensión consciente? La temporalidad que permite explicar este breve pasaje es retroactiva. El momento de comprender se desplaza y se vuelve el resultado de la conclusión.

En un primer tiempo se sitúa la reticencia de la paciente junto a la respuesta del analista. Este es el acontecimiento a nivel de su descripción fenomenológica. A nivel simbólico se trata de dar libre curso a la palabra de la paciente, a nivel imaginario manifiesta un efecto de identificación del analista con el rasgo de la paciente que evoca aquello que fue. Hasta aquí nos encontramos con un puro espejismo del que se puede despertar instantáneamente como de un viejo sueño. Queda el registro real, mediatizado por lo simbólico, que da razón a este episodio.

¿Qué resta del fantasma al final de un análisis? Jacques-Alain Miller, en su curso “Ce qui fait insigne”, indica que despojada de sus vestiduras, la pregnancia imaginaria se deshace. Contamos con dos elementos que son afectados por el atravesamiento del fantasma: el $ y el (a). Cuando el fantasma pierde su uso para obturar y dar una respuesta frente a la falta del Otro, la destitución del sujeto se traduce en el sacrificio de la falta en ser. Esto posibilita un acto sin sujeto, propio del acto analítico.

El devenir analista no es posible si el (a) continúa funcionando como complemento de la falta en ser, que actúa sobre el sujeto, dividiéndolo. La metamorfosis del sujeto permitió el cambio de posición corroborado por el acto acéfalo llevado a cabo. “Habrá sabido” que ese pasaje tuvo lugar -momento de concluir un largo recorrido en el propio análisis- cuando desde esta nueva perspectiva descubra su devenir analista que no se constituye como un sólido sino como efecto de las evanescencias con que se despojó de su historia. El nuevo saber producido auspicia nuevas salidas al goce del fantasma.

Este movimiento descarta la posibilidad de una identificación imaginaria y la subyugación del analista por los puntos de coincidencia con su propio fantasma que encuentre en el discurso del analizante. Inversión del dispositivo, que sitúa al paciente del lado del objeto.

El atravesamiento del fantasma implica su reducción a un enunciado mínimo, tan ajeno al efecto de fascinación para el propio sujeto, que aún cuando tropiece con ciertos enunciados fantasmáticos semejantes al suyo, ya no producen ese efecto de captación que detiene la operación analítica. La desidentificación del final de análisis resguarda al analista de identificaciones con los analizantes: la caída de sus significantes amos destituye el poder del Ideal.

Eric Laurent, en su artículo “En quoi l’inconscient freudien est-il savoir?”, analiza la cuestión de la “comunicación del fantasma” e indica el aspecto trans-clínico que puede producir un efecto de colectivización, en oposición al síntoma.

Una vez que el enunciado fantasmático pierde la trama que lo aloja, puede tener un efecto de prêt-à-porter, de ready-made, que vuelve posible su transmisión. Pero dicha transmisión se orienta doblemente. La transmisión voluntaria que decide llevar a cabo un analista se sitúa en el ámbito de la relación que mantiene con el psicoanálisis en su esfuerzo por hacer partícipe a otros de su experiencia personal de final de análisis. Pero también existe la vertiente de la captación inefable que realiza el analista del fantasma del analizante, a través de su discurso, sin necesidad de recurrir por ello a los misterios de la contratransferencia o de la telepatía.

El fantasma ya es una manera de intentar cifrar al goce, y esto, como lo demuestra la experiencia analítica, es transmisible. Su captación en el discurso del paciente -aunque su enunciación pueda ser el efecto de una construcción- no debe volverse una dificultad para quien ocupe la posición de analista. De ello depende la posibilidad de que un analista pueda conducir a otros a través del trayecto singular por el que lo conduce su propio recorrido subjetivo.

Publicado en: Uno por Uno 37,Barcelona y Buenos Aires, 1993.