Cosas de mujeres

El amor entre las mujeres existe desde siempre, desde sus formas más sublimes hasta las más encarnadas. Nuestro siglo se ha ocupado de exaltarlo pero en realidad es una de las formas de elección de objeto: heterosexual, cuando se elige un partenaire del otro sexo, u homosexual, cuando se trata del mismo sexo.

En la relación entre mujeres no debe confundirse amor con sexualidad. A veces se superpone, pero la mayor parte de las veces se trata de un diálogo entre mujeres en las que lazo es más bien discursivo y no involucra directamente a los cuerpos. Las mujeres se complacen en relatarse mutuamente sus desdichas, sus alegrías y temblores propios del encuentro amoroso. Esta proximidad que brinda la palabra puede llevar a buscar en el cuerpo de la otra mujer alguna respuesta al misterio que es para una mujer ella misma.

Invariablemente, más allá de la elección de objeto, toda mujer se pregunta qué es una mujer. Freud llamaba a la sexualidad femenina el “continente oscuro”. Se preguntaba en definitiva qué quiere una mujer. Ese enigma persiste entre las mujeres mismas puesto que no pueden más que interrogarse acerca de las mascaradas con que revisten el misterio que ellas mismas encarnan.

Joan Rivière, por ejemplo, en su célebre artículo sobre la mascarada femenina, se pregunta acerca de la diferencia entre la feminidad como disfraz y la verdadera feminidad. Dice: “Que la feminidad sea fundamental o superficial, siempre es lo mismo”. Y esto es, podemos añadir, porque no existe una esencia femenina. Tanto la posición femenina como la masculina son el resultado de la inclusión del ser hablante en el lenguaje. Y estas posiciones no se confunden con el tipo de elección de objeto que puede ser homosexual o heterosexual.

No hay una manera de ser mujer. La feminidad es más bien una búsqueda que se produce una por una. Muchas mujeres alojan sus interrogantes en otras mujeres. Esos encuentros pueden ser episódicos sin que logren constituir un verdadero lazo amoroso. La elección de objeto, más allá de su modalidad, se sostiene de muchos más elementos de la subjetividad y atraviesa las peripecias de sus encuentros y desencuentros.

La relación entre las mujeres ocupa un lugar central en la vida amorosa, si se entiende por ello que para una mujer la madre es uno de los objetos centrales de su vida afectiva.

El psicoanálisis comenzó a privilegiar la relación pre-edípica con la madre y sus expresiones de amor y de odio alrededor de los años 30 del siglo pasado. La prevalencia de la madre como objeto de amor para ambos sexos modificó la concepción del complejo de Edipo que se disponía hasta entonces en el que se enfatizaba el amor hacia la madre en el niño y hacia el padre en la niña. Se abrió así las perspectivas de exploración del llamado “pre-Edipo”, el momento anterior a la constitución del complejo de Edipo, con las consecuentes expresiones del amor como el odio de la madre que van en el doble sentido: de la niña hacia la madre y de la madre hacia la hija.

Entre los psicoanalistas post-freudianos que se interesaron por la relación entre las mujeres se encuentra tanto Helene Deutsch como Ernest Jones.

En 1932 Helene Deutsch escribe “La homosexualidad femenina”. Diferencia en ese artículo dos tipos de homosexualidad femenina. La primera, responde a la situación edípica en la que la renuncia al padre se transforma en una identificación con él. En estos casos las mujeres huyen del hombre, y de la “pasividad masoquista” asociada a él (terminología que corresponde a sus desarrollos sobre la sexualidad femenina) y así reprimen la feminidad. El segundo tipo de homosexualidad femenina corresponde a la reproducción de la relación pre-edípica madre-hija. No se trata simplemente de la fijación a la madre como objeto primario, sino más bien concierne a un complicado proceso de retorno. Freud elogia particularmente este artículo en su texto de 1932 sobre la sexualidad femenina en tanto que, a su entender, demuestra que los actos de amor de mujeres homosexuales reproducen los vínculos madre-hija.

Ernest Jones, primer biógrafo de Freud y ferviente seguidor de Melanie Klein, en 1935 divide dos tipos de homosexualidad femenina. Las primeras guardan el interés por los hombres, pero se esfuerzan por ser aceptadas por ellos como sus iguales. Dentro de este grupo se incluyen las mujeres que se quejan de la injusticia de la condición femenina. Las otras no se interesan para nada por los hombres, y su libido se dirige hacia las mujeres femeninas. El primer grupo abandona su sexo; el segundo abandona el objeto y lo reemplaza por una identificación. A su entender, la identificación con el padre es común en todas las formas de homosexualidad. Su función es mantener reprimidos los deseos femeninos.

A decir verdad, la homosexualidad femenina no es necesariamente en todos los casos el resultado de una identificación al padre o del rechazo del hombre. La posición femenina o masculina de una mujer es independiente de su elección del partenaire. El psicoanálisis distingue la elección del sexo y la elección de objeto.

Muchas mujeres en su relación con otra mujer reproducen la relación con la madre, pero no todas. En cada caso hay que preguntarse qué es una mujer para esa mujer. De esta manera, la relación de amor, con o sin sexualidad, se dirime de a una, de modo tal de tener en cuenta la particular posición subjetiva.

Buenos Aires, 12 de septiembre de 2006.

Publicado en: La mujer de mi vida, Año 4, N° 37, Buenos Aires, octubre de 2006.